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domingo, 27 de enero de 2013

‘The Lady’, amor a prueba de distancias



Realizada por el cineasta francés Luc Besson, y escrita por Rebecca Frayn, la película The Lady (2012) —distribuida en Latinoamérica como Amor, honor y libertad— es un ejemplo de cómo se puede leer afectivamente una historia. El film narra la historia de Aung San Suu Kyi (1945), una extraordinaria dama de Birmania que fue la figura emblemática de la lucha contra la dictadura militar en su país el poder entre 1962 y 2011. Recién liberada de la detención domiciliaria el 2012, después de haber sido aislada de su familia durante 24 años, Aung San Suu Kyi pertenece a un linaje de lucha política que reivindica la resistencia pacífica, en el cual está emparentada con el líder africano Nelson Mandela, con Mahatma Gandhi, Stephen Biko y Martin Luther King y el filósofo Henry David Thoreau, desde que escribiera su ensayo Desobediencia civil.

Se puede embanderar de mil maneras a esta valiente activista birmanesa. De hecho, Besson no disimula su admiración, pues busca que el espectador se relacione emotivamente con su lucha, y lo antes posible, sin brindar mayores detalles sobre su discurso político.

En su crítica, Pedro Susz apunta como falla la simplificación de los antagonismos: “malos —malísimos—, y buenos —buenísimos—, contienden sin que la narración aclare en ningún momento los desacuerdos ideológicos de fondo, ni se sepa cuáles fueron las desavenencias filosóficas, salvo que unos oponen la libertad al régimen dictatorial”.

Si bien es una observación válida, cabe preguntar: ¿qué tanto se necesita entrar en detalles para comprender que una dictadura militar es inaceptable desde todo punto de vista como forma de gobierno, independientemente del discurso que la sostenga? La cuestión es simple, la democracia, sin ser la forma de gobierno ideal, es lo menos a lo que puede aspirar un país en cualquier parte del mundo. Ésa, nos parece, es la posición que asume el director Luc Besson. Reclamar por filosofías de trasfondo es apreciar la película sólo con el cerebro. Una película como The Lady debe ser leída afectivamente.

Aung San Suu Kyi sufre el arresto domiciliario en Birmania mientras su esposo, Michael Airis, agoniza de cáncer en Inglaterra. Los represores le dan la opción a Suu Kyi de que viaje para estar con él, sabiendo que una vez que salga de Birmania nunca más la dejarán entrar. Pero ella no va, su mismo esposo, por teléfono, le insta a continuar. Agrupando las escazas fuerzas que le quedan susurra: “Estamos siendo puestos a prueba al más alto nivel ahora. No hemos llegado hasta aquí para caer en la recta final”. Evidentemente la cuestión de la lucha política ha pasado a un segundo plano, todo lo que queda es un acto de amor que rompe los moldes.

¿Por qué no va? ¿Dónde encuentra Aung San Suu Kyi la fuerza para no derrumbarse en un momento tal? Cierto que lee a Gandhi, y que se da fuerzas escribiendo a modo de recordatorios unos carteles con las frases de los luchadores que sufrieron antes que ella. Pero si bien es una parte de su alimento, es sólo mínima. ¿De dónde extrae la sustancia que forma su voluntad inquebrantable?

La película nos plantea que quizá sea del espacio intemporal y portátil que construyeron con su esposo en base a amor y devoción. Esta faceta es la que Luc Besson acentúa. The Lady no es, como muchos piensan, una historia sobre la agitación política de Birmania, con el telón de fondo del amor entre Suu Kyi y su esposo; es a la inversa, The Lady es una historia acerca de ese lugar incorruptible que habita en el ser humano, que se alimenta con el amor, con el trasfondo la desigual lucha por la democracia en Birmania. PREGUNTAS. Entonces, lo que se pregunta es ¿cómo, a pesar de las largas separaciones y de la incomunicación se puede mantener un amor tan intenso? El poder es estúpido cuando se confronta a la voluntad de los seres libres, pues pretende que podrá doblegarla sin considerar la existencia de ese lugar en el espíritu al que no puede llegar ningún poder, donde se atesora aquello que nadie le puede quitar; algunos lo llaman música, otros esperanza, y otros amor. Todos mantienen viva y fuerte a Aung San Suu Kyi, mientras permanece encerrada en una casa 24 horas al día.

El dictador decía: “un árbol al que se le corta las raíces, eventualmente se termina cayendo”; por ende, creía que podía cortar sus vínculos con su familia y sus compañeros, como si se trataran de unos cables, sólo por el hecho de encerrarla sola en esa casa, sin teléfono ni salidas. Pero la figura del árbol sólo es buena para explicar las estructuras del poder: jerárquicas, verticales y estáticas. El poder desconoce que todo lo que hay de prodigioso en la vida, el amor, la música, el pensamiento, sigue otro modelo que se extiende en planos horizontales, sin fijaciones, como una planta aérea, o como el mundo de la world wide web: por conexiones ilimitadas.

Es como si se tratara de una comunicación inalámbrica, pues están conectados aunque no hayan cables de teléfono ni Internet de por medio. Curioso, pues hoy en día se piensa que las relaciones amorosas pueden sobrevivir a las largas separaciones y la distancia gracias a los nuevos medios electrónicos. Ahí es donde la historia de Aung San Suu Kyi nos recuerda: la distancia es mucho más una cuestión intensiva que extensiva o de desplazamiento físico. A la conexión no le interesan los kilómetros, y esto se entiende cuando ella le cuenta a su esposo: “Tú sabes que nunca estoy lejos… A menudo hablaba contigo, a veces en voz alta. Siempre era tranquilizador, y me recordó de tu inquebrantable amor”.

Quizá fue esa la única razón por la cual ella no necesitó ir a Inglaterra, mientras su esposo agonizaba, para “estar” con él. Había que seguir luchando por lo que construyeron entre ambos, algo que los trasciende, y se queda impregnado en el aire de los tiempos, como la sonrisa incorpórea del gato en Alicia en el país de las maravillas. ¿Qué otra cosa nos dejan los verdaderos revolucionarios y artistas? Son esos paquetes sensibles que soplan los vientos, risas de un gato, ideas, clamores, burbujas, que cada uno puede hacer suyas para luchar contra lo que reprime lo vital en su presente.


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