Desde mi punto de vista y con una inmensa sinceridad, es un penoso año para el cine boliviano. Nos alejamos de cualquier horizonte visible donde prime la autenticidad, calidad, sorpresa y goles taquilleros. Hemos tenido un menú muy variado de contenidos e historias. Salimos de los martirios políticos o los discursos demagógicos indigenistas, pero nuestros contenidos todavía no tocan la ciudad como contenedor de historias, seguimos en los alrededores, en la periferia y con la fatiga de exportar nuestras nostalgias familiares y rurales.
La economía es una herramienta para el análisis: tenemos una película con los costos arriba del millón, por el otro lado tenemos películas con costos extremadamente bajos, el resultado de sus taquillas son realmente asombrosos, no hay proporción en la escala de ganancias, las de bajo presupuesto han encontrado un posible retorno e incluso ganancias, las de alto presupuesto tienen resultados muy duros y son quiebres financieros, la producción de una película no termina de pagarse con su taquilla, el público no espera el cine boliviano para contribuir monetariamente, el Estado no es un socio posible para desarrollar proyectos.
Existen aciertos como Pacha en su fotografía o Yvy maraey en su producción, pero tampoco son grandes estrellas; yo quisiera una estrella como la que se regalaron nuestros hermanos paraguayos, una película como 7 cajas que en este análisis no puedo dejarla a un lado (si bien no es boliviana pero la adopto absolutamente) nos ha demostrado que vale la pena hacer cine y con una idiosincrasia tan parecida a la nuestra, un país en peores condiciones desde el punto de vista de producciones nacionales. 7 cajas tiene una autenticidad 360º y si no fuese hablada en guaraní, daría mi mano derecha jurando que eso es Santa Cruz de la Sierra y que el protagonista es mi primo.
Que el 2014 nos caiga una lluvia de estrellas, alumbre el camino y deje que el cine y la diversión se abran paso.
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