A sus 69 años y con una larga carrera cinematográfica a sus espaldas, Martin Scorsese ha decidido realizar una larga, preciosa y sentida carta de amor al cine a través de "Hugo", una tierna y brillante historia infantil con unos estupendos y surrealistas personajes secundarios.
Basada en "La invención de Hugo Cabret" de Brian Selznick, cuenta la vida de un niño, Hugo, que vive escondido en una estación de tren, donde mantiene en funcionamiento los relojes mientras busca piezas para recuperar un autómata heredado de su padre.
Con una estética preciosista y llena de detalles de una maravillosa estación en el París de los años 30, Scorsese narra una historia en la que se mezcla un sentido homenaje a Georges Méliès, uno de los primeros cineastas de la historia.
Once nominaciones a los Oscar y el Globo de Oro a la mejor película avalan este particular homenaje de Scorsese, que ha hecho todo un ejercicio de maestría con una impresionante colección de planos, cada uno de ellos escogido con todo el mimo y la sabiduría de la experiencia. Cuidada hasta el más mínimo detalle, sólo se le puede objetar el excesivo protagonismo del niño, interpretado por Asa Butterfield ("The Boy in the Striped Pyjamas").
Y no tanto por él mismo como por los minutos que roba al excelente plantel de secundarios que le rodean. Desde Ben Kingsley a Ray Winstone, pasando por Emily Mortimer, Christopher Lee y, sobre todo, un Sacha Baron Cohen impecable en su papel de estricto y tonto policía que persigue a los niños porque no sabe relacionarse con los adultos.
Divertido y huraño, pero tierno y perdedor, los matices que aporta Baron Cohen a su personaje hacen querer saber más de su historia, de su relación con Lisette (Mortimer). Al igual que pasa con el señor Firck (Richard Griffiths) y la señora Emilie (Frances de la Tour).
Pero sobre todo, con ese Méliès anciano que representa toda la ilusión, magia y evasión que representa el cine.
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