Uno: La leyenda dice más o menos así: El periodista sueco Stieg Larsson fumaba tres cajetillas de cigarrillos al día, comía sólo hamburguesas, bebía café por litros y dormía poco o nada. No fue por eso del todo sorprendente su muerte, de un ataque cardiaco, el 9 de noviembre de 2004, al final de los siete pisos de escaleras que había decidido subir porque el ascensor estaba descompuesto. Las escaleras y el ascensor conducían a las oficinas de “Expo”, una revista a la que Larsson había dedicado una década de trabajo. En ella, expuso a grupos neonazis y de la ultraderecha, cómodamente conectados y protegidos por la sociedad sueca.
Dos: Larsson enriquecía su dieta de cigarrillos, café y comida chatarra con el consumo, también adicto, de novelas de ciencia ficción y policiales. Hacia el final de su vida, y en sus ratos de insomnio ocioso, decidió probar la mano en el policial. Poco después de su muerte anunciada, apareció El hombre que no amaba a las mujeres, primera entrega de la trilogía “Millenium”. El resto ya se conoce o, para decirlo rápido, desconocerlo equivale a vivir en Bolivia e ignorar que hubo un gasolinazo. A saber: millones y millones de libros vendidos, comentarios elogiosos de premios Nobel de literatura, leyendas sobre el autor. Que se adaptaran esas tres novelas al cine era cuestión de tiempo.
Tres: Por lo que entiendo, el talento de Larsson radica en su habilidad para construir una narración cautivante, de ésas que nos empujan a preguntarnos, con cada vuelta de página, ¿qué pasara ahora? A ese talento -exaltado, entre otros, por Vargas Llosa-, Larssen añade su pasión por el detalle: no en vano se ha hablado de sus tres novelas 2.100 páginas- como de una especie de fresco a la Balzac de la sociedad sueca. Fresco algo deprimente, sin duda: desde la izquierda, da cuenta del fin de la utopía socialdemócrata. (Un fin que, desde la derecha, Vargas Llosa ha celebrado. Larsson, que era comunista, hubiera sufrido otro ataque cardiaco leyendo tal elogio).
Cuatro: Se sabe que Larsson no era un gran estilista de la lengua. Tampoco tenía buen oído para los diálogos. Con frecuencia, su obsesión por los detalles y la digresión ahogan el resto. Escribe, por ejemplo, que su protagonista, Lisbeth Salander -esa gran andrógina hacker autista– no sólo tiene una computadora Apple sino “una Apple PowerBook G4/1.0 GHz con un procesador PowerPC 7451 con una AltiVec Velocity Engine, 960 MB RAM y un disco duro de 60 GB”. Felizmenente, estas debilidades son eliminadas en el salto al cine. Al menos con esta primera entrega cinematográfica de la trilogía -dirigida por Nils Arden Oplev- se puede decir algo infrecuente: por ahí sea mejor que la novela. La película es fiel a los atractivos del relato, es incapaz -por razones logísticas- de perderse en detalles y logra reconstruir lo que cautiva en las novelas: sus dos detectives.
Cinco: En el centro de la trilogía Millenium hay dos personajes: un ya mayorcito periodista, Mikael Blomkvist, y una joven bisexual experta en computadoras, Lisbeth Salander. El primero es, grosso modo, una proyección autobiográfica de Larssen: la revista que dirige Blomkvist, “Millenium”, es muy parecida a la que dirigía Larssen, “Expo”. Salander, por su parte, es el misterio en el centro de la trilogía (de novelas o películas): dura, antisocial, violenta, brillante.
Seis: En la novela y el cine policiales hay dos tradiciones: a) la llamada novela “enigma”, en la que un genio deduce, con sus habilidades de lectura casi sobrehumanas, el “misterio” de un crimen (Sherlock Homes); b) el policial negro, en el que importa menos el enigma criminal y más el retrato de una sociedad violenta inscrito desde un punto de vista (el del detective). Si en el primer caso estamos pendientes de la solución de un misterio (y la forma en que se lo soluciona), en el segundo nos desvela el aura de los personajes y, sobre todo, del investigador (el entrañable Philip Marlowe de Chandler). Parte del secreto de la trilogía “Millenium” es que combina estas dos tradiciones: Larsson y Oplev arman un enigma detectivesco clásico y, a la vez, configuran dos cautivantes detectives deambulando un territorio social violento y corrupto.
Siete: La película -en ello fiel a la novela- sigue la pista a varios enigmas paralelos (la desaparición, hace décadas, de la sobrina de un magnate; los nexos nazis de la familia de ese magnate; la muerte violenta de varias mujeres, etc.), pero el más interesante es por qué Lisbeth Salander es como es. Y ella es una especie de Sherlock Holmes -que en vez de leer cenizas o huellas descifra y navega códigos de programación informática-, es una figura central y casi hipnótica que tiene su Watson en otro detective, el periodista Blomkvist. Enamorado, Blomkvist va lentamente reconstruyendo el pasado, el misterio, de Salander.
Ocho: La película tiene algo que la novela carece: una suerte de constante variación de estilos y modos (los ambientes ominosos a la David Fincher, cierta violencia de cine de terror, la reconstrucción documental del thriller político, paisajes y primeros planos a la Bergman). Es, en suma, un pastiche, un collage. Y, como pocos, es un pastiche entretenido y eficiente. (El gran caso histórico de un buen pastiche: Casablanca).
Y medio: Las tres partes de la trilogía de Larssen ya fueron adaptadas al cine. La primera, esta El hombre que no amaba a las mujeres, fue la película europea más taquillera de 2009 y la película sueca más exitosa en la historia de esa venerable cinematografía. De las tres, la mejor es ésta, la primera, pero las dos restantes ameritan ser vistas (ojalá lleguen). Entre tanto, los gringos -que no pueden leer subtítulos y detestan los doblajes-preparan su versión. El director será David Fincher (el de La red social y El club de la pelea), con Daniel Craig (el último James Bond) como Blomkvist y una desconocida como Lisbeth Salander (difícil será superar a la magnífica Salander sueca, Noomi Rapace).
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