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domingo, 1 de julio de 2012

Prometeo, pura desmesura



Algo muy parecido al oportunismo desembozado, pretencioso para peor, acompaña este regreso de Ridley Scott al cine de anticipación, tres décadas después de Blade Runner, el segundo de los clásicos aportados por el director al género. El primero había sido Alien, el octavo pasajero (1979), referente inocultable del retorno, no obstante los persistentes desmentidos del propio realizador, intentando escamotear una evidencia más grande que la propia nave espacial a bordo de la cual emprende viaje hacia lo desconocido esta remozada tripulación de exploradores interestelares. ¿Desconocido?, a medias en realidad, pues muchos de los “descubrimientos” se encontraban ya en el contacto de la teniente Ripley y su equipo con las amenazantes acechanzas del más allá.

No estamos ciertamente frente a una de las innumerables secuelas sobrevinientes al emprendimiento de Scott, las hubo para todos los gustos, autorizadas y espurias, incluyendo naturalmente aquella a cargo de James Cameron en 1986, considerada en su momento, de manera errada, superior al modelo.

Entre los flamantes inventos de Hollywood para sacarle punta a sucesos taquilleros, presentes o pretéritos, está el de las “precuelas”, hipotéticos episodios fundadores de algunos de los mitos instalados por el cine en el imaginario colectivo. Tal suerte de vuelta de tuerca a la inversa, es en realidad una astuta estrategia comercial apuntada al relanzamiento de tales capítulos y, de paso, a la ilustración de los “antecedentes” pergeñados expost en un dispositivo, cuando menos curioso, de acumulación de réditos sin importar gran cosa la lógica de semejante proceder.

Desde los puntos de vista plástico y dramático, el parentesco entre los dos episodios no pasa desapercibido, lo cual no descalifica a priori Prometeo, porque los problemas vienen en el modo de armar el relato, prestando más atención al efectismo visual que a la trabazón narrativa, aspecto este último privilegiado en el original. Aquél mixturaba los mejores recursos del suspenso y del policial negro en una combinación hábil, pero especialmente lograda por someter las claves discursivas a la necesidad de generación de la atmósfera amenazante, que sigue siendo el rasgo más destacable de la propuesta del 79 y, en definitiva, el puntal de su intocada vitalidad.

Aquel miedo, más insinuado que explícito, rondando siempre las interrogaciones metafísicas del origen de todo, era el resultado de la condensación articulada del conjunto de ingredientes puestos a su servicio: el silencio, la oscuridad, la soledad del infinito, el temor visceral a lo desconocido, a lo Otro —lo distinto—, en tanto negación de las certidumbres, y, por último, a la aparición del alienígena, corporizando la metáfora de la descomposición metastásica del grupo.

En Prometeo el guión se esfuerza tanto por parecer inteligente e innovador, que acaba mostrando las costuras por todos los costados, déficit de arranque mal disimulado por una producción excedida en artificios técnicos y en ambiciones de trascendencia.

De arranque, un ritual extraterrestre trae a la memoria el prólogo de 2001 Odisea del Espacio (Stanley Kubrick/1968), ¿cita?, ¿tributo?, vaya uno a saber.

Como el de otros tantos aderezos de Prometeo, el sentido de éste no resulta demasiado claro. Sirve sí para explicar la misión que en el año 2093 emprenden dos científicos saliendo, por encargo de un finado financiador privado, a la búsqueda de las pistas de las raíces extraterrestres de la vida humana. El propósito del hombre de los dólares se irá develando a medida que la trama trata de anudar los distintos cabos, algunos de los cuales quedan sin embargo sueltos.

Al frente de la nave va la fría y eficiente Vickers, secundada por David, su asistente —medio hombre, medio androide— fascinado, y algo más se diría, por Peter O’Toole en el rol de Lawrence de Arabia, al punto de plagiarle todos los gestos en un esfuerzo mimético gatillado por varias interrogaciones en torno a su origen. Duda compartida con su jefa y, en definitiva, con todos los miembros de la tripulación de esta versión posmo de la nave a bordo de la cual se transportaba Sigourney Weaver.

La deliberada ambigüedad de los personajes, a tono con su incierta procedencia, a cuyo encuentro recorren el espacio, se traduce en el carácter del dúo protagónico: mientras David es un humanoide cercanamente emparentado con los replicantes de Blade Runner, en las antípodas Vickers (plausible desempeño de Charlize Theron) es una humana que bien podría pasar por robot. En medio de ambos, el personaje de Elizabeth Shaw a cargo de Rapace viene a ser un inconvincente duplicado de Ripley, en cuyo vientre, como en el de aquélla, se gesta a inaudita velocidad el alienígena encargado de torcer los planes de la misión y de poner en crisis las convicciones religiosas de la antropóloga.

Entre las desmesuras formales, de las cuales se salva el criterioso uso de la profundidad de campo del 3D, sobresale un inflado score musical cuya estridencia invade todos los resquicios del relato, abaratando la atmósfera —las sombras y el silencio que envolvían el paulatino crecimiento del horror aquí devienen en pura acción física y despliegue de sofisticados armamentos—, colisionando con los cuidados figurativos, desde siempre una marca de estilo en la filmografía de Scott.

Es justamente la elegancia plástica del emprendimiento lo que, no obstante las anotadas demasías, la inflación de ideas “importantes” ilustradas por el tramado dramático y los laboriosos agiornamientos de las vetas argumentales del episodio del 79, la que coloca el reencuentro de Scott con sus preferencias de género por encima de muchas de las copias vistas a lo largo de los años. Pero, definitivamente por debajo de la atrapante intriga de aquella sólida alegoría a propósito de nuestras dificultades para lidiar con lo desconocido y para abrirnos a la comprensión de lo diferente, de aquello imposible de encerrar en los prejuicios tenidos por verdades irrefutables.

FICHA TÉCNICA

Título original: Prometheus.

Dirección: Ridley Scott.

Guion: Jon Spaihts, Damon Lindelof.

Fotografía: Dariusz Wolski.

Montaje: Pietro Scalia.

Diseño: Arthur Max.

Arte: Alex Cameron, Anthony Caron-Delion, Peter Dorme, Marc Homes, Paul Inglis, John King, Adam O’Neill, Karen Wakefield.

Maquillaje: Aisling Nairn, Jana Carboni ,Tina Earnshaw, Valter Casotto.

Intérpretes: Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron, Idris Elba, Guy Pearce, Logan Marshall-Green, Sean Harris, Rafe Spall, Emun Elliot, Benedict Wong. EEUU/2012.


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