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viernes, 18 de marzo de 2011

Ventajas y desventajas de ser cochabambino

“Junta compromiso, pero con talento. No es un panfleto, es una buena película”. La frase es del prestigioso crítico de cine Carlos Boyero (El País de España), y resume lo que se puede decir de “También la lluvia”, filme que llega hoy a las salas comerciales de Bolivia. La esperada cinta de Iciar Bollaín viene precedida de elogiosas reseñas de la prensa extranjera, cuyos autores, como Boyero, han destacado la puesta en escena de una trama altamente política, que sin embargo no cae en visiones maniqueas de los hechos históricos que refleja: la conquista española (1492) y la Guerra del Agua en Cochabamba (2000).

Subrayo la palabra “extranjera”, pues el cinéfilo de afuera tuvo una ventaja/desventaja con el largometraje que ganó tres Goya y el premio del público de la Berlinale, entre casi una veintena de galardones. Me explico: -ya lo dijo nuestro colega Andrés Laguna- es muy difícil ver la película siendo boliviano -peor cochabambino-, sin la tentación de juzgar la verosimilitud de lo que la directora española y el guionista (el escocés Paúl Laverty, marido de la primera) nos quieren contar. Es asimismo dificultoso no sentirse interpelado afectivamente con lo que aparece en la pantalla grande, durante hora y cuarenta minutos. El solo ver en una producción de tan alto vuelo -con alrededor de 3 mil actores y técnicos bolivianos- a las calles que atestiguaron la vida de uno, trajinadas por “caras conocidas”, provoca la sensación de estar ante un documental (le pasa al mismo Juan Carlos Aduviri, el boliviano que, junto al mexicano Gael García Bernal y el ibérico Luis Tosar, protagonizan la obra).

Resulta entonces ventajoso asumir que la historia de un director de cine (García) que viene al país para recrear la llegada de Cristóbal Colón a América en una película, viviendo un conflicto social que estalla en tal afán, es la proclamada ficción. “También la lluvia” tiene momentos maravillosos cuando es posible despojarse de la sensibilidad por la identificación, y contemplar así genialidades como una escena del principio, en la que los actores que van a interpretar a Colón y sus huestes practican e improvisan sus líneas frente a una impasible mesera, que les mira con un recelo natural y suficiente para contagiar más de 500 años de opresión indígena.

Y ya que hemos entrado en el tema político, si algo se debe destacar del filme es su riqueza de lecturas críticas y descolonizadoras de los sucesos. “Os haremos esclavos, dispondremos de vosotros a voluntad, nos apropiaremos de vuestras posesiones, les causaremos tanto dolor como podamos”, le dice un gigante Karra Ejalde a Aduviri, el primero en el rol del “descubridor”; el segundo como un rebelde líder indígena taíno. Frases como ésta, claramente de la mano de Laverty (el iconoclasta guionista del cineasta inglés Ken Loach), sintetizan la sanguinaria conquista. Sin embargo, como la denuncia profunda no se queda en el cliché, la cinta ofrece un incisivo aparato visual de los hechos reconstruidos: el levantamiento de una enorme cruz católica por los “extras”, el cercenamiento del brazo de un indígena que no cumplió con el impuesto, la impotencia de una madre perseguida por los perros de los barbudos). Y hay mucho más. “También la lluvia” cuestiona de modo certero las caridades que tuvieron algunos de los ibéricos (como Bartolomé de las Casas, magistralmente interpretado) y hasta ese nauseabundo interés que suelen tener los extranjeros cuando se topan con algo tan “exótico” y “folklórico” como Bolivia.

Ahora bien, si uno opta por la desventaja de ser cochabambino, se encontrará con demasiado didactismo o, por el contrario, apresuramiento de Bollaín y Laverty para contextualizar la Guerra del Agua. Aún así, la verosimilitud de la ficción, vaya paradoja, está garantizada. El largometraje expone con solvencia -no en vano sus autores se la pasaron diez años en el proyecto consultando a los involucrados- las formas comunitarias de organización social en Cochabamba, sus luchas de rechazo al abuso de una transnacional y su sempiterna humillación por los poderosos. Aparte de los bien dirigidos extras (cosa rara para el cine nacional post Jorge Sanjinés) y de Aduviri (ver recuadro), no se puede sino sentir orgullo por la madurez a la que han llegado actores bolivianos como Jorge Ortiz (el prefecto de la época) y Luis Bredow (un jefe policial), con papeles cortos pero muy profesionalmente logrados.

Datos.

En Cochabamba

Filmada en 2009 durante nueve semanas (en la ciudad de Cochabamba y Villa Tunari), “También la lluvia” es una película de Morena Films (España), en coproducción con Francia y México. Por la inversión y despliegue de recursos, es la producción más grande hecha en el país.

Producción local

El servicio de producción local estuvo a cargo de Londra Films P & D, cuyas producciones anteriores incluyen “La cacería del nazi” (Francia) y “Che II: Guerrilla” (también de Morena Films. El despliegue para reseñar dos contextos históricos diferentes (la época de la conquista española y la Guerra del Agua), incluyó la participación de más de 3 mil extras y técnicos del país.

Sinopsis

“También la lluvia” es la historia de dos amigos que están rodando una película en Bolivia. Sebastián (Gael García), el director, está interesado en reflejar la verdadera historia de Cristóbal Colón. Por otro lado está Costa (Luis Tosar), el productor y amigo de Sebastián, quien quiere apurar el filme.

Aduviri, el verdadero protagonista

Cierto es, lo dijeron antes críticos y hasta productores, que el verdadero protagonista de “También la lluvia” es Juan Carlos Aduviri. El alteño (activista de las protestas contra la multinacional y caudillo indígena en el filme) tiene un papel más breve que el de Gael García (quien innegablemente queda en el limbo) y Luis Tosar (tan potente como en “Celda 211” o “Los lunes al sol”), pero sus intervenciones, por su aguerrida naturalidad, se comen la película. Incluso en sus silencios, Aduviri transmite la antigua resistencia indígena frente a sus conquistadores (de antes y ahora). El alteño, nominado al Goya a mejor actor revelación y ganador de un premio en Francia, dispara miradas y actitudes que hacen carne la rebelión de un pueblo, el amor de un padre o la cotidianidad de un obrero. Su elección, así como la de la pequeña Milena Soliz (su hija en la cinta) son sin duda un atinado mérito del cásting nacional, dirigido por Rodrigo Bellott (“Dependencia sexual”).

El acierto es sin embargo uno más -paralizar el centro de la ciudad para una película no debe ser cosa sencilla- del esforzado equipo nacional de producción que, encabezado por Gerardo Guerra y Glenda Rodríguez, ha venido demostrando sobradamente (desde “La cacería del nazi”), que en Bolivia es posible hacer cine del más alto nivel.

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