Tras alcanzar con gran esfuerzo el papel estelar en el Ballet sinfónico de Tchaikovsky, El lago de los cisnes, Nina es comprometida a encarnar tanto a Odette, la blanca reina cisne (la mujer virginal, inocente y pura); como a su hermana gemela Odile, el cisne negro, quien le arrebata el príncipe novio (Sigfrido) que es objeto del deseo de ambas, recurriendo a su sensualidad y al lado oscuro de sus pasiones (la mujer capaz de envidia, engaño, promiscuidad y odio).
La poderosa identificación con el doble personaje a representar excede la frágil estructura psíquica de la bailarina y se torna destructiva, como si una enfermiza e irremisible fuerza se apoderara de su cuerpo; al tiempo que se precipita en una relación paranoica con su personaje opuesto, encarnado -en paralelo al drama subjetivo- por la bailarina alterna. El desenlace se forja en una progresiva tensión de suspenso, erotismo y extrañeza.
El filme dirigido por Darren Aronofsky recrea con originalidad el ancestral tema del doble, ya presente en el mito de Narciso que se ahoga al tratar de coger su imagen en el agua, de la que se había enamorado y; en obras literarias como El Retrato de Dorian Gray de Óscar Wilde, El doble de Dostoievsky o El Horla de Guy de Maupassant.
La ficción intenta describir ese inquietante encuentro con un otro idéntico cuya visión cautiva, estremece y aterra, en tanto provoca la certidumbre inconsciente de la inminente sustitución / destrucción del yo. El relato oscila entre la alucinación y la duplicación especular.
El significado psicoanalítico del doble fue abordado por Otto Rank en 1914 en un trabajo en el que analiza la filmografía de su época y varios textos literarios para mostrar que, al significado de muerte asociado a su aparición, se le sobrepone el amor por sí mismo o por otro idéntico.
El enamoramiento narcisista es vivido con temor, odio y repugnancia al doble desatándose un imponente egoísmo que incapacita para el amor y pervierte la vida sexual. Resulta claro que tal vínculo es ambivalente, porque a la vez que cautiva al individuo en una compulsiva pasión autoerótica donde se imagina inmortal, lo precipita en una creciente tensión agresiva que acarrea su perdición.
La angustia del yo, “perseguido” por su doble, recuerda las prácticas de desdoblamiento: algo que debería estar dentro, se ve fuera. Pero, ¿por qué ocurre esto? Una consistente respuesta fue la hipótesis de Lacan al explicar la constitución del yo: en su teoría del estadio del espejo plantea que el infante de seis a 18 meses se aliena en la imago materna (matriz original), en tanto es una configuración integrada. Para que ello ocurra, el niño debe ser objeto del deseo de esa madre pues sin este reconocimiento no deviene sujeto. (')
Este tipo de vínculo aparece, con diferencias de grado, en todas las patologías narcisistas como las melancolías, las homosexualidades, las psicosis y las perversiones. Concluyamos, la relación con el doble, ratificando los hallazgos de Rank, no sólo ilustra el destructivo amor por sí mismo y el origen homosexual de la paranoia; sino que enmascara la duplicidad del yo y hace de la conciencia un señuelo unitario que se complace en la imagen ideal que tiene el ego de sí mismo y por el que pretende desconocerse en las maniobras que despliega ante el otro, entre ser y parecer.
El doble expresa la identidad duplicada del yo, porque en su más hondo cimiento, se construye sobre la madre que da la vida, da el amor; pero también sobre la que es mortífera -en tanto que desea- pues al ser el deseo una pasión inútil, deviene un destructivo deseo inconsciente de aniquilación del otro.
El filme El cisne negro repone el mítico motivo en el actual contexto artístico de Nueva York. Allí, la despiadada competitividad entre los jóvenes artistas por lograr papeles estelares demostrando capacidad de alcanzar la perfección a cualquier precio, denuncia el efecto desquiciador de una trastornada sociedad que sólo reconoce como sujetos a los que inmolan su intimidad en aras del éxito.
Sin embargo, al reverso del logro de una imagen de perfección artística, aparece un laberinto subjetivo cada vez más deteriorado, propio de muchos artistas: depresión ansiosa, regresión a estructuras inconscientes arcaicas como el narcisismo, el autoerotismo y la paranoia; un goce sexual desbordado de agresividad y mandatos; anorexia, hábitos autodestructivos, pruritos, tics; relaciones posesivas de co-dependencia y; una necesidad de reconocimiento que clama con sórdidas pulsiones infantiles.
La escena inicial del sueño prefigura el drama que vivirá la bailarina y, en la misma línea, la trama fusiona la realidad consciente y la realidad alucinatoria de la protagonista. En las escenas con los espejos, ella se multiplica y aliena en la imagen de sus dobles: la bailarina excluida y la elegida como su alterna, en una aguda sutileza del director artístico para aumentar la presión y llevarla al límite de su entrega superando todas sus barreras psíquicas.
“Las escenas que impactan por su crudeza remiten al público -en una suerte de realismo onírico- a la grotesca vivencia del propio narcisismo inconsciente”.
Ambas, cual anverso y reverso, explicitan en sendos encuentros la puesta en acto de sus más abyectos deseos hasta hacerla vomitar y orillarla al crimen paranoico. La progresiva destrucción/transformación de su cuerpo va de la mano con la angustia y el dolor de alcanzar la perfección.
La consumación del cisne que “canta (baila) antes de morir”, conlleva el dolor del éxtasis de lo sublime, pero es también la agonía de muerte por la herida asestada sobre sí misma creyendo ser la otra, ésa cuyo espectro apuñala. La música de Tchaikovsky aporta la intensidad y el crescendo de la fatalidad, la sonoridad del encanto estético, la escenografía que figura las fuerzas contradictorias de la naturaleza y la fluidez de una danza ritual que alcanza el culmen de la perfección, en la muerte.
Las escenas que impactan por su crudeza remiten al público -en una suerte de realismo onírico- a la grotesca vivencia del propio narcisismo inconsciente, cuya significación alucinatoria sólo se comprende a posteriori como muchas circunstancias de la película.
Al analizar ésta como un mal sueño, el espectador entrevé que las dos mitades opuestas de la mujer, aquí representada, constituyen la muestra de la posición del objeto amado y el deseo, uno en relación al otro, duplicándose sobre sí misma.
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