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sábado, 12 de febrero de 2011

Casting , una película de terror ‘gore’

Imagino copiosas discusiones teóricas en varias direcciones precediendo al tramado del guión de Casting. Se habrán consumido una buena cantidad de horas a propósito de la responsabilidad del cineasta de cara a su instrumento expresivo.

Otro tanto puede haberse dedicado a darle vueltas a la cuestión del uso de la imagen para gatillar las pulsiones de mirón del espectador. También es posible que el equipo a cargo del proyecto hubiera discutido el sesgo inevitablemente sadomasoquista propio del género del terror. Por último, sospecho que pudieron haberse ponderado las disimilitudes entre el terror “gore” y el terror sicológico, distancia que marca la abismal diferencia entre Alfred Hitchcock y los últimos cultores del género.

De todas las presuntas discusiones referidas saldan huellas en el resultado final de la película, pero es evidente, asimismo, que en algún momento los papeles se mezclaron y todo derivó en una ensalada donde el tomate tiene sabor a palta y la lechuga es anaranjada.

El relato pone en pantalla a un disturbado equipo de jóvenes aspirantes a realizadores, que en sucesivas sesiones pretenden, o simulan, “buscar” la actriz ideal para una película de terror. Las candidatas están obligadas a mostrar sus agallas en largas sesiones de tortura, a las cuales no pueden declinar una vez puesto en marcha un repertorio que incluye pruebas tan simpáticas como incisiones en distintos lugares del cuerpo con instrumentos punzo cortantes de variopinto tamaño, el uso de cigarrillos y sopletes para llagar a fuego la piel, el aplastamiento de los dedos del pie a punta de martillo y otras linduras que van dejando a las chicas en calidad de despojos sangrantes. Esto, alternado con las explicaciones directas a cámara por el director, la productora y el camarógrafo que explayan sus disparatados criterios acerca del arte y del sentido estético-dramático de las sevicias.

Nada, en este primer pliegue de los varios que incluye la puesta, es sugerido ni dejado a la fantasía, todo se muestra en detalle, generalmente en primerísimo primer plano, exponiendo la pericia de los encargados del maquillaje para que la impresión de realidad sea contundente. O sea para que el kétchup dé la impresión de cosa distinta.

La idea, confusamente entrevista, consiste al parecer en señalar los encontronazos entre los dichos y los hechos, o bien puntualizar que cualquier cosa puede supuestamente ser justificada en teoría a título de procurar una forma de expresión personal. Se intuye cierto sarcasmo en esa manera de construir el relato. Por lo demás, las bizarras explicaciones del trío extienden la burla a los desvaríos de quienes se escudan en tales exploraciones de los límites, haciendo de la irresponsabilidad forzado sinónimo de una supuesta libertad frente a los cánones instituidos. Por último, quiero entender que es el propio desborde “gore” de tanto emprendimiento reciente, tipo Viernes 13 y asuntos peores el blanco querido de la sorna circulante en el manejo de las situaciones.

El problema está en la distancia entre el ruido y las nueces, ergo entre las intenciones y los logros reales. Si los insistentes encuadres sobre cortes, heridas sangrantes, quemaduras, sudores y muecas de dolor apuntaban al rechazo visceral del espectador, la saturación acaba neutralizando todo efecto y atrayendo a lo sumo una mirada distraída, pero más posiblemente una reacción al borde de la indiferencia, neutralizando de paso en buena medida las restantes aristas críticas y dando lugar a un discurso confuso donde todo lo que aparenta ser no es y las interrogantes volcadas hacia afuera terminan replicando sobre el propio interior de la propuesta.

Exhibicionismo
Suponiendo que la premisa apuntaba a poner en vilo el exhibicionismo y la frivolidad de una seudo actitud artístico-creativa del lado del hacer, tanto como el, a menudo, hipócrita rechazo a la manipulación de los instintos a través de una violencia convertida en espectáculo, del lado del ver, nada en el resultado final impide formular esos mismos cuestionamientos a la manera cómo tales propósitos han sido traducidos por medio de los recursos narrativos y figurativos empleados en la ocasión.

Existen en la película, lo decía, pliegues secundarios debajo de esta veta central, como las tontas sesiones de prueba con otras candidatas, que en términos formales se pautan visualmente mediante el uso de un encuadre más reducido y de tonalidades rojizas, contrastando con las azuladas del “verdadero casting”, con el cual alternan.

Pero esta segunda línea expositiva, como otras ramas menores que nada sostienen, carece del mínimo sentido en buena parte del relato. Y si bien cobra alguno cuando el desarrollo de la trama es objeto de varias vueltas de tuerca —que, en primera instancia, truecan los roles de víctima y victimarios, para al final en una forzada última sorpresa develar la verdadera identidad del factótum detrás de las bambalinas de todo el asunto—, a esas alturas ya el daño a la consistencia del resultado es irreparable. Así, los juegos del guión no consiguen empalmar de manera convincente con las secuencias precedentes, apareciendo como juegos precisamente, o sea como artificios dramáticos desenganchados de todo lo anterior.

Sería injusto cerrar esta crónica sin haber hecho mención a la solvencia exhibida en el manejo de varios rubros técnicos, la fotografía en primer lugar, adecuadamente contrastada de acuerdo con la atmósfera que se quiso imprimir al relato. También las interpretaciones sobreviven al exceso, manteniéndose dentro del límite de lo admisible o creíble, tarea no exenta de mérito, puesto que el global conspiraba en contra.

Están por último algunos ya mencionados aciertos de guión que pudieron tener distinto relieve en un relato mejor estructurado y más claro en su direccionamiento, porque, se sabe, la evidencia consta en casi todo lo que pasa por las pantallas locales actualmente: el mayor virtuosismo técnico por sí solo no hace ni remotamente una buena película.

Ficha técnica

Título: Casting. Dirección: Denisse Arancibia y Juan Pablo Richter. Guión: D. Arancibia, J.P. Richter. Fotografía: J.P. Richter. Edición: D. Arancibia. Música: Alejandro Flores. Sonido: Manix Villegas. Postproducción: Álvaro Manzano. Producción ejecutiva: Bernardo Arancibia, D. Arancibia, J.P. Richter. Intérpretes: Daniela Lema Pabón, B. Arancibia, Carmencita Guillén Ortúzar, Diego Revollo, Vanessa Vargas. Bolivia /2010.

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