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martes, 26 de diciembre de 2017

Star Wars: Los últimos Jedi El imperio contraataca de nuevo

Absolutamente genial ha sido el movimiento de la Galaxia desde que hace un par de años J.J. Abrams la resucitara con la aplaudida El despertar de la fuerza (2015). Si Rogue One (2016), por obra y gracia de Gareth Edwards, ya nos pareció una absoluta maravilla en su épico (y dramático) cruce entre la space opera y el bélico clásico -cómo recordaba a la magistral Los 7 magníficos del espacio (1980)-, ahora es Rian Johnson quién eleva un poco más los niveles cualitativos de la saga llevándola a unos niveles absolutamente sublimes.

Los últimos Jedi es la película que todo fan de Star Wars se merecía, un disfrute sin frenos que explota con inteligencia y oficio todo aquello por lo que la saga original acabó convirtiéndose en parte esencial de la historia del cine de entretenimiento: acción, drama, romance, comedia, fantasía, sacrificio, naves espaciales, sables luminosos y criaturas extraterrestres que arrasarán cuando salgan en su versión Funko.

Llama la atención el hecho de que este Episodio VIII venga "escrito y dirigido por Rian Johnson". Ni siquiera Abrams tuvo control absoluto del guion de su Episodio (todo era supervisado por Lawrence Kasdan), algo que hasta la fecha era exclusivo de George Lucas (por algo es el creador de todo esto), quien sí firmó en solitario los Episodios I, III y IV.

La confianza de Disney en Johnson -quien, al fin y al cabo, solo tiene tres largometrajes en su currículum, aunque dos de ellos son las bestiales Brick (2005) y Looper (2012)- debió ser de órdago tras leer su vibrante y emocionante guion para la continua expansión del universo Jedi.

Un claro acierto el apostar por un cineasta que controla a la perfección, ya no sólo la construcción narrativa de la obra en sí, sino el hábil manejo de las emociones (felices y amargas) en un contexto de pura fantasía espectacular.

Que en mitad de las muchas batallas que pueblan la película haya espacio tanto para el mínimo gesto dramático como para un gag fugaz (¡qué vivan los porgs!), son detalles de guion que engrandecen la película, pero donde se nota de verdad que Johnson lo parte es cuando en las largas y elaboradas set-pieces de acción -ojo a la que se desarrolla en el "salón rojo"- todos y cada uno de los movimientos de los personajes van perfectamente acompañados por el encuadre necesario.

Algo similar ocurre con las batallas en el espacio -viéndola pensaba: "¡esta sí es la verdadera guerra de las galaxias!"-, donde disfrutamos como enanos contemplando como destructores, cazas, naves y cápsulas de salvamento se disparan unas a otras en una carrera a la desesperada que es tanto un deleite tanto en términos plásticos como estéticos.

¿Qué significa eso? Que si bien la imagen funciona por su espectacularidad, lo que está bien, donde realmente lo parte es por su construcción dramática en términos, especialmente, de suspense narrativo.

Y es que Los últimos Jedi es realmente asfixiante (especialmente en su último tercio): una película que trata sobre la caza a la desesperada de los rebeldes por parte de un Imperio desatado y sanguinario -¿a nadie le recordó un poco al episodio piloto de Battlestar Galactica (2004)?- mientras en paralelo se siguen las historias personales del resto de personajes (Finn, Luke, Rey, Poe).

Así tenemos un gran marco de acción, en tensión desde el minuto cero, cuya resolución dependerá de las aventuras individuales de cada uno de nuestros héroes. Que todo eso cuaje con un ritmo in crescendo es sin duda digno de ovación. El mayor problema de El despertar de la fuerza eran las peligrosas similitudes que establecía a nivel argumental con La guerra de las galaxias (1977) -ya sé que ahora se llama Una nueva esperanza, pero a mí me coge ya mayor el cambiarle el nombre a las cosas-. Así que era interesante, como base, ver las similitudes que podían existir entre Los últimos Jedi y la que sigue siendo la mejor película de la saga: El imperio contraataca (1980).

Pues bien, si a nivel cualitativo ambas películas andan sobradas de facultades, hay que decir que ambas se distancian en lo argumental lo suficiente como para ser perfectamente disfrutables, tanto juntas como por separado.

Si bien el Episodio VIII consigue pulir más aristas sobre las tramas planteadas en la película anterior -la evolución tanto de Kylo Ren como de Rey, así como la relación entre ambos, es fabulosa- y hay twists argumentales de hondo latido emocional -al igual que ocurría en la mítica película donde se descubría la paternidad de Luke Skywalker-, lo cierto es que ambas coinciden en algo bien claro: son películas superiores a sus precedentes.

Vaya, que si la mitomanía de Abrams acababa jugando en su contra, la pasión de Johnson acaba dando alas a estos últimos Jedi que, aunque heridos y desencantados, resisten más fuertes que nunca. Algo así como los fans de la saga que, hoy, más que nunca, tienen razones para mantener la esperanza. Y ahora es cuando hago un gesto con dos dedos sacudiéndome el polvo del hombro.

A favor: Adam Driver, ¡Qué pedazo de actor! Y la revelación de un nuevo personaje: Rose Tico (Kelly Marie Tran).

En contra: Que el crítico más famoso de España se haya levantado en mitad del pase para ir al baño y hayamos visto la sombra de su rostro en la pantalla en un momento de alta tensión.

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