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domingo, 31 de agosto de 2014
Pasarela: Del taller al cine
El hilo narrativo en la historia de Guido Fuentes es una sucesión de secuencias que bordean con la carencia y encuentran el clímax que lo exonera de las cicatrices que le ha dejado la vida. De niñez extremadamente pobre, el pequeño que conoció la calle, que migró por ciudades buscando un destino y que intentó una empresa para salvarse y salvar a los suyos, será el protagonista principal de esa historia que cautivó a un grupo de cineastas argentinos, que desde septiembre empezarán con su plan de rodaje en Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, siguiendo los pasos de aquel hombre que confecciona sueños desde el corazón mismo de la pobreza.
Guido es uno más entre las 26.000 personas que habitan la villa 31, un conglomerado de casitas construidas con materiales reciclados y ladrillo, ubicada detrás de la estación de trenes y buses de Retiro, la puerta de entrada a Buenos Aires, Argentina. Paraguayos, peruanos, argentinos y bolivianos, como Guido, habitan en ese crisol de razas y culturas que conviven a la sombra de sus pasillos y escaleras en caracol, entre olores a choripán, picantes de pollo y cebiche, al ritmo de la cumbia caliente y el desaforado rock.
“Nací en Tarija en 1974, mis padres eran muy pobres y me vi en la necesidad de vender cigarrillos y dulces en la calle y mercados”, cuenta Guido. Aquel fue, sin dudas, un capítulo que lo marcaría por siempre. En esa dura rutina, el pequeño fue sacado de la calle, adoptado por una familia pudiente de Cochabamba que intentó remediar su maltratada niñez. Pero había algo que le faltaba. “En mi adolescencia entré en crisis; yo pertenecía a dos familias de contrastes, por un lado mi familia pobre, a la que amaba pero con la que ya no podía vivir, y la otra familia rica, que me daba todo pero tampoco me hacía feliz”.
Finalizado el colegio se embarcó en una serie de viajes por varias ciudades del país, itinerario que continuó por Chile, Brasil, y fue a principios de los años 90 cuando decidió recalar en Argentina, donde ya residía su hermano Julio. A sus 20 iba a ser uno más entre los dos millones de bolivianos de origen o ascendencia que viven en suelo argentino, según el Censo Nacional de Población 2010 de aquella república.
Buenos Aires es una de las grandes capitales sudamericanas con cerca de 12 millones de habitantes. Guido, como todo migrante, tuvo que pagar su derecho de piso y se vio obligado a trabajar donde lo aceptaran para sobrevivir. Empezó como peluquero, oficio que aprendió en Cochabamba en los días en que su familia rica administraba la casa de moda La Maison; también fue empleado de limpieza de la terminal de Retiro, pero ninguna de esas tareas le ofrecía una vida digna. Finalmente la inestabilidad económica lo llevó a vivir con su hermano en una pequeña casucha de madera en la Villa 31, barrio levantado sobre terrenos fiscales en el que no se paga por los servicios básicos, lo que significa un ahorro para los desposeídos, y donde de inmediato se las ingenió para instalar su puesto de anticuchos para comensales bolivianos y peruanos.
Pero lo de anticuchero no era su sueño, así que tras probar con algunos trabajos y ser despedido en un par de ocasiones, Guido empezó como ayudante de cortador en un taller textil. Entonces la paga empezó a ser más que buena y apostó por la independencia, animándose a comprar máquinas, a coser y por último, a contratar gente para dar vida a sus diseños.
El negocio marchó tan bien que su mercadería comenzó a ser ofrecida en un puesto de la naciente feria de La Salada, en el conurbano bonaerense —que hoy mueve millones de dólares— hasta que una enfermedad, que se tradujo en una época de profunda depresión, lo decidió a vender todo y retornar a sus raíces en Bolivia a mediados del año 2000.
Después de permanecer casi un año viviendo con sus familiares con los que encontró cierta paz, Guido, fogoso en sus decisiones, alistó nuevamente maletas de retorno a Argentina. En su estadía había imaginado la creación de una escuela de modelos en la villa, una idea descabellada si se quiere. Pero debía intentarlo.
Otra vez en Buenos Aires, el modisto empezó con su plan. La casa de su hermano sería la sede de la academia, lugar donde un pequeño salón funcionaría como taller de confección, sala de maquillaje y vestidor. En un principio la respuesta no fue la esperada; Guido tuvo una sola alumna en dos semanas. Ella era Melany López, también boliviana, que había creído en su sueño. Y cuando pensó que fracasaría otra vez en el intento, empezaron a tocar el timbre de su casa-taller-instituto.
A mediados de 2009 ya eran seis chicas con las que empezó una intensa actividad de manera gratuita. “El dinero siempre es importante, pero en este proyecto no lo era todo, me movía otra cosa, necesitaba hacer algo por mí y mi gente”, dice Guido.
De a poco fue imaginando un desfile de esos que miraba por el cable pirateado. “El 9 de agosto de 2009, lo recuerdo muy bien por el Día del Niño en Argentina, armaron un escenario para los payasitos que iban a animar un acto ante los chicos. El lugar me pareció ideal para hacer un desfile de modas, ya que se veían algunas casas típicas de la villa y los edificios de la avenida Libertador”, recuerda Guido.
Entonces el grupo empezó con sus clases intensivas, entre risas de vecinos que miraban con simpatía aquel remedo de las escalinatas de Milan con Armani, Versace y Dolce & Gabbana de por medio. Guido les enseñó a caminar, a pararse, a mover las caderas, a darse vuelta como profesionales y todos los secretos del mundo de la pasarela en aquel vecindario, en cuya feria americana se proveía de calzados e indumentaria usada para acondicionarlas y dejarlas como nuevas. La curiosidad convocó a más chicas llegando a sumar, entre argentinas, bolivianas, paraguayas y peruanas, a 35 muchachas entre 8 y 26 años, que ensayaban sus pasarelas sobre adoquines con disparos y cumbia villera de fondo.
El acontecimiento quedó programado para el sábado 5 de diciembre y, por esas cosas del destino, uno de los volantes repartidos entre la gente fue a parar a manos de un periodista, Lucas Morando, quien publicó su reportaje en el diario Perfil semana previa al desfile, desatando la curiosidad entre sus colegas que se dieron cita en la fecha y lugar mencionados.
Pese a la jornada lluviosa, el evento se realizó entre aplausos de vecinos y un puñado de reporteros que registró el asunto. A los pocos días, Guido y sus muchachas ya formaban parte de la agenda de medios impresos y televisivos bonaerenses. “Siempre dije que los chicos de la villa eran estigmatizados y sería bueno que se termine la discriminación. Que todos vean que somos trabajadores, con sueños como cualquier persona”, fueron parte de las primeras declaraciones del diseñador boliviano a la prensa argentina.
“Guido Models”, bautizada así por los propios periodistas que también comenzaron a llamar al modesto creador “el Pancho Dotto de la 31” (en alusión a un famoso diseñador argentino de la farándula), había nacido como extractada de un cuento épico. A su casa llegaron las cámaras de CNN en español, la BBC inglesa, la red O Globo de Brasil y El Mundo de España. Y también los cineastas que empezaron a disputarse el honor de filmar su vida. “Se me habían acercado productores españoles e ingleses, pero la cosa quedó en buenas intenciones nomás”, recuerda. Las ofertas no pasaban de ser solo eso hasta que apareció Stigliani Mouriño Cine, que de la mano de la directora Julieta Sans y el productor Pablo Stigliani empezaron a inicios de 2014 con las primeras tomas de la vida de Guido en Buenos Aires. “En septiembre vamos con el equipo de cinco personas y dos modelos a Cochabamba y Santa Cruz para filmar lo que fue mi vida en Bolivia, donde queremos ver la posibilidad de un intercambio”. El proyecto también le interesó al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) argentino, que subsidia fondos para la posproducción de la película que lleva por título tentativo Guido Models. ¿Lo habías soñado en algún momento?, es la pregunta obligada. “¿Estás loco? Yo soñaba con trabajar, con tener un hogar y una vida digna. Esto no lo hubiera imaginado jamás”, dice el modisto que habita en la villa más popular de Argentina mientras hurga entre sus telares. Palabra de Guido. Diseñador de su propio andar.
Julieta Sans, la directora
“Me enteré de la existencia de Guido y su escuela-agencia por un artículo. Lo fui conociendo de a poco, primero haciendo fotos de sus actividades con las chicas. A medida que fui charlando y conociendo a Guido sentí que su historia era demasiado interesante para ser contada solamente en fotos. Lo que más me cautiva de él es su visión de la moda y el ámbito en el que se desa- rrolla. La Villa 31 es un lugar asociado con adversidad y privaciones, me interesa mostrar que mucha de la gente que vive allí tiene trabajo, actividades, pasiones y sueños que perseguir. La sociedad porteña es bastante discriminatoria y me interesa transmitir, por un lado, el mensaje de Guido de que el mundo de la moda no tiene clase social y que los inmigrantes tienen vidas no muy distantes a las del resto”.
Pablo Stigliani, el productor
“Conocía la historia pero siempre retratada desde el punto de vista televisivo, donde se le dedica poco tiempo y se tenía una visión muy superficial de la vida de Guido y de su trabajo. Julieta Sans se acercó con el proyecto a la productora dejando en claro que su intención era realizar un documental donde podamos involucrarnos con él, darle un tratamiento cinematográfico e intimista ya que nunca se había profundizado tanto en su cotidianidad y su lucha. Yo acababa de dirigir Bolishopping, una película de ficción protagonizada por Juan Carlos Aduviri (que se estrenará a fin de año en Bolivia), donde todo está controlado y planificado y pasar a trabajar en un documental cambia completamente. Fueron muchas jornadas de trabajo, que surgieron espontáneamente donde tratamos de pasar inadvertidos”.
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