El cineasta Marcos Loayza, cuya ópera prima, Cuestión de fe, acaba de cumplir el vigésimo aniversario de su estreno, pasa revista a la industria cinematográfica boliviana y, en un breve travelling, ofrece su visión de la coyuntura nacional. Lo hace de manera directa o apelando a metáforas. "El dinero, la sangre y el poder, si no circulan, se pudren”, dice al referirse a las intenciones "reeleccionistas” de los actuales gobernantes.
Cuestión de fe cumple 20 años. Un buen momento para mirar atrás y hacer un balance.
Da un poco de amargura ver una sociedad tan difícil, pero por otro lado siento orgullo, porque, a pesar de todo, estoy haciendo mi sexta película. Con las adversidades uno se vuelve más experto, más mañudo, en el buen sentido de la palabra. Tienes más arte, más maña, pero también más cobardía. Tienes también más retos. Creo que mi mejor película es la que estoy haciendo ahora y creo que lo mejor de mí está por venir.
¿Hacer una película en Bolivia es más difícil que fabricar un Concorde en un garaje, como decía Pedro Susz?
Es así, tan difícil. Es difícil hacer una buena película. Una película mala la puede hacer cualquiera, pero una buena es difícil porque hay muchísimas variables y muchísimos elementos, y basta que uno esté mal para que la película se caiga. Para que te salga bien, todo tiene que estar en su lugar. Se necesita mucha concentración, talento y suerte. O sea que tienes que esperar a que los astros estén en línea para que te salga bien.
Después de una especie de sequía en la producción cinematográfica boliviana, hay una suerte de renacer, con muchas propuestas e inclusive nuevas figuras. ¿Cómo ves las nuevas tendencias?
Yo creo que hay que diferenciar. Hay una generación de jóvenes cineastas que trabajan con mucha exigencia, tienen mucho gusto, mucha plasticidad, tienen un sentido estético, un modelo, que está cosechando poco a poco público y sobre todo premios. Hay gente que está haciendo muchos cortos, que tiene talento, y hay otra gente joven que está haciendo largometrajes, pero que, según veo, no tienen rigor, y ése es el problema, porque esas películas están espantando al público. La gente sale del cine y dice: nunca más en mi vida voy a ver una película boliviana, se siente defraudada. ¿Cómo les explicas a esas personas que hay diferencias? En general, las cifras de la taquilla son terribles, porque el cine ha perdido público; la gente va al cine pero ya no ve películas nacionales.
Pese a que hay más oferta…
Es un problema latinoamericano. Si bien hay películas muy taquilleras, las cifras no son buenas. Chuquiago (1977, de Antonio Eguino) tuvo 300 mil espectadores. Después de 20 años, Cuestión de fe tuvo 200 mil; La llamita (2006, de Rodrigo Bellot), 100 mil; Pocholo, 50.000 espectadores. Hay un declive en general. Hace 20 años, cuando se estrenó Cuestión de fe, la gente iba al cine.
Además de los problemas de financiamiento, también hay problemas de público y de calidad. Entonces, ¿cuál debería ser el argumento para que se subvencione la producción cinematográfica?
Si nosotros queremos mantener cierta independencia, la descolonización, las autonomías, la identidad nacional, preservar tu propia identidad porque eso te enriquece, te hace ser mejor a ti mismo y te hace más feliz, entonces tenemos que hacer algo para preservar la cultura. Defender la soberanía es defender la lengua de un pueblo, una cosmovisión, una mitología, cuya pérdida es mayor a la de unos cuantos kilómetros cuadrados o cierta cantidad de gas. La soberanía supone defender nuestro idioma, nuestra manera de ser, nuestra manera de pensar, porque si nosotros no la defendemos, al final otros pensarán por nosotros.
¿No crees que ya ha pasado la época en que el cine era un guardián de la identidad de los pueblos y ahora estamos en un momento en que al cine se le pide historias que la gente quiere consumir?
Son cosas diferentes. Una es qué haces con la cultura, quién va a hacer que se mueva la cultura, incluyendo la música, la literatura y también el Gran Poder, o cómo hace la sociedad para dinamizar su propia cultura. Yo creo que el Estado tiene que velar por la cultura. Y como parte de ella el cine. Yo creo que las sociedades plenas son las que tienen su propia música, su propia literatura, sus propios poetas, su propio humor, su propia televisión. Es la riqueza del lenguaje que usas de manera propia.
¿El cine que se hace actualmente no refleja la identidad boliviana?
Yo creo que todas las películas reflejan en alguna medida la identidad de un pueblo. Yo creo, por ejemplo, que ciertas películas explican mucho mejor la situación de los adolecentes frente al futuro; su miedo y su incertidumbre están mucho mejor explicadas en historias muchas veces banales. La cultural tiene eso, ve más allá que los sociólogos o los cientistas sociales. El artista tiene una perspectiva diferente. Por ejemplo, los textos de Jaime Saenz tenían una perspectiva mucho más grande de lo que es el mundo que ahora llaman lo cholo, que lo que han descrito Sergio Almaraz o René Zavaleta Mercado. Él abordaba con cierto sentido del humor temas que eran tabú, como el misticismo aymara, la homosexualidad aymara. Él escribía sobre estas cosas como las veía en la calle. Los artistas tienen esa capacidad, pueden ver ciertos síntomas de la espiritualidad que no ven otros.
Es decir, una cosa es lo que piensas que vas a mostrar, pero en definitiva la película es lo que la gente ve…
Claro, es cierto. Cuando enfrentas al público ahí te das cuenta de ciertas cosas. Yo creo que eso es lo hermoso del arte, que uno simplemente maneje semillas, no tienes la oportunidad de ver las plantas. Es el público el que le da forma a la planta. Corazón de Jesús era una comedia de humor negro, pero la gente salía triste. Yo no sabía por qué y era porque la película te hacia mirar desde el lado del pícaro: el pícaro es el empleado público, es el neoliberal, pero yo no, en cambio la película te ponía del lado del pícaro y la gente decía: qué huevada somos, y eso no les gustaba. Claro, eso ya no puedes controlar, pero eso es lo bueno también.
Eso nos da pie para hablar del país. En un pantallazo, ¿qué panorámica nos puedes dar de Bolivia, cómo la ves?
Veo una sociedad que quiere pararse y no puede, una sociedad que no aprende de sus errores o no quiere verlos, no es muy apegada a la historia; en general, no hay un culto a nuestra propia historia y lo que hay más bien es una tergiversación de la historia. Hoy satanizamos al Tata Belzu y mañana lo ensalzamos; satanizamos a Arce y de pronto le ponemos su nombre a una avenida porque nos dio el progreso. Tengo la percepción de que repetimos procesos. Hay una cosa dialéctica. Tenemos un territorio inmenso, una gran diversidad, un país muy rico, pero somos pobres. Algo estamos haciendo mal, ¿no es cierto? El gobernante actual mira al gobernante anterior, pero no ve más atrás. Por ahí nuestro problema está en 1927 o en 1932, no sé, pero como no ve eso, repite y repite los errores.
Una mirada corta...Una mirada corta y no hay la historia larga. La historia está llena de huecos. Ni siquiera sabemos cuántos años tiene la nación aymara. ¿Tiene 5.000, 7.000? Por lo tanto, el futuro se nos hace muy corto, hacemos cosas que van a durar 20 años o 15 años. Si dura.
Entonces, para que dure un poco más, ¿sería buena la reelección?
No. Hay países, hay sociedades que en un determinado momento deciden construir un horizonte y dicen: nosotros vamos a ser así. Ese es otro problema. Todo lo que vaya en ese sentido es bueno, pero, en cambio, nosotros, 10 años somos neoliberales y después somos marxistas, después latinoamericanistas, después somos andinistas. Nunca queremos saber qué vamos a ser, no hay una política de Estado respecto a temas fundamentales. De repente, todos pensamos que vamos a recuperar el mar. Hay gente que me ha dicho: ya tenemos mar, pero nunca ha habido una política seria respecto al mar, respecto al narcotráfico, respecto a la cultura, respecto a un montón de cosas, y no creo que la estabilidad garantice aquello. Yo creo que es un problema institucional. Si tú creas una institución y eso va a crecer. Si mañana sacan al presidente, la institución va a permanecer.
Las encuestas y las redes sociales están mostrando la oposición de algunos sectores, sobre todo a nivel urbano, a la continuidad en el poder de los actuales mandatarios.
¿Qué opinas al respecto?
Es algo muy sencillo. Hay tres cosas: el dinero, la sangre y el poder, si no circulan, se pudren. Es un principio biológico básico. Si te aprietas el dedo y la sangre deja de circular, en un tiempo se pudre; si guardas la plata en tu colchón, no sirve de nada; el dinero se vitaliza cuando circula. Con el poder pasa lo mismo. Cuando una sociedad hace circular el poder es posible que más ciudadanos puedan acceder y participar del poder. Pero, además, sabes que estás de manera transitoria y que el día que lo dejes vas a ser juzgado para bien o para mal. Si se decreta que una persona se queda para siempre, como ocurre con los reyes, tienes el poder absoluto, eres el supremo.
"Los espectadores no siempre ven lo que el cineasta pretende mostrar en su obra”
Loayza dice que los espectadores no siempre ven lo que el cineasta pretende mostrar en una película. Cuando filmaba Cuestión de fe, hace 20 años, él estaba convencido de que estaba haciendo "un homenaje a la cultura popular”, pero no fue lo que vio ni entendió el público.
"Cuando se estrenó la película me di cuenta de que en realidad de lo que yo estaba hablando era de una metáfora de cómo fue nuestra entrada a la democracia, de cómo tienes que soportar o tienes que convivir con el otro, aceptar al otro, y aceptar al otro supone también que ese otro te puede hacer daño”, recordó.
El también realizador de El corazón de Jesús (2004) dice que cuando hace una película tiene una perspectiva, una percepción de lo que está manejando, un material que él cree que vale la pena mostrar, que la gente puede aceptar o no.
El espectador es el que decide.
En su nuevo filme, que empezó a rodar en diciembre pasado, Loayza pretende mostrar a los bolivianos "tal como somos”, ni como "lo máximo” ni como un "pueblo enfermo”, aunque prefiere ahorrarse los detalles de su séptima producción.
"Somos lo que somos y tenemos que aceptarnos, valorarnos así. Yo creo que ahora vemos los polos opuestos, como malo o como bueno, en un mundo polarizado que no ve los matices”, concluye el cineasta.
"Soy muy crítico con mi obra y con la de mis compañeros”
Marcos Loayza habla de la producción nacional y afirma que una película que le ha gustado mucho es El ascensor (2009), de Tomás Bascopé, pero admite que no ha visto todas las que se han producido en el último año.
"Pero, además, soy muy crítico con mi obra y con la de mis compañeros, aunque les duela a ellos. Si nosotros no nos exigimos excelencia, ¿quien más nos va a exigir?”, dice durante la entrevista.
Loayza sostiene que antes era más caro producir que ahora, porque había que procesar las películas en el exterior, aunque los filmes que se hacen en Bolivia son de bajo presupuesto. "Las películas de Jorge Sanjinés han costado más de un millón de dólares. El corazón de Jesús ha costado 800 mil, pero, en promedio, con 200 mil haces una película, con dificultades, pero la haces, aunque no recuperas los 200 mil dólares”.
Agrega que en muchos países la industria cinematográfica recibe subsidios, pero en Bolivia, no. "Lo que hace el cineasta es tratar de encontrar una institución que pueda darle una mano”, dice.
Precisamente, Loayza recibió en diciembre pasado el premio del Fondo Concursable Municipal de Fomento Cinematográfico, dotado de 120 mil bolivianos, para la producción de su nuevo filme.
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