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domingo, 9 de septiembre de 2012
El cine cruel y despiadado de Kim Ki-duk triunfa en Venecia
El codiciado galardón del Festival de Venecia (Francia) fue otorgado el sábado en una ceremonia en el Palacio del Cine del Lido.
Kim Ki-duk, cineasta surcoreano de 51 años de edad, retiró el premio ataviado con traje coreano color verde y café oscuro, y después de agradecer a los jurados y llamar a los protagonistas de la película al palco, entonó un canto en su idioma como agradecimiento, en un gesto que fue saludado calurosamente por el público.
El talentoso director regresó a la pantalla grande tras cinco años de ausencia y depresión con un filme que él mismo define como “una crítica al capitalismo salvaje”.
El jurado, que fue presidido por el estadounidense Michael Mann y del que también formó parte el cineasta argentino Pablo Trapero, escogió entre 18 cintas del celuloide, todos estrenos mundiales.
Piedad, que narra la crueldad de un hombre al servicio de usureros, convenció tanto al público como a buena parte de la crítica, por su asombrosa mezcla de venganza y compasión. “Mi película es una metáfora del capitalismo extremo que hace del dinero el único valor importante que se impone sobre valores y sentimientos”, explicó a la AFP el cineasta.
Aparte, el drama religioso que muchos consideran una crítica a la poderosa cienciología, The master (El maestro), del estadounidense Paul Thomas Anderson, fue galardonado con el León de Plata, el premio al Mejor Director.
Anderson, autor del premiado filme Magnolia, no desmintió su fama de cineasta difícil y prodigio, y naturalmente se rehusó a asistir a la ceremonia francesa, pese a haber recibido dos premios.
Además del galardón a la mejor dirección, los dos protagonistas, Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman, recibieron la Copa Volpi a la Mejor Actuación Masculina.
Con la vida de El maestro, “escritor, doctor, físico nuclear, filósofo y teorético”, como se presenta a sus adeptos, Anderson logra sumergir al espectador en el lado oscuro de la psicología humana, en la necesidad de contar con una guía, una familia o una religión como tabla de salvación.
Excusas. “Pido excusas por mi cara, acabo de bajar del avión. Me puse el traje en el baño. Trabajar con Joaquín ha sido una experiencia increíble, porque es una fuerza indómita y yo sólo he cabalgado esa fuerza. Estoy seguro de que él estará también muy agradecido”, afirmó Philip Seymour Hoffman al retirar los dos premios.
Por su parte la Copa Volpi a la Mejor Actuación Femenina recayó en la joven actriz Hadas Yaron, por su encantador papel en el filme de la directora israelí Rama Burshtein, Lemale et Ha’halal (Llenar el vacío).
Otro filme de autor, Paradies: Glaube (Paraíso: Fe), que suscitó escándalo en Venecia por escenas irreverentes, entre ellas una de sexo con un crucifijo, fue galardonado con el Premio Especial del Jurado. “Mi película no es blasfema”, manifestó desde el palco el director austríaco Ulrich Seidl.
El cine italiano, que desde hace dos décadas no obtiene el mayor galardón, se consoló con el premio a la Mejor Contribución Técnica para el cineasta Daniele Cipri por la fotografía de Ha sido el hijo, protagonizada por el chileno Alfredo Castro.
Asimismo, el galardón al Mejor Guión lo recibió el director francés Olivier Assayas por Après Mai, que rememora el mayo 68 en Francia, entre militancia política, droga, revolución y fuga a India.
Otro desvarío de Kim Ki-duk Carlos Boyero - EL PAÍS
Piedad comienza con un ahorcamiento. A partir del momento, somos testigos de las infinitas palizas que sacude a todo tipo de gente, incluidas mujeres y viejos, un tipo malencarado y solitario que se dedica a cobrar para un prestamista.
Su existencia se alborota cuando aparece una mujer que asegura ser su madre y que trata de convencerlo de que si se ha convertido en un monstruo es por el trauma que ella le causó abandonándolo al nacer. Razones suficientes para que no se conforme con darle una paliza a su supuesta madre, sino que también la viola.
Mi problema no es ya que me aburra profundamente observar las sádicas hazañas y la catarsis de un perturbado mental, sino la sensación de que el creador está más zumbado que las personas y las situaciones que se inventa.
Al final, Kim Ki-duk deja la pantalla en negro durante unos minutos. Imagino que para que sus admiradores se rompan las manos ovacionando su arte.
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