Doña Laura (nombre ficticio) está decidida a abandonar el negocio de la piratería de cine. No ha sido una decisión fácil ni mucho menos. Después de todo, ha dedicado 15 de sus 39 años de vida a vender copias ilegales -en VHS, VCD, DVD y Blu-Ray- de películas y otros productos audiovisuales, en un puesto callejero de la calle Gral. Achá que le pertenece desde hace 25 años. Quince años a lo largo de los cuales ha permanecido jornadas enteras, de lunes a sábado, atendiendo a clientes, eventuales o crónicos. Quince años en los que ha debido hacer frente a las varias tentativas de desalojarla por la fuerza. Quince años en los que ha encontrado en la piratería de cine el sustento económico para su vida y la de sus dos hijos. Quince años en los que ha aprendido a enamorarse de las películas, en especial de las clásicas... Aun así, la decisión ya está tomada: va a dejar la piratería.
LAS RAZONES
Acomodada en el taburete desde el que controla su puesto de venta, doña Laura se sincera y no teme confesarme los pormenores de su decisión. Algo tendrá que ver el que nos conozcamos desde hace casi 10 años, en calidad de caseros, ella para la venta y yo para la compra. Un lapso en el que, si la memoria no me falla, sólo dos veces hemos intercambiado palabras que trasciendan la circunstancial transacción. La primera fue no hace mucho, cuando, tras un largo viaje, se alegró de que volviera a visitarla y me interrogó sobre las razones de mi prolongada ausencia. Y la segunda es la que, a raíz de mi pregunta sobre cómo anda el negocio, acaba de producir la confesión de que pretende abandonarlo.
“Lo voy a dejar, casero, porque ya no se gana. Hay demasiada competencia y cada vez se vende más barato”, afirma. “Mi hermana me ha convencido de que cambie de una vez de mercadería”. El rubro al que piensa trasladarse es el de los teléfonos celulares y sus accesorios, en el que, a decir de su hermana, habría muchas más oportunidades de ganancia. Con esta justificación se revela como una más de las víctimas de la crisis de rentabilidad que ha desatado la masificación del negocio y la consecuente devaluación de las películas en DVD.
A la frialdad de estas explicación sobreviene la pena, cuando anuncia que, antes de retirarse de la piratería, pretende rematar todo el material que tenga almacenado, incluidas esas copias de cintas clásicas -sobre todo, estadounidenses, mexicanas e italianas- que han sabido ganarle el aprecio y la fidelidad de tantos cinéfilos. Calcula que le quedan menos de 10 de estos clientes asiduos, en su mayoría adultos mayores, a quienes también ha llegado a apreciar. También se acuerda de uno ya fallecido, para el que solía llevar los discos hasta su domicilio. “Como no podía salir por su edad, me llamaba y se ofrecía a pagarme el taxi para ir hasta su casa”, cuenta. “Claro que yo me iba en micro y me ahorraba el dinero que me daba para taxi”, confiesa, sin ocultar una risa pícara.
LA PREMONICIÓN
La exposición de las razones que la llevan a abandonar la piratería le trae a la memoria la sentencia de un antiguo Intendente Municipal, uno de los varios a los que sobrevivió, quien habría pronosticado el declive de la venta ilegal de filmes. “Me acuerdo bien que nos dijo: ‘ustedes mismos se van a matar entre vendedores, por la competencia”, recuerda. “Y ahí está: justo eso está pasando”.
La triste evocación de la premonición de aquel Intendente coincide con la llegada de la hija mayor de doña Laura, a quien, antes de dejar libre para el encuentro familiar en plena acera, sólo atino a preguntar por los años que lleva dedicada a la venta de audiovisuales. “Deben ser como 15 años”, calcula. “Casi la edad de mi flaca”, añade, en referencia a su hija adolescente, a la que no tarda en abrazar. Interpreto el gesto familiar como una señal para marcharme. Mientras camino caigo en cuenta de que, durante los casi 30 minutos de charla, la casera no recibió a ningún otro cliente. Asumo que debe ser nomás cierta la crisis a la que atribuye su decisión de dejar la piratería. Vuelvo nuevamente la mirada hacia el puesto, buscando encontrar a algún comprador al que mi dilatada presencia pudo haber ahuyentado. Pero el panorama no ha cambiado: enfundada en un jean, una blusa manga larga y un chaleco de lana para combatir el frío invernal, doña Laura se aferra a su flaca, recién llegada del colegio, sin cliente alguno a la vista.
LA CALLE
Unos días más tarde, vuelvo a buscar a la casera para saber si no ha cambiado de parecer. Me aclara que está aún más resuelta a abandonar la venta de DVD piratas. Tanto es así que ha visto por conveniente ofertar casi todo su material disponible en bolsas de plástico, y no así en las típicas cajas de plástico, con el ánimo de venderlo a un precio más bajo y en el menor tiempo posible. Eso le permitiría cambiar de rubro en un par de semanas más.
Eso sí, sea cual fuere la mercadería que maneje, permanecerá en el mismo lugar que ocupa ahora. El puesto es legalmente suyo. Paga patentes por él desde hace 25 años. No siempre lo empleó para vender películas, desde luego. Al principio lo usó para ofrecer chocolates, luego cambió a los casetes de audio y de ellos a los VHS de videos infantiles y los VCD, DVD y Blu-Ray con películas. Estos dos últimos son los que siguen conviviendo en el ajustado anaquel de fierro que monta cada día para la exposición de sus productos.
Ella no es para nada ajena a los cambios tecnológicos ni reacia a adaptarse a las condiciones que impone el mercado. Ahora mismo, mientras me habla, no para de introducir discos de DVD con sus láminas en pequeñas bolsas transparentes que luego venderá a 5 bolivianos por unidad. Lo hace con una disciplina y escrúpulo admirables, cual si se tratara de una delicada manipulación industrial. Sólo interrumpe la labor para atender a unos potenciales clientes: un adolescente empecinado en encontrar Monster University en calidad DVD (que no hay), una ensimismada mujer que busca videos de psicología evolutiva (que tampoco hay) y una joven que se lleva un par de discos de la serie La pequeña casa en la pradera. Para devolverle el cambio a esta última acude a su vecino, otro comerciante pirata que, a unos pasos de su puesto, vende discos musicales y que, huelga decirlo, es su pareja. “Ustedes se conocieron gracias a la piratería”, bromeo. “Podría decirse que sí”, me responde, entre risas, dejando exhibir su dentadura salpicada por el oro.
DUDAS
Casi una semana después, retorno al puesto de la casera, que apenas tiene tiempo para conversar. Los clientes no paran de llegar y de llevarse DVD. En sus contados intervalos libres, me hace una nueva confesión: ya no está tan segura de dejar la piratería. Cree que la estrategia de venta de discos en bolsas de plástico ha traído una nueva bonanza al negocio. No sabe cuánto vaya a durar, pero quiere aprovecharla al máximo. Después de todo, sabe que esto del comercio tiene ciclos buenos y malos. Y como para evitarle más explicaciones innecesarias, llegan dos nuevos clientes.
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