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lunes, 10 de julio de 2017

´Gru 3. Mi villano favorito´: Acción, diversión y un malvado memorable

Un villano embutido en un traje morado torero y con hombreras que masca terribles chicles, un pueblecito de la costa del Sur de Francia (ficticia), un millonario hortera y encantador, un diamante del tamaño de una sandía, acción, carreras, su dosis de ternura, su pizca de adultez frente a infancia, y su bocadito de debate interno.

Todo esto, cocinado en la excelencia técnica ya habitual en las grandes pelis de animación, se puede encontrar en Gru 3 Mi villano favorito, la tercera entrega del ¿ex villano? calvo de los adorables esbirros amarillos. A los seguidores de Gru les gustará, los seguidores de los Minions los echarán un poquito (solo) de menos y los amantes del cine de animación en general la disfrutarán sin mayor complicación. Y los nostálgicos cazarán los suficientes guiños.

Tiene Gru 3 varias escenas muy divertidas, empezando por la primera, en la que el malo (malísimo) Balthazar Bratt, un personaje memorable, comete su primera maldad. Es un malo que pelea bailando éxitos de los 80, su infancia dorada, de la que proviene también su cuestionable peinado (¿se acuerdan de Desireless, la de Voyage, Voyage?) y su más que cuestionable vestimenta (cuello alto, mitones, bombachos, zapato blanco).

El primer cara a cara con Gru, que marcará el resto de la película, es antológico. También el paseo por la costa en el "villanomóvil de papá" del protagonista y su recién descubierto hermano millonario melenudo Dru, otro alarde de técnica al servicio de una desbordada imaginación. Y, por supuesto, la secuencia final, sobre las colinas de Hollywood, con mucho chicle e ingenio a raudales. Mención aparte y destacada merece la secuencia en la que los Minions se convierten en los amos de una terrible prisión.

A todo esto se añade un argumento sencillo, recomendable para niños desde los cinco añitos, en mi opinión. Eso sí, con los suficientes recovecos -las dudas de Gru sobre la villanía, el mal crecer de Bratt, el afán maternal de Lucy, los primeros escarceos amorosos de Margo, la lucha entre la fantasía y la realidad de Agnes- como para satisfacer paladares más adultos. Por no citar la banda sonora M80 que acompaña al malo de las hombreras o esos guiños a los ochenta en forma de canciones, bailes o escenas de series con efectos especiales de chiste.

La única pega que puedo poner a la peli es el doblaje. Acaba uno con una especie de sobredosis de Florentino Fernández, que dobla a los dos hermanos, pero el que sale peor parado es el de Patricia Conde. Si se puede optar por la versión original, yo lo haría.

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Vamos? Sin duda, sí, vamos. Porque se pasa bien, a ratos muy bien, porque está bien hecha, porque no es larga -al revés, se hace corta-, porque están los Minions, porque ya no hay cole, porque nos embarga la nostalgia ochentera, aunque nos avergüence… No hacen falta excusas.

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