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martes, 26 de septiembre de 2017

Baby Driver Calles de Fuego

Antes de que algún ejecutivo de publicidad de la distribuidora de la última y excelente obra del siempre a tope Edgar Wright nos la venda como el La La Land del thriller (que no es una mala definición: la película es, en especial al comienzo, un cruce entre la sobrevalorada cinta de Damien Chazelle y el Drive de Nicholas Winding Refn) decir que, ante todo, Baby Driver es lo que Walter Hill habría hecho en la nouvelle vague francesa. Hill hace un cameo en el film y está en la dedicatoria/declaración de amor de los créditos finales.

Y Walter Hill está en esa idea de mezclar un noir violento y estilizado a la vez (lo que era ya Driver, nuevamente referente) desde que soñara el género de manera abstracta y musical en Calles de fuego... y el epílogo del film le besa en los morros con lengua.

El Baby protagonista, su mundo a base de canciones que cronometran sus golpes, estados de ánimo y su propia (marcada por la tragedia) existencia, además de arrancar una lágrima a los fans de la olvidada y denostada El gran Halcón, es hijo de los héroes del joven y rabioso Godard viviendo sin aliento, dando golpes imposibles y existencialistas en una metrópoli casi irreal. Edgar Wright juega con maestría esas cartas cinéfilas con coreografías dignas de Jacques Demy (no sólo las de esos paseos con los cafés post atracos, sino en las persecuciones, los violentos tiroteos…) y con unos personajes que podrían parecer de tebeo pero que acaban resultando tanto hijos del pulp USA de Mickey Spillane o Jim Thompson como de Jean-Pierre Melville.

Que Quentin Tarantino sea otro de los tótems a quienes el director cita en su lista de agradecimientos final no es extraño al ver esas reuniones para planificar los golpes que son un Reservoir Dogs con Kevin Spacey (hacía siglos que no estaba tan bien) haciendo todos los señores de colores. Y Tarantino está en esas cafeterías, en esos amores a quemarropa… Compendio pues de toda la mitología cinéfila alrededor del thriller desde sus más cariñosas e irreverentes fiebres cinematográficas juveniles, Baby Driver se convierte en un disfrute para el paladar de los entendidos y en una gozada para los amantes de la velocidad, los disparos, las historias de amor teen, los diálogos cabrones y la sabiduría playlist. Y para los que aplaudan la aparición como El Carnicero de cierto genio de la música muy ligado a Brian De Palma.

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