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lunes, 27 de agosto de 2012

Cine Dejarse ir

Una cinta que con un estilo depurado y novedoso hace visibles las diferencias sociales y las dificultades a la hora de conseguir un lugar para habitar.

La primera mirada de Camilo Becerra se cierne sobre objetos que emplazan a alguien ausente: un tubo de oxígeno, una máquina de coser, un viejo cojín en un cuarto vacío, una habitación que en apariencia está desalojada, con rastros de alguien que la ocupó. Con este mínimo gesto, se nos presenta el código, desde la ausencia y la no correspondencia entre objetos, espacios y usuarios. Perro muerto se sitúa como la mirada del director entre las grietas de un lugar aparentemente abandonado.

ABANDONO. La ópera prima de Becerra nos muestra a Alejandra, madre joven, y a su hijo Nicolás, quienes viven en la marginalidad de Santiago, éste es el espacio por donde deambulan, ahí donde las grandes empresas inmobiliarias van trasformando el territorio. En este sentido, ambos personajes son víctimas de esta impronta expansiva, ya que deben desplazarse para dar espacio al progreso. Sin embargo, el traslado que nos ofrece Becerra es el de dejarse abandonar por esa zona en construcción por donde circulan, casi sin rumbo, Alejandra y su hijo (y quizás con ellos toda una generación). Este acto de renuncia potenciará aún más los vínculos familiares como también las relaciones con los otros personajes de la cinta. Las claves de la película quizás se subsumen al título de la misma: “perro muerto”, en un uso coloquial, quiere decir “dejarse ir, dejarse estar”. La cotidianeidad de la madre con su niño marca el ritmo de la narración, donde la espera se torna excitante, sobre todo cuando la propuesta de Becerra parece merodear los linderos del cine social cultivado en su país, con claras alusiones a El Chacal de Nahueltoro de Miguel Littín.

PAISAJE. Como hizo Littín hace ya 40 años –siguiendo la tradición del más depurado cine social–, Becerra localiza la marginalidad como un lugar violento, no por el lumpen o por la fauna urbana desplazada del centro, sino por la impronta del progreso con sus planes inmobiliarios, violentando todo el espacio, creando nuevas fronteras, nuevos limites que Alejandra deberá sortear para poder sobrevivir y movilizarse. Es en el paisaje que ella habita –la casa de su suegra ocupada sin conocimiento de Braulio, el suegro– donde seremos testigos silentes de la llegada de los adelantos y del acto del abandono del hogar, el cual, como un panorama circunstancial para nuestros protagonistas, no contiene mayor intimidad ni memoria, no es un lugar donde las relaciones se han forjado, es un área de tránsito. Con este gesto de distancia de los objetos y los espacios, Becerra permite evitar la caída de Perro muerto en el cine panfleto, localizando en la casa, en las cosas, en la morada, remanentes y rastros del pasado.

ASFIXIA. Entre el deambular de los personajes y su situación de abandono, casi existencial, puesto que Alejandra vive como arrojada al mundo, esa libertad, o ausencia de elementos que doten de sentido, se hace visible en el tratamiento visual de Becerra. Los elementos sociales –carencia, desempleo, ocio– menguan esa posibilidad, especialmente cuando el tratamiento del joven director chileno se concentra en los detalles de la vida de ambos personajes, en los escasos ritos que construyen madre e hijo, siempre a favor del amor maternal (más próximo a lo social marginal) que al abandono existencial (esto supondría un guiño al cine hegemónico latinoamericano, cuyo existencialismo y hastío de sus protagonistas sólo tienden a retratar el aburrimiento de las clases medias altas). La asfixia que supone la dejadez, la responsabilidad maternal y la inevitabilidad de la huida es agudizada por los encuadres –algunos claustrofóbicos– que nos obsequia el director chileno para, desde ahí, testificar la historia de Alejandra y de toda una gran masa poblacional que se ve trasladada en y desde los bordes en busca de futuro o, en el caso de la generación que Becerra retrata, para esperar el futuro, con la incertidumbre y sopor de un “perro muerto”.
NOVÍSIMO CINE CHILENO. El ejercicio de la crítica y la curaduría suele ser el de identificar las nuevas cosas, los nuevos tiempos, que tanto seducen, redefiniendo el panorama de toda estilización posible. En este caso, el Festival de Cine de Valdivia, uno de los festivales más arriesgados de la región, consideró a Perro muerto y a su director como parte de eso que se denominó novísimo cine chileno. Esto porque indefectiblemente todo lo “nuevo” plantea elementos de ruptura o al menos de diferenciación con el pasado inmediato, desde el modo de producción hasta los elementos formales y temáticos. La invención de la tradición siempre se enmarca en desmedro de lo anterior, dotando, como en el (novísimo) cine chileno, elementos de imaginación altamente estimulantes a la mirada perniciosa y soñolienta de un espectador (quien firma) poco interesado en las marcas que garantizan novedad.

*Crítico de cine

2010 Este año, Perro muerto ganó el premio a mejor película chilena en el Festival de cine de Valdivia.



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