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domingo, 28 de julio de 2013

El cine boliviano entre aguas mansas y bravas

La piratería es un tema sumamente delicado para los cineastas bolivianos. Por ejemplo, se sabe que Jorge Sanjinés es muy celoso de su obra, que es muy cuidadoso cada vez que se proyecta una de sus cintas, y corre la leyenda urbana de que, si se entera de que alguien las está comercializando ilegalmente, interviene con dureza. Aunque varias veces se ha anunciado que sus películas se editarían en diferentes colecciones, hasta hoy no existen versiones comercial legales de la obra del legendario director, salvo por la del corto Revolución que hace parte de la compilación Cine a contracorriente. Un recorrido por el otro cine latinoamericano, editada por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y Cameo, que es una verdadera rareza digna de coleccionistas. En una entrevista que nos concedió, Sanjinés reconoció que el extremo cuidado que tiene con sus películas y con los derechos de autor que las protegen se debe, principalmente, a que las ganancias que ellas producen sostienen económicamente a Ukamau.

Desde la irrupción de la distribución masiva de archivos de audio y video a través de canales al margen de la ley, varios realizadores nacionales han intentado llegar a acuerdos con los comerciantes irregulares sin mucho éxito. Tal vez el caso más interesante es el de ¿Quién mató a la llamita blanca?. Después del gran éxito de taquilla de la segunda película de Rodrigo Bellott, no tardaron en aparecer copias ilegales. Después de un intento poco eficiente por decomisar los DVD piratas, en 2007 los productores y distribuidores de la cinta editaron una versión legal, con extras, en buena calidad, a precio competitivo, y llegaron a un acuerdo con los comerciantes informales. En principio, la iniciativa fue un éxito y parecía ser el inicio de una nueva forma de vender y distribuir cine boliviano. Pero no fue más que un espejismo. Ninguna otra película nacional ha logrado acuerdos significativos con los informales.

Pero el tema no solamente es delicado porque afecta de manera directa a la remuneración de los artistas. La piratería ha transformado los hábitos de consumo del público en el mundo. Lo que implica un dilema mayor, en un país como Bolivia, con circuitos de distribución cinematográfica limitados, pobres y poco refinados, con una conexión a Internet deficiente y sin acceso a plataformas que ofrecen cine legal en streaming (forma de distribución multimedia), no es posible dejar de consumir piratería. Eso también afecta de manera directa a nuestros artistas, pues si quieren estar al día de lo que se está haciendo en el mundo, deben consumir arte en soportes ilegales. Ahí nacen dilemas éticos, muy difíciles de resolver, ¿Es coherente condenar a la piratería y al mismo tiempo consumirla?

Opinar y tomar una posición no es fácil para ningún realizador, en ninguna parte del planeta. Por ejemplo, cuando Alex de la Iglesia lo hizo, la polémica lo condujo a renunciar a su cargo como presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Para este reportaje nos pusimos en contacto con dos realizadores representativos del cine boliviano, que tienen una relaciones muy distintas con la piratería. Por un lado está Marcos Loayza, uno de los máximos representantes de lo que se conoció como el boom del 95, un realizador que vivió en carne propia el paso del celuloide al digital, un testigo de las transformaciones más radicales en la distribución y en la producción de películas. Por otro, Diego Mondaca, uno de los más prometedores realizadores del panorama actual, que en sus obras de mayor envergadura ha trabajado de manera casi exclusiva con tecnología digital y ha utilizado de manera eficiente las nuevas tecnologías, no sólo para la realización de sus obras, sino también para su difusión y su distribución.

Para Loayza, director de Cuestión de fe, la piratería “es una respuesta de la sociedad ante los márgenes tan altos de ganancia de los productos culturales, una manera de poder acceder al mundo de los marginados, pero también una manera de centralizar la producción”. Mondaca, director del premiado cortometraje La chirola, además destaca que “la piratería para los bolivianos fue una gran alternativa para acceder a lecturas, filmes y demás materiales educativos, que de otra manera no hubiera sido posible. No sólo por los costos, sino también por la variedad de títulos y autores con los que la piratería nos sorprende”. Aunque Loayza no cree que resuelva la deficiencias de los circuitos de distribución nacionales, Mondaca tiene una opinión radicalmente distinta, pues cree que además de haber resuelto los problemas, ahora lo que les corresponde a los cineastas es: “Apropiarnos de la piratería y lograr alianzas articulándonos en ‘sus’ sistemas de distribución, que son bastante efectivos y rápidos”. Mondaca está convencido de que: “Posibilita el acceso a la cultura. Como autor, me cuidaría más de los ‘distribuidores’, de las ‘editoriales’, quienes se creen dueños de la obra y hacen e hicieron peores daños”.

Tanto Loayza como Mondaca reconocen que la piratería ha afectado al público boliviano de manera importante. Según Loayza, gracias a ella: “Se han creado tribus de amantes del cómic, del hentai, del cine gore, entre otros”. Mondaca es un poco más general y asegura que lo hizo “más conocedor”. Gracias a la posibilidad de acceder a nuevos materiales, para el director de Ciudadela “ahora tenemos más referencias y así podemos tener mejores parámetros de comparación al momento de juzgar nuestro propio cine”. Pero no todo es una tasa de leche, al menos para Loayza que afirma algo que es muy interesante, sobre lo que se debe reflexionar: “Creo que hay un publico de cine arte que siempre trata de estar bien formado, que ahora se ve beneficiado. Pero hay otro que acentúa su dependencia a las majors”. Es decir, si bien ahora podemos consumir mucho más cine de calidad, la mayor parte de los espectadores sigue consumiendo el cine más comercial. Si bien los hábitos han cambiado, lo que más ha cambiado han sido los volúmenes de consumo. Así como ahora se puede consumir comida basura hasta la obesidad, también se puede consumir cine basura hasta el anquilosamiento mental.

Aunque ambos directores reconocen que consumen piratería, que principalmente compran películas de difícil acceso, ninguno de los dos reconoce tener contacto directo con piratas o algún tipo de convenio. Aunque Loayza confiesa que: “Nos reunimos un par de veces con el gremio, con pésimos resultados”. Para el director de El corazón de Jesús, la piratería “destruyó el mercado audiovisual boliviano y los márgenes de recuperación se bajaron a más de la mitad”. Puntualmente, su trabajo fue afectado de forma radical, pues “obliga a tener subvencionada la obra para no perder dinero. Se perjudica totalmente”. En cambio Mondaca cree que la piratería ha afectado a su obra: “Favorablemente. Hay que entender que la piratería no es necesariamente mala. Muchas veces no surge con el afán de ‘engañar’ sino más bien de “posibilitar el acceso a información. La Chirola, nuestro primer filme fue ‘autopirateado’ y las consecuencias fueron una amplia distribución de nuestra obra en todo el país. Luego nos volvimos a ‘autopiratear’ poniendo el filme en la web con acceso libre. Esto hizo aún más conocida la obra y nuestro trabajo, lo que posibilitó mayores éxitos para nuestro siguiente filme, Ciudadela”. En Loayza y Mondaca vemos dos formas muy distintas de relacionarse con la piratería y dos formas distintas de entender la distribución.

El cine nacional navega en las aguas de la piratería, su capacidad de supervivencia dependerá de no dejarse hundir y de utilizar sus corrientes para impulsarse.

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