El viento sopla como de costumbre en el paisaje agreste del territorio chipaya. Allí, en ese medio de la nada, sigue viviendo Sebastiana, la indígena que con 10 años de edad protagonizó el documental del realizador Jorge Ruiz que lleva su nombre. Corría 1953 cuando la producción empezó a ser proyectada. Hoy, seis décadas después, el tiempo parece haberse estancado en esta comunidad de la cultura uru-chipaya del departamento de Oruro. Como si nada hubiera cambiado.
Sebastiana Kespi ya tiene 74 años y en las últimas semanas volvió a ser noticia tras que le otorgaran el Premio Nacional de Gestión Cultural “Gunnar Mendoza”. El reconocimiento la “obligó” a viajar hasta La Paz, donde el Ministerio de Culturas y Turismo le hizo entrega de una medalla de oro, un diploma de honor y Bs 40 mil, monto que sería destinado a la compra de comida, según dijo en la ocasión la longeva mujer que aún conserva la sonrisa de niña ingenua de aquel filme antropológico.
Parte de la narrativa de aquella película que ganó premios locales e internacionales tiene como situaciones de conflicto la pobreza y el abandono en el que viven los descendientes de los Urus, uno de los pueblos más aislados que habitaron parte de Bolivia, Perú y Chile, situación que por las declaraciones de la anciana, se mantiene intacta. De hecho, en su humilde vivienda, un camastro con unos retazos de tela encima, unas fotografías y recuerdos que van y vienen son los únicos bienes de Sebastiana, que hasta ahora solo ha recibido como premio por su aporte cultural medallas y agasajos que no lograron dar vuelta la página de una vida de sinsabores, hacia una más digna y llevadera.
El viaje al milenario pueblo de Chipaya, en busca de aquella “estrella” cuyo resplandor empieza a extinguirse, es largo y agotador. Varios caminos se bifurcan hacia esta comarca, como los destinos que Sebastiana no logra hallar en sus más de 70 años de bregar por mejores días. Ella continúa vestida con su traje típico de uru-chipaya; sentada y encorvada en la grada de una casa de su pueblo, esboza su amable sonrisa, y pide ayuda para ponerse de pie. Sus palabras de bienvenida son: “¿Me llevan a Oruro?, quiero ir a La Paz con mis nietos, no conocen la ciudad, y a visitar al hijo de Jorge Ruiz”.
Sebastiana es todo un personaje del mundo del cine boliviano, un miembro importante de una de las culturas más antiguas de Bolivia y tal vez del mundo, que habla puquina (su lengua principal), aymara y español. El hogar donde vive tiene tres pequeñas habitaciones con pisos de tierra, donde los cuartos respiran pobreza y miseria extrema. En la pieza donde duerme, sobre un catre con cueros de oveja como colchón y en medio de ropas esparcidas, también se encuentran algunas bolsas de arroz y quinua; los otros dos ambientes guardan una cocina inservible, una bicicleta vieja, más cueros de oveja, algunos cajones y fotografías de ella y su esposo (ya fallecido), todo completamente cubierto por el polvo.
El “vivir bien” nunca ha llegado a su vida, pese a que el vicepresidente Álvaro García, en julio de este año, prometió “una vivienda para Sebastiana”, afirma uno de sus familiares. Parientes y pobladores del lugar piden también un sueldo para ella, porque gracias a la entonces chiquilla de trenzas largas y cachetes quemados por el sol, Chipaya es conocida no únicamente en Bolivia sino en el mundo.
“No, no me ha ayudado en nada lo que he actuado de chiquitita. Mi vida tampoco ha cambiado, aquí siempre he vivido pasteando mis ovejitas y produciendo quinua para comer; ahora quiero ir a La Paz y encontrarme con su hijo (de Jorge Ruiz), se llama Guillermo; ‘estoy viniendo a visitarle’, le voy a decir”, comenta con una risa picaresca de por medio.
Un vago recuerdo asoma a su mente y dice que sus padres Carolina Mamani y Paulino Quispe, y su profesor, la han “prestado” para que actúe en la película. “Pero desde que se ha filmado no me han ayudado en nada, ha terminado la película y se acabó, ahora quiero viajar, como a Francia. Más o menos en el 2000, la Embajada de Francia nos ha invitado a mí y a mi marido, he bailado y cantado, mi esposo ha tocado el pinquillo, me han entrevistado, he dicho que soy de Chipaya y de Bolivia y después se ha proyectado la película”. ¿Qué es lo que más recuerda del filme que la hizo famosa? Tras un momento de silencio, como tratando de retroceder más de medio siglo hasta la experiencia vivida, rememora que en la película ella era pastora, como lo sigue siendo en la vida real, “eso no ha cambiado”.
También habla del niño aymara con quien actuó (no recuerda el nombre), de su abuelo Esteban que “fallece” en la película cuando la buscaba, secuencia en la que dice haber “llorado de verdad, porque ha muerto mi abuelo, me han dicho que llore y he llorado”, comenta hoy sonriendo. Asimismo, se refiere a otros miembros de su comunidad con quienes actuó en el documental, como Irene Lázaro, Esteban y Paulino Lupi.
Mientras, su yerno, Augusto Felipe Mamani, lamenta que, pese a las promesas, su suegra haya sido abandonada por el Gobierno y las autoridades departamentales y locales. También reclama que ella debía tener un sueldo por haber actuado en una película, “por eso se pone a llorar y se amarga; sus 20 ovejas son su ocupación de todos los días”.
“Ya está cansadita, pero de buena salud; necesita apoyo y un sueldo mensual para que no le falte comida; y lo que el Vicepresidente le ha prometido de construirle una vivienda a Sebastiana, tampoco se ha cumplido hasta ahora, ni saben las autoridades de vivienda social. Hasta hace algunos años, ella se iba a Iquique y Antofagasta (Chile) a trabajar en las chacras para producir hortalizas, traer dinero para comprar arroz, azúcar, fideo, ahora ya no puede, ya está viejita”, cuenta su pariente político.
En la comunidad, Sebastiana es muy respetada y querida, “pero está muy sola, camina por las calles solita desde que murió su esposo, a veces la encontramos llorando, por las noches visita las casas de sus amigas y se queda a dormir porque tiene miedo enfermarse y que nadie la ayude; necesita compañía y también un buen sueldo”, coinciden su vecina Genoveva Quispe (43) y una de sus amigas, la anciana Isabel Lázaro (80).
Chipaya es una población y municipio rural indígena de la Tercera Sección de la provincia Sabaya de Oruro. Este municipio, creado por Ley del 16 de septiembre de 1983, es habitado por familias ubicadas de manera dispersa en una inmensa pampa y está conformado por los ayllus Aranzaya, Mananzaya, Vistrullani y Ayparavi. Por mandato del Referéndum del 20 de noviembre, el Estatuto de la Autonomía Originaria de la Nación Uru Chipaya fue aprobado y entró en vigencia tras la entrega del cómputo oficial del referéndum que representó un 77% de votos. Las autoridades trabajan actualmente en el nuevo autogobierno indígena, según las disposiciones transitorias del Estatuto.
Pero estas son normas que la anciana desconoce y tampoco le preocupan. Ella ha visto transcurrir el tiempo sin que su realidad ni la de los suyos mejore. En el filme, Ruiz cuenta una peculiar historia de afirmación de identidad étnica y cultural, al tiempo de descubrir una relación de dependencia y opresión entre pueblos del altiplano. En su libro La aventura del cine boliviano, Carlos Mesa describe a Vuelve Sebastiana como una visión de las relaciones sociales tan opuestas en la historia del país. Una realidad que, como lo demuestra la vida de esta anciana mujer, ha cambiado casi nada.
La niña actriz
- Sebastiana Kespi o Quispe Mamani, nació en 1942 en Chipaya. Sus padres fueron Paulino Quispe y Carolina Mamani.
- Estudió en la escuela de su comunidad hasta el tercer grado de primaria, donde aprendió castellano.
- En 1953, cuando apenas tenía 10 años, actuó en la película documental Vuelve Sebastiana, galardonada en el II Festival de Cine Internacional SODRE, Uruguay, en 1956.
- Se casó con Benigno Alave que falleció hace ya 10 años.
- Tiene dos hijos, Benedicto que vive en Antofagasta, Chile, y Emiliana que radica en Chipaya.
- Actualmente vive con su hija Emiliana, su yerno Augusto y sus cuatro nietos.
- También tiene nietos que viven en Antofagasta, algunos ya casados que le han dado bisnietos.
Película antropológica
Vuelve Sebastiana es un cortometraje documental que visibiliza la vida en la milenaria comunidad de Chipaya, asentada en la cuenca del río Lauca de la provincia Sabaya del departamento de Oruro.
Sebastiana, una niña de 10 años dedicada al pastoreo, fue elegida para ser la protagonista de la realización dirigida por el entonces joven cineasta Jorge Ruiz.
La obra narra cómo la curiosidad de la pequeña, la lleva a dejar su tierra y penetrar en el pueblo vecino de los temidos aymaras, que en tiempos remotos los habían sometido hasta el aislamiento. En su caminar conoce a Jesús, un niño aymara con quien hace amistad. Como él no regresa, la comunidad y su abuelo Esteban la buscan para convencerla de que vuelva; en ese afán, el abuelo enferma y en medio de su agonía pide a su nieta volver a la comunidad.
Sebastiana llega a Chipaya y pide ayuda al pueblo para socorrer al abuelo enfermo, quien no logra resistir y fallece en el rescate. El filme termina en un ritual ancestral del entierro del viejo Esteban, para mostrar que tras la muerte se vuelve al seno de la Madre Tierra.
La película ganó en 1956 el Premio Festival de Cine de la Alcaldía Municipal de La Paz. En aquel año también se hizo acreedora a otro galardón, esta vez en el ámbito internacional, en el II Festival Internacional de Cine Documental y experimental del SODRE en Montevideo, Uruguay, en la categoría Film Etnográfico-Folklórico.
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