Uno: Que se me perdone esta confesión inicial: últimamente me cuesta mucho escribir sobre cine boliviano. Como a los ociosos y a Lenin, la pregunta que me consume o distrae es la misma: ¿Qué hacer? Mis opciones, en teoría, son estas: a) tratar de entender en vez de juzgar (gesto algo difícil pues -lo saben los cristianos- es casi imposible entender algo sin juzgarlo); b) optar por una vueltera vaguedad o lo que se llama, con frecuencia, la “crítica constructiva”; c) adoptar un registro comparativo, relativizante (no juzgar nada boliviano como si fuera cine sino, sobre todo, “boliviano”); d) callarse.
Dos: Todas las estrategias mencionadas tienen su encanto y utilidad. Y podríamos usarlas con Los gringos no comen llajua, tercer largometraje de Adán Sarabia. Decir, en orden, lo siguiente: a) entiendo que Sarabia quiere armar una “comedia de acción” con “sabor boliviano” y que lo hace con pocos medios y un presupuesto reducido (aunque, ya juzgando, empiezo a dudar de aquello de que “hacer cine en Bolivia es muy difícil”: quizá se esté convirtiendo en un pasatiempo fácil, a juzgar por los resultados); b) es una película que a momentos funciona: algo de su trabajo actoral es interesante y algunos de sus trozos narrativos nos llegan sin contratiempos; c) es mejor que varios de los últimos estrenos bolivianos; d) y, claro, para callarse es tarde.
Tres: Empecemos por el juicio de valor, para allanar el camino y terminar de matar el (escaso) suspenso de estas líneas: Los gringos no comen llajua es una película que no está mal del todo. Pertenece a ese club, reducido en nuestro cine reciente, de productos que algo prometen y algo demuestran. Al verla -aunque cueste trabajo hacerlo, pese a sus 80 minutos- es posible imaginar que, en un futuro lejano, los realizadores acabarán su aprendizaje y construirán una buena película. El “pero” es aquí obvio: uno no va al cine a esperar a Godot. Es más: sospecho que hoy poco o nada se pueden quejar nuestros cineastas de la difusión de sus películas (que una cinta de aprendizaje, como ésta, sea objeto de un estreno nacional es mucho más de lo que cualquier cineasta joven podría esperar en cualquier otra parte del mundo).
Cuatro: Algunas aclaraciones adicionales: se supone (al menos si atendemos la publicidad) que Los gringos no comen llajua es una comedia. Aunque chistosa a ratos, el género es otro: es más bien un thriller de mafiosos, de esos que, con poca suerte, el cine británico ha hecho su especialidad: diferentes grupos de violentos se disputan un territorio criminal para terminar eliminándose. La inclusión del gringo secuestrado -un Doctor Magoo en Yungas- es apenas un forzado descanso cómico en una serie -larga y tediosa- de giros del guión: idas y venidas de este o aquel grupo en torno a la droga y el dinero, los robos y engaños mutuos, las “sorpresas” (¡resulta que la chica-bombón era policía!), volteos y balaceras.
Cinco: Si de lo que se tratara es de hacer una de esas reseñas como listado de compras, habría que decir, por otra parte, que muchas de las debilidades del cine boliviano reciente flotan, como ruinas, en esta película: a) la banda musical (que oscila entre arpegios de guitarra tristones y fragmentos de tecno-punk enlatado, un poco sin ton ni son, es decir, ignorando la escena que acompañan); b) la fotografía es digital sin serlo (por ejemplo, usa -bastante mal- formas de iluminación que corresponden al celuloide); c) las maneras más elementales de encuadre y narración coexisten con partes decentemente filmadas, como en esos textos en los que pasajes de correcta escritura son condimentados con gazapos gramaticales.
Seis: Hay, decíamos, detalles en Los gringos no comen llajua que prometen algo o que demuestran un conjeturable aprendizaje: no pocos diálogos, por ejemplo, suenan plausibles; los personajes, aunque planos o caricaturescos, no son insoportables; la narración es construida sin grandes sobresaltos o errores formales. La pregunta del millón es esta, sin embargo: ¿de qué sirven estas discretas virtudes si la película no va a ninguna parte? Porque, estrictamente hablando, es una película que no tiene nada que decir. O, si se quiere, lo que dice es triste: que nuestro cine está como enfrascado en copiar, con poca plata, mal cine genérico.
Siete: O se podría pensar que este es cine “boliviano” porque los personajes hablan como tales y todo sucede en Yungas. Sobre lo primero, tengo que decir que, al menos a mí, me resulta ya cansadora esa retórica del “habla paceña” (que, en sus excesos de buen actor, Jorge Ortiz ha popularizado hasta al cansancio: lo que en Cuestión de fe era parte del atractivo del personaje se ha convertido en un repertorio de tics: “aysh papito, que linduuu, a ver qué novelas me traesh'”, etc.). Y sobre Yungas habría que aclarar que, en la película, es una locación, nada más. Lo cual me parece bien, en principio (pues se esquiva la tendencia turístico-paisajística de nuestro cine reciente). De hecho, si le creemos a la película, tendríamos que concluir que Chulumani no es otra cosa que un gran campamento de narcotraficantes.
Ocho: Quizá sea sintomático, es decir, tal vez quiera decir algo más allá de su detalle: pero el hecho es que mucho de nuestro cine reciente fracasa en lo elemental, en lo básico. Hace rato, por ejemplo, que no vemos una simple secuencia de plano-contraplano hecha con solvencia o delicadeza, televisiva aunque sea.
Y medio: Conozco esta declaración del director de Los gringos no comen llajua: “es una comedia que rescata el humor humano y que cuenta una historia cotidiana de los bolivianos. No cae en la comedia vulgar, no sólo busca hacer reír pues la idea es que también transmita un mensaje a la gente”. Los misterios son aquí múltiples: ¿Las batallas internas del narcotráfico son nuestra “historia cotidiana”? ¿No sería acaso una maravilla que una película boliviana “sólo busque hacernos reír” y que lo logre? ¿Y cuál es el “mensaje” de Los gringos no comen llajua? ¿“Que la DEA no nos vea”?
"...tendríamos que concluir que Chulumani no es otra cosa que un gran campamento de narcotraficantes."
ResponderEliminareeeeeeeeehhhhh, este, como que no está tan..., bien, seguimos