Frozen, el reino del hielo, es un excelente musical con el que Disney vuelve a convertirse en un clásico de la Navidad.
Para muchos de nosotros uno de los mejores momentos de nuestra infancia era cuando nuestros padres nos llevaban al cine (generalmente por Navidad) a ver un nuevo musical Disney perteneciente a lo que más tarde se conocería como la Segunda Edad Dorada de la compañía. La Sirenita, Aladdin, La bella y la bestia... Son títulos que forman parte de nuestro imaginario y nuestra memoria sentimental más inflamable. Hasta que un día la magia, ¡bluf!, se evaporó... Porque crecimos y perdimos la inocencia, pero sobre todo porque el estudio entró en una profunda crisis de identidad que se vio agravada cuando apareció la animación digital de la mano de Pixar. Cuando murió su fundador, Walt Disney, les ocurrió algo parecido. La solución, como ahora, fue dar paso a una nueva generación de artistas que entendieron que la clave era recoger esa tradición maravillosa y adaptarla a los nuevos tiempos. Es decir, que lo nuevo es una cuestión de forma pero no de fondo. En ese sentido, Frozen, el reino el hielo funciona como una excelente puesta al día del canon que recoge las mejores esencias de los clásicos Disney y las envuelve en una deslumbrante animación digital.
Uno de los mayores retos de Frozen era apostar por dos conceptos aparentemente tan poco atractivos para el público de hoy como los cuentos de hadas y los musicales. El filme está basado libremente en el relato La reina de las nieves, de Christian Andersen.
Por lo demás, en Frozen se invoca parte de la magia, la poesía y la oscuridad del Disney de Blancanieves.
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