Con una gran naturalidad, el interesante filme independiente The Sessions (Las Sesiones), escrito y dirigido por Ben Lewin, aborda una temática que apenas habíamos visto representada en el cine anteriormente: la sexualidad de un tetrapléjico.
Ganadora del Premio del Público y del reparto en Sundance 2012, y del Premio del Público en San Sebastián, toda crítica de The Sessions debe resaltar la magnífica interpretación de John Hawkes, y casi considero un robo que no haya obtenido una nominación al Oscar a Mejor Actor, pues encarna este difícil papel con el naturalismo al que nos tiene acostumbrados este inmenso actor.
El personaje tetrapléjico, un poeta y periodista interpretado por John Hawkes, recurre a diferentes métodos, hasta que a través de su sacerdote y su joven terapeuta decide dejar su problema en manos de una profesional del sexo, interpretada por Helen Hunt.
En el pasado ya habíamos visto la relación amorosa entre un discapacitado y una mujer, como ocurre en Le scaphandre et le papillon (La escafandra y la mariposa), de Julian Schnabel, aunque aquí el tema era abordado desde una perspectiva dramática, casi trágica, lo que creaba una fuerte carga emocional. Esta vez el propio tema determina la forma: el sexo se aborda mediante un tono tragicómico, y con un humor negro y bastante audaz, asistimos a los obstáculos sexuales del protagonista.
La narración está hilada de forma muy inteligente, pues el espectador es guiado mediante las conversaciones del protagonista con dos personajes, que imponen un ritmo muy dinámico: por un lado, con el sacerdote católico, interpretado por el magnífico William H. Macy, a quien ya vimos en Magnolia encarnando a un moribundo alcohólico, y que representa una visión del sexo sublimada hacia el amor y la espiritualidad, aunque finalmente el carácter del cura impone una tendencia a la ironía; y por otro lado, con su terapeuta china, encarnada por Moon Bloodgood, que ofrece una visión más directamente sexual y erótica en la relación de Mark con la profesional del sexo.
Así, es interesante el discurso sobre la religión, donde el propio Mark afirma: “Creo en un Dios que me ha creado a su imagen y semejanza”, por lo que al final se impone una cierta distancia respecto a la religión, pues su práctica ortodoxa podría anular al protagonista.
Asimismo, la propia profesional del sexo afirma lo siguiente: “Yo antes era cristiana pero me pasé al judaísmo. El cristianismo no aceptó mi relación con el sexo, porque me gustaba demasiado. Pero fui yo quien expulsé al cristianismo, no él a mí”.
Todo esto permite corroborar una reflexión muy íntima y cercana de la religión, no en términos metafísicos, sino en términos de experiencia cotidiana. Y estos pequeños fragmentos del guión dan muestras de la sutileza y el humor que tiñe todo el texto: es uno de los guiones de comedia más inteligentes que he visto en bastante tiempo, y permite crear una atmósfera irónica dentro de un contexto totalmente trágico. De este modo, el tono impone una relativización de la realidad, aunque a la vez expulsa un realismo crudo, pues las partes sexuales son siempre ocultadas: el tono es, a la vez, una censura, pues funciona expulsando el sexo de los protagonistas.
De todos modos, hay una gran apertura en el abordaje del sexo, aunque quizá de forma más verbal que visual; el filme funciona a la perfección con esta tonalidad.
Además, se trata de un ejercicio de ética, pues el final es anunciado en los propios créditos iniciales, así que no buscan generar una intriga con la historia, sino centrar el visionado en cada gesto, en cada detalle, en cada presente (Extracine).
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