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lunes, 11 de septiembre de 2017

El cine de Gustavo Fontán, el eterno devenir



Su cine celebra la mirada de lo sencillo, la poesía y el lenguaje de escritores como Juan L. Ortiz y Juan José Saer, la reescritura del mundo a través de la sensibilidad. Su cine celebra el movimiento, el devenir, el fluir, un lenguaje nuevo.

Gustavo Fontán nació en Banfield, provincia de Buenos Aires, en 1960. Es director cinematográfico, docente, escritor de narraciones y poemas, dramaturgo y director teatral. Realiza películas desde 1993 que, por su particularidad, son imposibles de encuadrar en un solo género. Se leen como cine documental, de ficción, cine poético, lo que le da una libertad inusitada en su escritura cinematográfica.

Este director prácticamente desconocido en Bolivia ha realizado una sólida y conmovedora obra que consta de 16 películas, entre cortometrajes, mediometrajes y largometrajes. Sus películas más conocidas, tanto por su belleza como por la profundidad en la observación de la realidad, son la serie de la casa formada por tres películas: El árbol (2006), Elegía de abril (2010) y La casa (2012), donde le interesa acompañar el tiempo que transcurre revelado en los objetos, en las habitaciones de la casa, en los objetos de la casa familiar. A éstas se suman las inquietantes películas que transcurren en el río Paraná, en las islas que hay allá y que nos exponen a un constante navegar y devenir entre sus profundas aguas, su tupida vegetación y el incierto corazón de sus habitantes. Las películas que conforman esta serie son cuatro y son conocidas como la Tetralogía del Río: La orilla que se abisma (2008), El Rostro (2014), El limonero real (2016) y El día nuevo (2016).

El tercer Festival A Cielo Abierto —celebrado en el Centro Simón I. Patiño de Cochabamba, del 22 al 26 de agosto de 2017— realizó un homenaje de reconocimiento a su trabajo cinematográfico que es, en resumidas cuentas, una constante búsqueda poética que se agarra de la literatura, la ficción, el documento, la naturaleza, archivos, personas e historias para crear una patria innombrable, pero llena de sensibilidad y de belleza en la que habitar es siempre devenir.

* Coordinadora Cultural del Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño

‘El limonero real’: de la contemplación a la abstracción

Santiago Espinoza / CríticoEl limonero real (2016), de Gustavo Fontán (Banfield, Buenos Aires, 1960), es una película que lleva la pesada carga de presentarse como una adaptación de la novela homónima de Juan José Saer (Santa Fe, 1937-París, 2005), una de las voces más celebradas de la literatura argentina y latinoamericana de los últimos años. De ella toma su trama mínima: una familia que vive en la ribera del río Paraná se apresta a celebrar el último día del año, bajo la pesada sombra de dos ausencias, la de una de las hermanas que permanece de luto y la de su hijo muerto hace ya seis años.

Este hilo argumental le sirve al realizador argentino para montar un relato que podría pasar por contemplativo, por sus tomas largas y cuidadas del paisaje. Sin embargo, contemplativo es un adjetivo que no le cabe del todo a este filme, que tiende, más bien, a la abstracción. La cámara y el diseño sonoro no persiguen la contemplación del paisaje y de sus seres, sino que, en el afán se acompañarlos y observarlos, se pierden deliberadamente en sus propias mutaciones y abstraen los sentidos del que mira y oye. El curso del río y el fragor del monte imponen el tempo del relato, con reminiscencias al cine de Alonso (Los muertos) y de Martel (La ciénaga), hasta configurar una atmósfera entre evocadora y ominosa, en la que la celebración de lo real sucumbe ante la memoria de las ausencias.

Planteada como la adaptación de una obra de ficción, El limonero real es, a su manera, un documental sobre las variaciones de la luz en su encuentro con el río y el monte que le circundan. Un estudio sobre las mutaciones de la luz natural que esculpe las distintas edades del día, de la naturaleza, del hombre y de su memoria.

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