Myra Stone
Lujo faraónico, Elizabeth Taylor en “Cleopatra” con la famosa tiara en forma de áspid.
Grace Kelly en “Hay que atrapar al ladrón”, con un collar capaz de realzar su belleza a pesar de ser una mera “fantasía”.
LOS ANGELES (ANSA).- Euge-ne Joseff (1905-1985) era un norteamericano nacido en Chicago que aprendió de su padre austríaco tareas de orfebrería en joyas. A comienzos de los años 30 llegó a Hollywood y ya no volvió a marcharse. Se encargaría de dise-ñar hasta su muerte todos los ac-cesorios que lucían las estrella en las películas.
Preservada y convertida en ins-titución por su viuda, la colección Joseff, tal como se llama, recorrió en su momento varias ciudades de Euro-pa y algunas de las reproducciones pueden ser adquiridas siempre y cuando se esté dispuesto a pagar un buen precio.
En realidad no se trata de auténticas perlas ni de diamantes genuinos, ya que en el celuloide todo es meramente ornamental, y las joyas no son una excepción. Aunque los diseños resul-tan verdaderamente extraordinarios y demuestran una gran imaginación.
Al parecer, Joseff consiguió no fir-mar un contrato exclusivo con ningún estudio y esto le permitió moverse con tranquilidad.
Por otra parte, no sólo se ocupaba de Films contemporáneos sino tam-bién de los de cualquier época, aún cuando no hubiera catálogos para re-visar, tal como ocurre con las extrava-gancias bíblicas.
Si algo lamentó este verdadero ar-tista es no haber arribado a Hollywood en los años ’20, cuando la acción se desarrollaba en lugares exóticos, y Gloria Swanson, Rodolfo Valentino, Pola Negri, Mae Murray y Ramón No-varro se convertían en protagonistas de barrocas historias. Sin embargo, pudo brindar a las manufacturas del sonoro de un brillo inusitado.
LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
En los años 30 hubo dos actrices pre-feridas por Eugene Joseff y no casual-mente eran dos europeas: Greta Garbo y Marlene Dietrich. Tanto la Metro como la Paramount se encargaban de colocarlas en escenarios muy alejados de aquel Estados Unidos de la Gran Depresión, aprovechando su extraño acento.
En el caso de Dietrich en la exposición de joyas de cine, ofrece a los espectado-res los abigarrados collares y pendientes que el mito alemán lució en las diversas películas de Joseph von Sternberg.
Desde “Marruecos” (1930) y hasta “El diablo es una mujer” (1935), la actriz en-carnó cierto tipo de aventuras internacio-nales para las que Joseff diseño broches en forma de mariposa, abigarrados co-llares y aros que realzaban los pómulos de la estrella.
La colaboración con Garbo se dio desde “Gran Hotel” (1932) – Edmund Goulding) hasta “Two faces woman” (La mujer de las dos caras – 1941 – George Cukor-). Lo más interesante de esta muestra es el collar que lució en la secuencia del teatro en “La dama de las camelias”. Se sabía que a la sueca no le interesaban demasiado los accesorios, pero aceptó de buen grado que su Mar-garita llevara semejante adorno para deslumbrar al Armando de Robert Taylor.
Por su parte Mae West prefería dictar ella misma el tipo de adornos y Joseff se encargaba de satisfacerla. En cuanto a Bette Davis y a sus dos caracterizacio-nes como Isabel I de Inglaterra, se comi-sionó al artista orfebre para que confec-cionara la corona real y aquel pesado anillo con el que, en la versión de 1939, golpeó a Errol Flynn como el conde de Essex.
Y Vivien Leigh como Scarlet O’Hara en “Lo que el viento se llevó” también lució las joyas de Joseff, según puede verse en la colección.
ELLOS Y ELLAS
La lista de los años 40, 50, y 60 es in-terminable. A los ahora famosos pen-dientes de Marilyn Monrroe en “Los ca-balleros las prefieren rubias” y “Una Eva y dos Adanes”, se suma la compleja pa-rafernalia de Elizabeth Taylor para “Cleo-patra” o las en exceso libérrimas pulse-ras agitadas por Rita Hayworth en “Salomé”.
Pero a las actrices habría que agregar en esta nómina a una serie de actores que supieron encarnar con galanura ro-les exóticos. Tony Curtis, cuando se encontraba bajo contrato de la Universal al comienzo de su carrera, tuvo que de-sempeñar roles de príncipe oriental con acento del Bronx, para quedarse con la chica (Piper Laurie en la época) en fina-les semejantes.
Para Curtis, Jeff Chandler, Robert Wagner y Victor Mature, el joyero diseñó unos brazaletes que adornaba los bíceps de estos ídolos de las adolescentes de entonce y les otorgó un curioso toque camp al colgarles aritos que hoy en día resultaría muy usual y poco sofisticado. Tampoco Estewart Granger ni James Mason escaparon al gusto de Joseff, puesto que en la segunda versión de “El prisionero de Zenda” tuvieron que adoptar las joyas de rigor.
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