Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes nació un sábado 12 de agosto de 1911. Tal como reza la libreta manuscrita de su padre, el empleado postal Pedro Moreno Esquivel, lo hizo a las doce y media de la noche en la sexta calle de Santa María La Redonda 182, Ciudad de México. Hijo de Soledad Reyes Guízar, resultó el cuarto de 14 hermanos, de los que sobrevivieron ocho.
Mario creció en la colonia Guerrero. En la escuela tuvo buenas notas, y resaltó por sus respuestas ingeniosas a los profesores, y por sus cartas de amor: “…te llevaré a París, y de regreso pasaremos por China. Atravesaremos los mares en un barco muy bonito que escogeré para ti, y te daré muchos besos mientras la luna baña las olas con su dulce luz”.
Llegó a ser monaguillo y a rezar en latín el Yo pecador. No comprendía que había niños pobres; por ello, un día llegó a casa sin zapatos, tras regalarlos a una vecinita descalza, lo que le valió un regaño de su mamá Cholita. Le gustaban el béisbol, el fútbol y el teatro; su primera obra fue Los últimos días de Morelos, que arrancó aplausos entre padres y maestros. Fue en esa época que conoció, gracias a su tío, una sala de cine.
La mentira para entrar al Ejército
Su padre se opuso a que ayudara en los gastos de la familia. Pero Mario se las ingenió para dar funciones de teatro, recoger pelotas en un club de tenis, hasta que ya adolescente, don Pedro cedió y lo llevó a trabajar en las oficinas postales de Oaxaca, Xalapa, Veracruz. Pero el joven se aburría, salvo por los días en la carpa de José Pagola, donde desplegaba sus dones de bailarín y casanova.
En Xalapa, se enlistó en el Ejército a los 16 años. Dijo que tenía 21 y fue enviado a Chihuahua, donde organizó espectáculos artísticos, hasta que su progenitor aclaró la situación, lo dieron de baja y lo hizo trabajar cerca de él, en el Correo Mayor. Pero se seguía aburriendo. Por entonces, todos sus amigos lo conocían como El Chato Moreno, aficionado al baile, el billar y el boxeo.
Creía que sus puños podían ayudarle a ganar “lana”, y hubo ocasiones en que subió al ring a pelear con su hermano Pepe, y se turnaban en las victorias para repartirse las ganancias. Pero se cuenta que El Chato quedaba en la lona apenas subía al cuadrilátero. No era su destino y se dio cuenta de que su futuro se hallaba en las carpas.
Para entonces, los peladitos frecuentaban oscuros callejones, pulperías, bares..., vestidos con harapos, camisas sucias, pantalones rotos y malfajados, zapatos con agujeros y sombreros demacrados. Fueron la inspiración para Vaciladas de Chupamirto, la tira cómica de Jesús Acosta. Y tal vez ésta fue la de muchos cómicos que trasladaron a este personaje a las carpas, entre ellos Mario.
Él comenzó en esos escenarios populares luciéndose con un charleston, un tap o un tango con la Yoly Yoly que, dicen, le dio la idea de vestirse de peladito. Tuvo papeles en sketches y recurrió al maquillaje para no ser reconocido por sus padres, que frecuentaban esos lugares. Mario recordaría luego que en una ocasión, ellos se rieron mucho con su actuación, sin saber que era su hijo.
Hasta que lo descubrieron, pero no pudieron frenarlo. Mario fue primero payaso de carpas con el nombre artístico de Polito, para pasar al de Cantinflitas, hasta que en el Salón Mayab adoptó el de Cantinflas. Hay versiones de que su alias surgió cuando le gritaron en pleno espectáculo: “¡Cuánto inflas!” o “¡En la cantina inflas!”, o sólo “¡Cantinflas!”. Le gustó cómo sonaba y lo tomó.
Sin embargo, ya de mayor, Mario aclaró en una entrevista que la leyenda que vale “es que cuando yo me decidí y ya vestía mi personaje, yo me puse el nombre, y me puse para que no pusieran mi nombre, para que no se enteraran mis papás”. De esta forma nació Cantinflas, el otro yo de Mario Moreno, aquel que lo iba a hacer célebre, millonario y querido por su México y el mundo.
¿Y cómo nació el cantinfleo, esa manera de decirlo todo diciendo nada? Mario relató que fue en la compañía Novel: “Un día, el director me dijo que saliera a anunciarle al público una función de beneficio que se preparaba y, antes de que tuviera yo tiempo de pensar en lo que iba a decir, me empujó y… ¡zaz! Me vi en medio de la escena y sin saber qué decir. Pero ¡qué va! Yo no me quedé callado y empecé a hablar. No sé lo que dije, el público no entendió una palabra, pero antes de que yo acabara de hablar —yo seguía hablando sin cesar porque no sabía cómo acabar, y además estaba seguro de que no había dicho nada—, fui interrumpido por una gran ovación. ¡El público creyó que yo hacía aquello de propósito y le hizo mucha gracia esta nueva vacilada! Al día siguiente, el que anunciaba las funciones salió y dijeron: ´ese no, el de ayer´”.
En 1935 Cantinflas llegó al teatro. Fue un éxito. Ahí estrenó una de sus palabras famosas: “detalle”. Uno de sus amigos contó que cuando El Chato recorría las calles de la Guerrero —de donde alimentó la personalidad de Cantinflas —, notó que los peladitos llamaban “detalle” a la marihuana: que “si traes el detalle”, que “pásame el detalle”, que “guárdate el detalle que ahí viene el gendarme”. Y ese apodo de la yerba lo utilizó en el teatro e inclusive adornó el título de su primer éxito en los cines: Ahí está el detalle.
El séptimo arte encumbró a Mario Moreno y Cantinflas; debutaron en 1936, con No te engañes corazón, luego vino ¡Así es mi tierra! Pero el público no respondió. Es que Cantinflas no podía improvisar. Hasta que rodó dos exitosos cortometrajes para el refresco Canada Dry y las pilas Eveready. Y en 1941, se volvió socio y artista exclusivo de POSA Films. Hizo un film por año, y Cantinflas evolucionó. En los años 40 fue el pelado ingenioso que engañaba a todos; en los 50 fue pobre pero honrado, aquél que con valentía y bondad se ganaba a la gente. Desde los 60 pasó de los modestos oficios a profesionista: fue extra, doctor, cura, profesor, cartero, abogado, ministro, diplomático, patrullero y, por último, barrendero, en 1981.
El derecho de ‘Cantinflas’
Ya retirado del espectáculo, Mario Moreno dijo esto sobre su vida artística: “No soy quién para decir si mi carrera y mi trabajo estuvieron bien o mal, sólo diré que hice lo que creía mejor y luché como pocos para llegar y ganarme un sitio entre el público. Nadie lleva a cabo un trabajo de actuación para decepcionar; si ocurrió, no fue voluntario. Algunos no me perdonan haber dejado al peladito de lado. Yo ya no era el mismo Mario Moreno de los años 30 y haber hecho otra cosa hubiera sido fingir: el arte no es fingimiento, sino espejo de la realidad, y mi realidad personal era otra. Si Mario Moreno pudo evolucionar, ¿por qué negarle ese derecho al personaje?”.
Amaba la fiesta brava. Confesó que “de no haberme dedicado a la actuación, me hubiera gustado mucho ser torero profesional”. En 1936 toreó a su primer toro, y en 1974, al último, en la Plaza México. Jamás cobró por una corrida, todo el dinero iba para actos de caridad. Compró varios ranchos y cuidaba de su ganadería. Ante el público era un torero bufo; pero en la intimidad, era un torero finísimo, un maestro del capote.
Desde el edificio Rioma (que viene de las sílabas de Mario al revés), manejó sus negocios con los que mimó a su familia y ayudó a los pobres, al igual que en sus tiempos de carpa. Le gustaban los contratos de palabra, aunque no salió bien parado de muchos. Compró bienes raíces, invirtió en arte y espectáculo. Su brazo derecho fue su hermano Eduardo, al que llamaba El Gordo.
Su madre Cholita y su esposa Valita fueron sus dos adoradas. Se casó en 1934 con la bailarina rusa Valentina Ivanova. Ella era el rostro alegre y bromista de su hogar, mientras que él era distinto de Cantinflas. Pero Valita falleció en 1966, por cáncer en los huesos. Nunca más fue el mismo desde entonces, y como dijo: “El día que Vala me falte se me acabó la buena suerte”. Ella lo amó sin límites, incluso adoptó como suyo al hijo que Mario tuvo con la Gringa Marion Roberts: Mario Arturo, quien hoy es cincuentón.
Tuvo entre sus amigos a los presidentes estadounidenses Lyndon B. Johnson, Richard Nixon, John F. Kennedy. Era leal como pocos. Uno de sus amigos juveniles que trabajaba en una cantina, y que movía el espejo para reflejarle el juego de los rivales cuando Mario apostaba en el dominó, recordó que cuando Mario ya era famoso, volvió allí y halló a su cómplice. “Me imagino que ya debes ser el dueño de este lugar”, le dijo. “¿Cómo crees, Chato? Sigo siendo el encargado”, le respondió. Se despidieron y al poco tiempo, Mario compró el bar y lo regaló a su “cuate”.
Su filantropía lo llevó a la masonería, en la logia “Benito Juárez N° 5”, donde llegó al nivel de aprendiz. Su legado benefactor sigue hoy con la Fundación Mario E. Moreno, dirigida por su sobrino Eduardo Moreno Laparade. Y se habla de la existencia de la logia “Mario Moreno Cantinflas N° 177” y varios templos masónicos llevan su nombre.
Sus aficiones ocultas eran el dominó, el frontenis y el béisbol. Amaba los autos, aunque nunca le agradó manejarlos. Y otra de sus pasiones fue la cocina; tenía buena sazón y en las citas familiares preparaba paella y su famosa Carne a la Cantinflas (leer la receta en la página anterior). Le gustaban los platos como el huitlacoche, los huauzontles, los chiles rellenos y un buen café de olla.
Murió el 20 de abril de 1993, a las 21.15, por cáncer en los pulmones. Fue enterrado en el panteón Español, al lado de sus padres, familiares y su Valita. Dejó una herencia de 42 filmes y seis cortometrajes. Este agosto se recordó el centenario del nacimiento de este rey de las carpas, el teatro y el cine. De este genio que, según Charles Chaplin, fue “el comediante más grande del mundo”, aquel que tuvo dos personalidades fundidas en un solo cuerpo: Mario Moreno y Cantinflas, dos leyendas en uno. ¿No que no chato?
Carne a la cantinflas
Fíjate bien: coloca la caña de filete tierno sobre una tabla de picar y divídela en trozas menudas. En una cazuela de barro con un poco de manteca, fríes primero la cebolla picada y cuando se acitrona, pones el ajo, siempre después de la cebolla para que no se queme. Luego el chile verde y el jitomate, también picadas. Las dejas que se sazonen con un puñito de sal de mar. Aparte, fríes las trocitas de filete con sal y pimienta. Las agragas al guiso y lo cubres con cerveza, la que tengas, no importa la marca, a mí me gusta la oscura, había una que se llamaba Flor de Motezuma, pero ya no la he visto… bueno, bajas el fuego, en el último minuto le distribuyes encima una buena porción de perejil y cilantro picados, lo tapas para que tome ese sabor. Te lo voy a servir en cazuelita de barro y como tiene caldillo, la cuchareamos.
Amor al prójimo
Son incontables los testimonios sobre la labor filantrópica de Cantinflas. Cuando tuvo éxito en el teatro y el cine, los pobres siempre hacían fila para pedirle favores, que él no se cansaba de cumplir. Hoy esa labor sigue con la Fundación Mario E. Moreno, fundada en 1993 por su hermano Eduardo, y hoy a cargo de su sobrino Eduardo Moreno Laparade. Ésta difunde la vida y obra del genio, y apoya obras caritativas y sociales, al igual que en el área de salud.
Datos: libro “Mario Moreno ‘Cantinflas’, el actor, el torero, el empresario, el hombre”.
Fotos: Fundación Mario E. Moreno y extraídas del libro “Mario Moreno ‘Cantinflas’, el actor...”. Proveído en exclusiva a Escape. Más fotos en www.la-razon.com.
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