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domingo, 16 de enero de 2011

Al sur de la frontera: turismo para ignorantes

Uno: La primera e insistente pregunta que provoca Al sur de la frontera (2009) es ésta: ¿a qué público se dirige? Si Oliver Stone estaba pensando en sus compatriotas estadounidenses, el fracaso es conjeturable: el documental es demasiado simplón y básico como para seducir a esos pocos que, allá, están mínimamente informados sobre Latinoamérica; a la vez, es demasiado complaciente y relajado como para conmover a la ignorante y mayoritaria ciudadanía promedio.

Dos: Y si la idea era llegar a otro público, fuera de Estados Unidos –a nosotros, por ejemplo–, su fracaso es un hecho: así sea cierto lo que se dice en la película, no hay nada en ella particularmente perceptivo o que exceda los lugares comunes de nuestra asfixiante rutina política cotidiana.

Tres: En el documental hay héroes y villanos. Estos últimos –además del FMI y del Imperio– son esos medios norteamericanos que no se han cansado de retratar a varios líderes de la izquierda latinoamericana como payasos sedientos de poder con visibles tendencias antidemocráticas (campaña en la que participan desde la risible cadena Fox News hasta la igualmente mediocre CNN, desde el derechista periódico Wall Street Journal hasta el igualmente reaccionario, aunque con aires ilustrados, New York Times). Frente a este consenso mediático, Stone se propone comunicar una buena nueva: resulta que ni Chávez, ni Evo, ni Correa, ni Lula, ni Lugo, ni los Kirchner tienen cuernitos en la frente, cola en la cola, baba en la boca o un extraño brillo en los ojos. Son más bien líderes con amplio apoyo de la multitud (de pobres), razonables y hasta cotidianos en su mortalidad: juegan fútbol, agitan maracas, montan bicicleta, se compran zapatos, etc. Hasta tienen amigos.

Cuatro: Como es evidente, descubrir que Evo juega fútbol y no tiene cuernitos en la frente es para nosotros una muy pobre epifanía. Tampoco ganamos mucho cuando se nos informa que tuvimos una guerra del agua que, en la película, es el antecedente inmediato del ascenso electoral del MAS. Aunque empezamos a prestar atención cuando se declara que Evo ganó las elecciones de 2005 “con más del 70%” del voto, dato incorrecto que es uno de los varios en la película.

Cinco: La sensación general que produce el documental no es recomendable: despierta en nosotros esa mezcla de pena y vergüenza ajena que nos ataca cuando vemos a un gringuito ensimismado en una aventura turístico-política, tratando de remediar su total ignorancia sobre aquello que sucede más allá de sus fronteras. Nunca he entendido esos viajes: para eso se inventaron también los libros y bastaría un par de lecturas para remediar tanta desinformación. Es más: si ese hipotético gringuito invirtiera los 78 minutos que dura esta película surfeando wikipedia, probablemente saldría mejor parado.

Seis: Se dice, claro, que una imagen vale más que mil palabras. Perla de sabiduría que en mi experiencia suele comprobarse falsa: fomenta el mito de la “experiencia directa”, experiencia que no hace sino confirmar prejuicios. Y si de imágenes se trata, el documental de Stone es sólo un tour de palacios presidenciales (al único que vemos fuera de uno es a Chávez) y de torpes conversaciones con presidentes, como si lo único que se buscara es comprobar, por “experiencia propia”, que son de carne y hueso.

Siete: Para nosotros, Al sur de la frontera sólo tiene un interés antropológico marginal: deja entrever una cultura (la mediática norteamericana) de un primitivismo político e histórico difícil de imaginar si no lo vemos. Aunque ha sido criticado por ello, Stone es más interesante cuando se ocupa de ridiculizar a los medios estadounidenses. Puedo atestiguar, por larga experiencia cotidiana, que su caricaturización ni siquiera lo es: ese nomás es el nivel. Habría que añadir que el “análisis” de Stone no lo supera con mucho.

Ocho: Al sur de la frontera ha sido destrozada por la crítica norteamericana por las peores razones. Se le ha reclamado a Stone: a) que no sigue el rutinario “por un lado y por el otro” del oficio periodístico (ése que imagina la “objetividad” como un cuestión de encontrar opiniones diferentes); b) que no intenta preguntas incisivas o confrontacionales; c) que no esconde su entusiasmo por el grupo de presidentes entrevistados. Todo esto es cierto, pero no viene al caso, pues el problema del documental no es el balance sino el peso: podría ser muy bien un entusiasta retrato parcial, “de parte”, si ese fervor condujera hacia alguna parte. Pero no lo hace.

Y medio: Uno de los “guionistas” de este documental es nada menos que Tariq Ali, respetable analista e historiador británico-paquistaní. Aparece en la película y es, en sus intervenciones, acaso lo mejor de ella. En buena medida, el filme está inspirado en su Piratas del Caribe: el eje de la esperanza, un libro bien informado, aunque no del todo libre de esos errores que, en general, contaminan –en la izquierda y la derecha del primer mundo– el tratamiento del tercero. En su nota 85, por ejemplo, leemos que “el escritor político” Mariano Baptista Gumucio “fue asesinado en un golpe militar”. (En este caso, habría que celebrar la equivocación).

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