Ya tenemos aquí el quinto largometraje de esta encantadora saga de animación, a estas alturas protagonizada por un nutrido grupo de animales prehistóricos que viven divertidas aventuras encarando múltiples peligros.
Con 14 años a sus espaldas, dicha saga nos ha entregado hasta el momento quince películas entre largos y cortos.
Si en las anteriores entregas de la saga se ha jugado aprovechando hechos de la historia natural, como el deshielo o la formación de los continentes, siempre en clave de comedia disparatada, esta última no iba a ser menos: nos propone que sigamos nuevamente a Manny, Sid, Diego y sus agregados, que incluyen a la comadreja tuerta Buck de Ice Age 3, en su búsqueda de un remedio para la amenaza inminente de un monumental asteroide que se dirige a la Tierra a toda velocidad, a raíz de un evento cósmico provocado por Scrat y cuyo choque ocasionaría otra extinción masiva sobre la faz del planeta.
Pero no pequemos de obtusos y no nos detengamos analizando la corrección histórica o la verosimilitud de la premisa; esta saga nunca se las ha dado de otra cosa que de ser un ejemplo cómico de claras extravagancias referenciales.
De ese modo, podemos disfrutar aquí, no solamente de explicaciones hilarantes acerca de la formación de nuestro mundo, sino también de parodias cinematográficas y, lo que es mejor, de sátiras sociales a través del comportamiento de estos animales personificados que parecen seres humanos enloquecidos.
Lo mejor de la película vuelven a ser las secuencias de Scrat, cuya vocecita continúa saliendo de la garganta de Wedge, esta vez con unas estupendas andanzas espaciales en la persecución perpetua de su anhelada bellota.
La ardilla prehistórica es el alma del espectáculo, ese personaje casi ajeno a la trama principal que, sin pretenderlo nunca, causa el incidente desencadenante y modifica de vez en cuando el transcurso de los acontecimientos desde la lejanía. Esa es, en toda su gloria, nuestra patética, graciosa, invariablemente frustrada y querida Scrat.
Sin embargo, el resto de la estructura narrativa acusa los problemas derivados del exceso de personajes, que ya venía padeciendo desde el tercer filme. Hay que reconocerles el esfuerzo a los guionistas, Michael J. Wilson, Michael Berg y Yoni Brenner, para procurarles unas preocupaciones propias al margen de la coyuntura por la que bregan juntos. Pero el caso es que, exceptuando la de Manny y su familia porque se maneja lo conveniente, esas preocupaciones quedan simplificadas en su mínima expresión, sobre todo la de Diego y Shira, que de todas formas carece de interés. A pesar de ello, a Sid suelen tratarlo bien como personaje por su fructuosa torpeza.
La animación es lo eficiente que cabría esperar, pero pocas aportaciones que deslumbren y merezcan la pena hay en esta continuación. Los golpes humorísticos sin Scrat, como los que producen lo que hallamos en la mente de la comadreja, arrancan alguna que otra tímida risita y poco más, y el ejemplo de vida conservador persiste. Se ve con agrado porque siempre resulta agradable reencontrarse con esta saga, que se ha hecho un hueco en nuestra memoria como amantes del cine. Pero no hay duda de que vive de la nostalgia por el recuerdo de las dos primeras entregas, y quizá ya vaya siendo hora de cerrar dignamente el chiringuito.
Collision Course nos devuelve el gusto de volver a contemplar la obsesión de Scrat con su bellota y cómo la lía mientras la persigue, pero al mismo tiempo nos confirma el agotamiento de esta saga, a la que bien deseamos que finiquiten y que no acaben convirtiéndola en un triste muerto viviente animado.
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