Es temporada de comparar a Barack Obama con Abraham Lincoln", se leía en Newsweek en noviembre de 2008, días después de la elección que convirtió al primero en presidente de EEUU. Ambos, proseguía la revista, exhiben orígenes complicados, son aparecidos en el mundillo de Washington, escriben sus propios discursos y tienen notables dotes retóricas, además de timing y manejo escénico (aparte de haber representado a Illinois en el Senado).
Pero otro rasgo en común se hizo visible con los días y las semanas. Tanto Lincoln como Obama son políticos en los que la arrogancia se troca por humildad, a efectos de llamar a la unidad de los propios partidarios y del país en general, buscando posiciones antagónicas. Y por eso no fue extraño que, cuando aún competía por la nominación demócrata, Obama dijo que un libro básico de la futura Oficina Oval sería Team of rivals: The political genius of Abraham Lincoln. La obra de la historiadora Doris Kearns Goodwin que ganó el premio Pulitzer trata del talento de Lincoln para gobernar un país en guerra civil y para domar un gabinete que bien pudo pasarle por encima.
Goodwin publicó las 944 páginas de su obra en 2005, pero seis años antes de eso ya tenía a un cineasta interesado en la adaptación. Consejera histórica en un proyecto de Steven Spielberg, le habría contado a éste de sus planes para escribir Team of rivals, tras lo cual el realizador le habría dicho que inmediatamente le compraría los derechos para llevarla al cine.
El camino a la concreción, sin embargo, ha sido largo. En 2001, Dreamworks compró los derechos y en enero de 2005 Variety señalaba que "Steven Spielberg está listo para embarcarse", agregando que Liam Neeson era el más seguro protagonista. Pero viejos y nuevos proyectos se cruzaron en el camino y la cinta pareció convertirse en "el Napoleón de Spielberg", como escribió un columnista aludiendo a la película que Stanley Kubrick nunca pudo hacer. Más todavía cuando Neeson renunció a hacer de Lincoln.
Pero, pese a los obstáculos y aun cuando este año se estrenan dos cintas suyas (Las aventuras de Tintín y el drama de época War horse), Spielberg ya tiene su adaptación en curso: el rodaje parte el segundo semestre de este año y el rol principal es para Daniel Day-Lewis, a quien se suman, entre otros, Sally Field y Tommy Lee Jones. La idea es estrenar a fines de 2012, tiempo apropiado para los Oscar y acaso un broche para el período de Obama de parte de un cineasta demócrata.
El peso de la historia
A partir de lo provisto por el libro se asume que el guión de Tony Kushner (Angeles en América) hincará el diente en la relación del mandatario con los poderosos hombres que fueron sus rivales en la definición de la candidatura presidencial republicana de 1860, y que más tarde se convirtieron en sus colaboradores: William H. Seward, Salmon P. Chase, Simon Cameron y Edward Bates. También se presume que un momento estelar del filme será el célebre discurso de Gettysburg (1863), acaso el más citado en la historia política estadounidense.
Pero la batalla de Spielberg por lograr una película oscarizable no es la única: una de mayor alcance lo expondrá a la comparación con dos maestros de la narrativa hollywoodense.
Abraham Lincoln figura como personaje en casi 270 películas, telefilmes y series. Figura mítica, los rasgos factuales de su vida tienden en el audiovisual a relativizarse y jugar en favor del retrato del hombre simple y humilde que se convirtió en figura paternal y refundadora de un país en llamas. Hay dos cintas icónicas a este respecto que abren y cierran la década de los 30.
En 1930, David W. Griffith, cimentador de la gramática hollywoodense y realizador de El nacimiento de una nación, hizo de Lincoln su primera cinta sonora: un retablo de la vida del personaje desde la cuna hasta el representadísimo magnicidio de John Wilkes Booth. Pero las dotes artísticas de Griffith no pudieron convertir su cinta en un éxito. Distinto es el caso de John Ford, quien estrenó El joven Lincoln en 1939, mismo año de su canónica La diligencia y de una de las pocas escasas películas sobre la Revolución de 1776: Al redoblar de los tambores.
Como sugiere el título, la cinta aborda el período previo a la presidencia y a las ligas mayores de la política, concentrándose en episodios formativos, particularmente, el juicio a dos jóvenes campesinos que arriesgan la horca. Y muestra a su protagonista como un abogado de armas sutiles y firmeza en el actuar.
El Lincoln de Ford, encarnado por un Henry Fonda tan irreconocible como Anthony Hopkins en Nixon, no tiene barba y luce taciturno; habla poco y sin subir mucho el volumen, pero siempre tiene algo racional que decir para imponer la cordura civilizadora en medio de la barbarie; para evitar, por ejemplo, el linchamiento de los presuntos asesinos del ayudante de un sheriff a manos de una turba alcoholizada.
Pero es también cotidiano: toca melodías populares con una Jew�s harp, instrumento semejante al trompe mapuche, y es capaz de hacer reír al jurado que está viendo un caso.
Para refrendar que el cine histórico vale más por su reconstrucción empática de los personajes que por su fidelidad al anecdotario, El joven Lincoln se permite insertar celebraciones de independencia allí donde no las hubo y cambiar los casos y las fechas del juicio señalado. Según cuenta J.E. Smyth en Reconstructing American historical cinema, ya en los 30 hubo historiadores que se quejaron de la manipulación de la figura lincolniana. Y que se quedaron cortos en su pesadilla cuando se dejó caer una avalancha de películas con Lincoln en alguna parte. Agrega Smyth que el legendario productor Darryl Zanuck vaciló largamente antes de dar luz verde al guión de Lamar Trotti, dada la cantidad de películas en circulación que incorporaban cual comodín al hombre del sombrero de copa (entre otras cosas, para inyectar fe en un país golpeado por la Depresión). Pero cedió. Lotti era un historiador aficionado que conocía ampliamente la vida de Lincoln, pero que quiso hacer un personaje con hondura y jugó para estos propósitos. El resultado fue una de las cintas más extraordinarias de Ford, que es harto decir, por su construcción de un personaje sencillo y cautivante, extraño y entrañable.
La película termina con la escultura de piedra del Lincoln Memorial mientras se escucha el tradicional "Gloria, gloria, Aleluya". Difícil ser más solemne. Y difícil tarea la de Spielberg, reconocido fan de esta película. Setenta años más tarde, Lincoln no es una opción evidente, más allá de que el kazajo Timur Bekmambetov estrene en 2012 Abraham Lincoln: cazador de vampiros. Y Spielberg, le parezca o no, se someterá a la vara que alguna vez midió al viejo maestro. Aportando, si hay suerte, al diálogo con el pasado.
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