Entre las duras bromas de Ricky Gervais, que molestaron a varios aludidos y comentaristas de prensa, o la belleza de muchas(os) de las actrices o actores presentes, tal vez no fue muy prominente la presencia de una mujer llamada Temple Grandin. Lo que sí fue notado por todos es el premio que recibió Claire Danes, a mejor actriz en una película para televisión o miniserie, por su trabajo en, precisamente, “Temple Grandin”, el filme. Hay mucho que decir sobre esta producción que llegó a la pantalla chica. En primer lugar se debe mencionar el espectacular trabajo de Danes. Se ha dicho muchas veces que si alguien quiere ganarse un premio Oscar, o similares, lo que debe hacer es actuar de retrasado mental, o alguien con alguna discapacidad.
Si bien esto es un cliché que se basa en resultados reales (o sea, no ganan siempre pero las probabilidades a favor son muy altas), hay razones para que el trabajo de interpretar cualquier problema físico o mental haya producido actuaciones dignas de elogio, al igual que las biografías fílmicas, cuando el actor imita una manera de ser pues debe mantener la actitud del personaje todo el tiempo. Danes, en “Temple”, debe transmitir el problema de su personaje homónimo, Temple Grandin, que es el autismo, en cada escena, en cada toma, y lo hace con una perfección —para un profano del tema como yo— admirable. Claire logra capturar la vida de su personaje, su manera particular de enfrentar y percibir el mundo que la rodea, con un talento que en verdad sorprende.
Hay tantas actuaciones mediocres, que a veces olvido lo profesionales que pueden ser las actrices, o actores, de Hollywood, la mayor parte de las veces —no son tan sólo caras bonitas. El resto del elenco hace un trabajo de muy buen nivel. Y si voy a hablar bien de la manera en la que está presentada esta historia, tras el merecido aplauso a su actriz principal, es obligatorio, en este caso, celebrar el trabajo de Mick Jackson, director, que no pierde, ni por un instante, el pulso de la producción. Es una narración que fluye con velocidad dramática de principio a fin (y me permito recordar un anterior trabajo suyo, humano y provocador, “Chattahoochee”, junto al inolvidable Gary Oldman). Por lo que también se debe aplaudir a los guionistas, Christopher Monger y Merritt Johnson. Cuando el paquete sale tan bien, como este filme, todos los empaquetadores tienen que haber hecho un magnífico trabajo.
Son muchas las razones para tanta alharaca. El tema es difícil. Es una vida, con problemas excepcionales, que no toca temas espectaculares. No es un romance, no es un mundo de victorias glamorosas. Cada momento debe preocuparse por generar interés en el espectador, con asuntos pedestres como el ganado, y por un personaje que, en la mayoría de las personas, suele provocar rechazo, una autista. Para lograr superar todos estos obstáculos, la historia tiene que estar bien contada. Hay tantas oportunidades para clichés comunes, desde la exagerada victoria, la abundancia de lamentos. Muchas oportunidades para tropezar, en este tipo de relatos. Sólo un buen talante narrativo otorga la mesura requerida, en la derrota y la victoria, para que esta fantástica historia logre el enlace con su audiencia. En pequeños detalles, momentos, se nos transmite, también, la historia de todas las personas que apoyan a Temple, su madre y profesores, o de las que la denigran y atacan. “Temple Grandin” es una producción atípica en nuestro tiempo no sólo por la calidad del trabajo, sino por la fuerza de la historia que relata. Es parte del tipo de películas que son, a la vez, una lección para todo aquel que esté dispuesto a consumir entretenimiento inteligente, que nunca es aburrido. Ágil y cautivante, “Temple” es mi segunda favorita de los estrenos de 2010. [Fe de errores: En un artículo de principio de año, especulé que “Monsters” se veía interesante en sus avances. Ya la vi, no lo hagan. Es aburrida, barata, mediocre, mala.]
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