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domingo, 1 de julio de 2012

Sombras tenebrosas: Pero Johnny Depp es muy guapo

Uno: Mi esposa, cuando salimos del cine, resumió bien los alcances de Sombras tenebrosas: “Es como Piratas del Caribe, pero con vampiros”. Y añadió, casi sin otra pausa que la necesaria para poder respirar: “Pero Johnny Depp es muy guapo”.

Dos: Sí, es muy guapo. ¿Y quién soy yo para despreciar tales razones?: por mucho menos vamos al cine. Además, Depp está bien acompañado: reaparece Michelle Pfeiffer, que a sus 54 sigue siendo un bombón de licor que amerita por sí sola el precio de la entrada. También volvemos a ver a Eva Green, la joven actriz francesa de la que Bernardo Bertolucci dijo que “es tan hermosa, que ya es indecente”. Recordamos así, con estos motivos, una época en la que era suficiente la presencia de tal o cual actor y actriz para ir al cine, costumbre acaso más sana que regodearse en la mera expectativa provocada por el último jueguito de computadora en pantalla grande.

Tres: Como se sabe, Sombras tenebrosas es el “tratamiento Tim Burton” de una telenovela de vampiros de los años sesenta (duró entre 1966 y 1971). Toda una generación de niños y adolescentes paceños se crió viéndola, ya en los setenta. Yo, que soy camba, nunca la vi: Canal 7 todavía no llegaba a tierras bajas. Conozco al personaje por referencias, en concreto las de mi esposa, que recuerda con frecuencia a Barnabas Collins, el vampiro americanizado en cuestión. Hoy, claro, Sombras tenebrosas es una referencia que para la mayor parte del público sub-40 es tan incomprensible como Iron side, Ultra Seven o El León Blanco: uno de esos silbidos que sólo los perros escuchan.

Cuatro: Es la octava película de Burton con Depp, su musa. Y la séptima con su señora esposa, la digna Helena Bonham Carter. Y la segunda con Pfeiffer (que interpretó para él, claro, a la única Gatúbela memorable). Estas recurrencias hablan por supuesto no tanto de la fidelidad de Burton con sus amigos como del hecho de que es un director que ha estado haciendo la misma (mala) película durante toda su carrera. Con las excepciones del caso, que en la filmografía de Burton son dos: Ed Wood, de 1994, y El joven manos de tijera, de 1990 (películas que tampoco, seamos serios, son obras maestras).

Cinco: Hablar del “tratamiento Burton” exige recordar que lo suyo son los re-makes y make-overs: retomar algún clásico mayor o menor de la cultura de masas y rehacerlo según pautas visuales identificadas con su estilo, su “toque”. Se dice, al respecto, que Burton es un genio: algo así como sugerir que es el gran decorador de interiores del cine hollywoodense. A veces, ese fervor decorativo no va a ninguna parte (e.g.: su Alicia, su Jinete sin cabeza, para no hablar de su Planeta de los simios). Otras, por las virtudes del guionista, el genio visual de Burton sirve para contar algo, como en la ya mencionada Ed Wood. Sombras tenebrosas no es ni uno ni lo otro y, en la filmografía del director, ocupará, creo, un lugar similar al de su primer largometraje, Beettlejuice (1988): un sano divertimento que, en sus detalles, merece algún pequeño lugar en nuestra atiborrada memorial cultural.

Seis: La película empieza, de hecho, muy bien. Esos veinte minutos iniciales recrean un pueblo de Maine de brumas y bosques, hipnótico, equivalente de aquel “era una noche tormentosa” con el que Snoopy intentó, cientos de veces, comenzar su carrera como novelista. Pero muy luego, Burton se pierde: su narrativa se rinde no a un relato sino al irrefrenable deseo de contar chistes o probar gags visuales. En ello, Burton es muy parecido a Pedro Almodóvar: el principio de sus películas es lo mejor, principio que nos envuelve sólo hasta que empezamos a darnos cuenta de que el asunto gira sobre sí mismo, que es un mero pretexto para “darse el gusto” con esta o aquella toma bonita y difícil.

Siete: El infantilismo de Burton no es el de Almodóvar: es más democrático y carece de pretensiones. No busca “provocarnos” o “escandalizar” y tampoco un cosmopolitismo snob, de esos que hacen “guiños” intelectuales al espectador como si estuvieran gesticulando a gritos. Su humor es más simple y menos letrado. En Sombras tenebrosas, luego de esos minutos iniciales, los chistes se empiezan a amontonar según un único procedimiento: Burton está encantado con las posibilidades de ver el mundo de 1972 con los ojos de un vampiro de 1768 que acaba de volver al mundo.

Ocho: La mirada de Burton es minuciosa: desfilan, con insistencia, bicicletas que no veíamos hace cuarenta años, discos de vinilo, ropa y peinados setenteros, programas de tv ya ancianos, hippies arquetípicos e idiotas en una vagoneta volkswagen, etc. Lugares comunes sobre una época que para Burton es eso (y no la Guerra de Vietnam o Nixon): accesorios pasados de moda, ridículos porque ya expiró su tiempo. Las risas a las que aspira este fervor por el detalle son esas que los adolescentes no pueden contener cuando ven en una película de fines de los ochenta a un personaje manejar un celular del tamaño de un zapato: “qué gente absurda y tonta, ¡no tenía iphones!”.

Y medio: Sombras tenebrosas no puede imaginarse su propia “sofisticación” como histórica: es incapaz de pensar el presente sino en tanto eternidad absoluta y “normal”. Basta, para combatir esta ceguera juvenil, imaginar cómo veremos en 2030 esta parodia de 2012 del “look” de 1972. Lo más probable es que ya para esos años no entendamos los chistes y que las referencias con las que este humor juega nos resulten tan incomprensibles como esos silbidos que sólo los perros escuchan.

“Tim Burton es muy parecido a Pedro Almodóvar: el principio de sus películas es lo mejor, principio que nos envuelve sólo hasta que empezamos a darnos cuenta de que el asunto gira sobre sí mismo, que es un mero pretexto para “darse el gusto” con esta o aquella toma bonita y difícil”.

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