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domingo, 11 de mayo de 2014

Minerita: Sobrevivir en el Cerro Rico

Ivonne Mamani entra en la Cinemateca de La Paz acompañada de Lucía Armijo y la licenciada Janet Salinas funcionaria de Cepromin. Mira el techo y las paredes como quien observa la magnificencia de un lugar en el que nunca antes ha estado. “Es la primera vez que vengo a La Paz”, cuenta minutos antes del estreno nacional de Minerita. El documental dirigido por el español Raúl de la Fuente en el que narra cómo (sobreviven las mujeres en el Cerro Rico de Potosí ha sido galardonado en febrero con el premio Goya de la Academia de Cine Español.

Ya ha pasado un mes desde el día del estreno y los rostros de Ivonne, Lucía y Abigail, protagonistas del documental, ya no acaparan las portadas de los medios. Su vida continúa transcurriendo en las entrañas de la mina y en los cubículos donde viven y trabajan como serenas cuidando el material de los mineros. “Las condiciones son muy precarias, apunta Janet, trabajadora social del Centro de Promoción Minera (Cepromin). Tienen una habitación minúscula para cada familia y en la mayoría de los casos no disponen de servicios básicos como agua o energía eléctrica”.

La vida no es fácil en el Cerro Rico. La montaña que se erigía hasta los 5.200 metros cuando llegaron los colonos españoles es ahora un peñón socavado de 4.700 metros de altura al que durante cinco siglos le han extirpado miles de toneladas de plata pura. Hoy en día, del coloso emanan millones de rocas diarias de las que se extrae estaño, plata y zinc.

“La montaña es un cascarón mineral cada vez más hueco, las laderas se derrumban aquí y allá, y los potosinos temen el día del colapso final, el hundimiento apocalíptico que culmine la historia del Cerro Rico: en sus entrañas yacen los huesos, o el polvo de los huesos, de docenas de miles de mineros. La montaña que devora hombres, la llaman”.

Así describía en 2009 el periodista Ander Izagirre el lugar donde miles de menores dejan la piel y la vida trabajando a cientos de metros bajo tierra. El reportaje, que recibió el premio Manos Unidas de periodismo en 2010, fue el que inspiró a Raúl de la Fuente para rodar la historia, pero con perspectiva de género. “Cuando vi por primera vez el cerro, —explica el director—, sentí que es majestuoso, magnético. El reto cinematográfico era dotarle de carácter de personaje protagonista, junto a Lucía, Ivonne y Abigail”.

En el Cerro Rico viven aproximadamente 170 mujeres. “Algunas tienen marido, otras abandonadas, así nomás. Pero todas nos dedicamos a lo mismo”, explica Lucía. En ese hostil rincón de Bolivia no hay mucho que hacer salvo dedicarse a la mina. No hay seguridad laboral, no hay horarios, no hay derechos. La mayoría de las mujeres y niñas cuidan el material de los mineros día y noche, defendiéndose con dinamita de los “rateros” que vienen a robar o a abusar de ellas sexualmente. “Los perros nos alertan en la noche y nunca dormimos bien. Siempre hay que estar alerta”, explica Ivonne. “Muchas chicas a mi edad (18 años) ya son madres. En algunos casos han sido violadas”.

Lucía se ha aferrado al poder de la pólvora para protegerse. No sabe lo que es el miedo. “Soy de Potosí. Mi marido era flojo, no trabajaba, me pegaba nomás y así he subido al Cerro Rico. Se ha ido, tiene otra mujer, no manda dinero para las wawas y yo tengo que trabajar para hacerles estudiar a mis hijos”. Los 600 bolivianos que cobra por trabajar 24 horas al día expuesta a todo tipo de vejaciones no alcanzan para abandonar el Cerro Rico.

La escena en la que Ivonne entona una canción en el documental sobrecoge por su fuerza. Su mirada es triste. Abandonó su sueño para pasar de niña a adulta sin titubear. “A mí siempre me ha gustado cantar”. Antes vivía en Cochabamba con su familia, donde cantaba en “esos grupos de cholitas” como los llama con nostalgia. Cuando a su madre le diagnosticaron un tumor en la pierna y tuvieron que amputársela, se trasladaron con su padre y sus tres hermanos pequeños al Cerro Rico. “Por falta de economía he dejado mis estudios. Mi mamá me necesita mucho, ella trabaja en el cerro y necesita mi ayuda. Tengo que estar pendiente de ella y de todos mis hermanos, para que puedan salir adelante y seguir estudiando”. Ivonne convive con el mismo terror de todas sus compañeras a ser agredida, pero tiene un miedo mayor, y está en su propia casa. “Mi papá no trabaja, toma mucho y no sabe qué es lo que nos hace falta. Me da mucho miedo quedarme a solas con él. Yo ya no quisiera vivir en el cerro”. Muchas de sus amigas ya han abandonado la montaña y han huido a Potosí o a otras partes del país. A ella le pesa más la responsabilidad de cuidar a los suyos. “Madre no hay más que una en esta vida y quiero que mis hermanos sean profesionales”.

Todas las noches desde que tenía 12 años, Abigail se calza las botas y el overol, y se encaja el gorro linterna para descender a las entrañas de la mina.

Con la muerte mordiéndole la nuca a cada paso, pisa con cuidado y sabe perfectamente dónde no debe tocar si no quiere que la montaña la devore a ella también. “Nunca olvidaré esos dos ojos como platos tras el casco de minera y la sonrisa inmensa de esa joven”, comenta De la Fuente. Abigail gana cuatro veces menos que los hombres, y eso que ahora cobra. La adolescente pasó un año entero jugándose la vida en la mina sin ganar un peso. Como muchas mujeres serenas adquirió una gran deuda por haber sido víctima de robo de los materiales que guardaba en casa. “Muchas adolescentes trabajan en la mina sobre todo en periodos vacacionales. Por eso desde Cepromin incrementamos en esa época los cursos, actividades y juegos, para evitar que se vayan a la mina a trabajar”, apunta Janet.

“Es increíble cómo se han empoderado algunas mujeres en el Cerro Rico. Antes se reportaban más casos de violaciones, incluso de niñas, pero han sabido aprender a protegerse las unas a las otras”.

Desde la institución exigen que el Gobierno lleve servicios básicos al cerro y que haya presencia policial, “pero nunca llega”. A las trabajadoras sociales de la entidad ya las conocen en el cerro y las respetan. “Hacemos recorridos por la bocamina y sensibilizamos sobre violencia de género. Intentamos fomentar que los menores vayan al colegio, incluso les facilitamos el transporte, en parte por el peligro que tiene para ellos volver a la bocamina de noche”. Con el paso de los años, han cosechado éxitos como el de María Elena Humacaya. “Ella trabajaba en la mina y gracias a su constancia ha salido bachiller y ahora está estudiando Contabilidad en la ciudad”. Sin duda, un ejemplo para sus diez hermanos pequeños.

Lucía, Ivonne y Abigail fueron elegidas para rodar el documental porque representan a mujeres que están cambiando la realidad dentro y fuera de la mina.

Lucía ya ha conseguido un contrato de trabajo, algo prácticamente inexistente en el entorno cooperativista minero. Abigail, que creen que recientemente ha emigrado a la ciudad de Potosí, lideraba a los jóvenes de su centro escolar organizando actividades con ellos en el poco tiempo libre que tenía. E Ivonne es representante del sector Caracol, coordinando un grupo de mujeres con las que se reúne para hablar de temas de empoderamiento.

El documental finaliza con una Abigail símbolo de la libertad que todas ansían. De las vísceras pestilentes de la mina pasa al majestuoso salar de Uyuni, donde se la puede ver irradiando la felicidad propia de una adolescente. La misma felicidad que les ha sido robada a tantas mujeres y niñas del Cerro Rico de Potosí.

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