Su historia evoca al famoso filme Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore. Desde los diez años, Guillermo y Cornelio Tarqui vivieron entre rollos de películas de 35 milímetros; su padre Guillermo era proyeccionista de filmes por más de 30 años en casi todas las salas de cine hoy extintas, como el Tesla o Madrid.
Al igual que Totó, el personaje de Cinema Paradiso, que aprendió a proyectar películas desde muy pequeño subido en un “banquito” y guiado por Alfredo, los hermanos Tarqui también lo hicieron encaramados en unos pequeños taburetes y guiados por su padre.
Hoy, la sala desde donde se proyectan las películas del Cine 6 de Agosto lleva el nombre del patriarca de la familia, en honor a su labor y aporte a la difusión del cine en La Paz.
Tradición y barras de carbón
Ambos recuerdan cómo desde pequeños aprendieron a controlar los proyectores que en aquel entonces funcionaban con barras de carbón, las que al hacer contacto emitían una chispa y encendían una flama que era reflejada desde los espejos a los lentes del dispositivo, amplificando la imagen de las películas. En la actualidad ese procedimiento funciona simplemente con una lámpara.
Al principio, Guillermo, el hermano mayor, hoy de 38 años y que ahora trabaja en el Cine 6 de Agosto, no disfrutaba mucho aprendiendo el oficio, pues era muy aficionado al deporte y se veía obligado a pasar los fines de semana en el cuarto de proyección.
“Considero que es un oficio algo solitario y de mucha responsabilidad, porque son pocas personas las que saben operar las máquinas de 35 milímetros. Imagina lo que pasaría si no apareces a una función”, dice, mientras rebobina uno de los seis rollos que tiene la siguiente película que se proyectará.
En cambio, su hermano Cornelio, de 31 años, que hoy trabaja en dos salas en la Cinemateca Boliviana, se enamoró del cine y todo lo que tenía que ver con el séptimo arte desde muy pequeño.
“Desde que me acuerdo mi papá nos llevaba al cine a la cabina de proyección y también a ver las películas, me encantaba”, cuenta.
Entre rollos e imágenes
Allí, entre las risas provocadas por las comedias, la tensión con las películas de suspenso y las lágrimas que arranca alguna historia de amor en la pantalla grande, los hermanos Tarqui crecieron aprendiendo a operar esa máquina, para que la fantasía y la magia de las imágenes en movimiento no se detenga.
“Hoy las imágenes tienen más calidad y son más nítidas”, dicen los Tarqui, compañeros inseparables de las cintas de 35 milímetros.
Sin embargo, en la actualidad las salas modernas utilizan platos (soportes de los rollos de 35 milímetros) más grandes que los de tamaño estándar y con más capacidad, lo que reduce al mínimo el trabajo del proyeccionista de antaño, un trabajo que para muchos está en extinción.
Lo mismo pasa con las películas 3D o las digitales, en las que los proyectores están conectados a un disco duro y éste, a su vez, a una PC. Así, ya no se usan los rollos de 35 milímetros muy comunes en los cines de salas múltiples.
Pero con las películas de 35 milímetros no sólo se trata de poner el rollo al proyector. Es necesario un entrenamiento en mecánica y electrónica.
Una película estándar está almacenada en alrededor de seis o siete rollos. Las cintas son marcadas para que el operador sepa cuándo tiene que cambiar de rollo.
Entre cambio y cambio, el operador rebobina otras cintas y aprovecha para adelantar algo de su trabajo para las siguientes funciones.
Esos años de aprendizaje
Ambos hermanos comenzaron a dedicarse de lleno a la proyección de películas a los 20 años, y los errores, como en toda profesión, no faltaron en su época de aprendices, como cuando Guillermo se saltó un rollo durante un estreno.
“Un señor del público subió y me alertó, lo que pasa es que aún no tenía mucha confianza”, dice aún algo apenado cuando recuerda el complicado suceso.
Algo similar le pasó a Cornelio en el estreno de otra película. Cuando aún se rebobinaban las cintas manualmente, la película no salió del rollo y se enredó en la hélice de un rectificador, una parte del proyector. Asustado, llamó a su hermano para revisar la cinta. Él pensó que arruinó la copia entera de la película, lo cual, para tranquilidad de los espectadores, no sucedió.
Hoy ambos manejan con gran destreza los proyectores de las dos salas del cine 6 de Agosto, siguiendo el camino por el que su padre los guió.
“Mi padre nos ha dado algo muy importante que define mucho de lo que somos en el presente. Es posible que no sepamos qué pasará en el futuro con nuestro oficio, pero esto es lo que más me gusta hacer y lo disfruto”, concluye Cornelio.
Hoy, aún muchas salas del país continúan proyectando películas de 35 milímetros en rollos, aunque las copias digitales están haciendo desaparecer, de a poco, esta actividad.
“Desde que me acuerdo mi papá nos llevaba al cine a la cabina de proyección”.
Cornelio Tarqui, proyeccionista
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