Hay que ser ciego para ver mejor. Un ciego no capta las formas ni los
colores pero tiene una sensibilidad más desarrollada para sentir la luz
que lo rodea. Es capaz de reconocer los contrastes, las sombras y el
movimiento a su alrededor. Esa es la premisa de un filme extraordinario
que vi semanas atrás en la Cinemateca Boliviana: Gabor (2013) de
Sebastián Alfie.
Hace mal este filme en presentarse como un documental, porque no lo
es. Es una película completamente concebida y pensada, plano por plano,
de manera que nada está librado al azar. La "realidad” no se muestra tal
cual es sino a través de los ojos de la creatividad, en este caso, a
través de los ojos de un ciego, lo que permite al espectador "ver” una
realidad diferente, superpuesta a la realidad abstracta que vemos de
pasada, sin todos los sentidos.
La premisa y punto de partida de este filme es una excusa que forma
parte más de una historia de ficción: la Fundación Ojos del Mundo, http://www.ullsdelmon.org/es/
una organización catalana que apoya en la ciudad de El Alto a una
clínica oftalmológica, encarga a Sebastián Alfie, cineasta argentino
free lance que vive en Barcelona, la realización de un cortometraje
promocional para la ONG. Pero desde un inicio, la mirada creativa de
Alfie "ve” en ese trabajo de encargo la oportunidad de realizar algo que
además de cumplir con el objetivo de dar a conocer el trabajo de la
organización, permitirá crear una obra (una película dentro de otra
película) con claros valores artísticos y humanos.
Entra entonces en escena Gabor Bene, un jefe de fotografía de origen
húngaro que diez años atrás perdió completamente la vista debido a una
infección que contrajo mientras filmaba en la selva peruana. Qué
tragedia para alguien cuyo trabajo depende de su vista. Pero Gabor toma
las cosas con filosofía, continúa trabajando en el mundo del cine,
alquilando equipos especializados de cámara y soñando despierto en lo
que él haría con cada toma y cada plano si tuviera oportunidad de
hacerlo. En diez años, no solamente recuerda cada plano que ha filmado
como director de fotografía, sino que recuerda planos de otras películas
que a él le gustaría filmar y quizás mejorar, innovar.
Esa fuerza vital y ese deseo contenido es detectado por Sebastián
Alfie. Quizás es su mayor mérito en este filme, ya que convence a Gabor
para integrar el equipo de filmación como jefe de fotografía. Por
primera vez en la historia del cine –que yo sepa- un ciego dirige la
fotografía de una película. Más aún, Gabor toma poco a poco un papel
mucho mayor en el filme, asumiendo un rol de co-director, cuestionando a
Alfie ciertas decisiones, sugiriendo soluciones de realización que
sobrepasan sus atribuciones técnicas y artísticas.
Alfie tiene la honestidad de mostrar, en este relato en primera
persona a medio camino entre la ficción y el documental, ese proceso en
el que su papel de director se ve transformado en el de un facilitador.
No deja de incluir una mención a sus estereotipos iniciales, cuando se
plantea la necesidad de filmar el proyecto en El Alto, que él imagina
como un lugar carente de todo y en el que "solamente” se habla aymara,
lengua en la que se declara incompetente. "Tan contento como asustado –
dice- el proyecto tiene la palabra catástrofe escrita por todos lados”.
Por supuesto, esa frase es también parte de un discurso construido a
posteriori.
En varias situaciones el diálogo continuo entre Gabor y Alfie aborda
la débil frontera (si es que existe alguna) entre el documental y la
ficción, que de por si se constituye en uno de los temas del filme. ¿Qué
es la realidad al fin de cuentas? No podemos reproducir la realidad,
solamente interpretarla de un modo nunca neutro y objetivo.
Lo dice Alfie en la escena en la que trata de forzar un final feliz
en el guión: "El cine es falsificación”, a lo que Gabor responde
estableciendo límites éticos.
El estilo del filme, estructurado como un diario que transcurre con
una cronología ordenada, incluye imágenes muy bien logradas, y no
solamente las que recrea en su cabeza Gabor, sino también una secuencia
de línea de tiempo realizada en animación, que rápidamente sitúa la
historia y los lugares que importan en ella. Otras, son concesiones
menores: la doctora Shirley en la Calle Jaén, las cebras de la Alcaldía
de La paz en El Alto, etc.
Lo fundamental está en la relación entre Gabor, cuyo nombre da el
título del filme, y Alfie. Crece entre ambos personajes-personas una
amistad real, basada en el respeto y en el compromiso con el tema de la
película: la ceguera y las maneras de ver el mundo.
Las secuencias de ambos antes de iniciar la experiencia de trabajo
conjunta, por ejemplo paseando en una bicicleta para dos (con Gustav, el
perro de Gabor), tienen un alto valor simbólico. En el curso de la
filmación en la ciudad de El Alto muchas cosas se alteran, y el registro
del proceso de transformación es parte de la película, que contiene la
filmación de otra película como elemento subsidiario.
Los personajes bolivianos son entonces secundarios, aunque se los
trate con mucho respeto y cariño. Por una parte están los tres ciegos:
Víctor (panadero), Emilio (pintor) y Eulogia (campesina), y la cirujana
Shirley que trata de devolverles la capacidad de ver. Por otra parte, el
equipo de producción boliviano que también es filmado para enriquecer
el contexto que se describe: Freddy Delgado (foquista), Pilar Groux
(produtora) y Gigio Díaz (sonidista). Este no es solamente un ejercicio
fílmico sobre la ceguera sino una apuesta por el cine, una manera
diferente de filmar, mostrando los miedos y los escollos a manera de un
diario, aunque en la realidad la secuencia de filmación no haya sido la
misma que vemos en la pantalla y todo esté "fríamente calculado”. Lo que
importa es el resultado, que transmite una sensación de frescura y
naturalidad.
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