Alicia García. EFE
La esperada pareja formada por Penélope Cruz y Johnny Depp en Piratas del Caribe deja un gusto agridulce. Pese a las ganas que le ponen ambos, la falta de química es evidente en esta cuarta entrega en la que más que faltar, sobran cosas.
Piratas, bucaneros, batallas, barcos y tesoros. Hasta ahí nada nuevo en la saga a la que se exprime el zumo hasta su última gota.
Para justificar la continuación, a la salida de Keira Knightley y Orlando Bloom ha seguido la llegada de Penélope Cruz, Ian McShane, Sam Claflin o Astrid Berges-Frisbey. El típico tesoro de cofre y joyas ha sido sustituido por la fuente de la eterna juventud. En los enfrentamientos entre piratas han aumentado los contendientes, incluyendo un español defensor de la fe, al que da vida Óscar Jaenada.
Han aparecido unas deslumbrantes sirenas que ofrecen el espectáculo visual más destacado de una película bien producida pese a que se barajan cifras de costos menores a las de la tercera entrega que contó con un presupuesto de $us 300 millones.
Pero pese a las brillantes batallas -se nota la mano de Rob Marshall- su principal lastre es lo que debería ser su valor: la pareja protagonista.Cruz está bien en su papel de pirata Angélica con historias pasadas con el más temeroso que temible Jack Sparrow. Y Johnny Depp en su línea gamberra e irónica. La pareja no funciona como tal y eso es algo con lo que es difícil lidiar en una película. Pese a todo, los amantes de estos piratas seguirán encantados con sus andanzas y los detractores tendrán algún elemento más para continuar en el bando contrario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario