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domingo, 9 de octubre de 2011

Lo ‘perverso’ en ‘M’ de Fritz Lang - El primer film sobre un asesino serial (1931) explora al casi coetáneo psicoanálisis

La película M de 1931 (conocida como M, el vampiro de Düsseldof, del expresionista austriaco Fritz Lang) inicia de manera brillante y hasta ahora no superada la cadena interminable de posteriores films sobre psicóticos homicidas.
Lang fue claramente un gran lector de Freud y particularmente en esta obra hace funcional el concepto, acuñado por el padre del psicoanálisis, de lo “perverso” (Unheimlichkeit). Posteriormente todas las películas de terror harán lo propio con menor o mayor éxito.

Lo “perverso” es descrito por Freud como aquello que es familiar (conocido) y súbitamente deja de serlo: lo que parecía tan habitual es invadido por un sentimiento de lo “otro”. En el caso del film M se trata de una ciudad de cuatro millones de habitantes de la República de Weimar (presumiblemente Berlín) que se encuentra bajo el acoso de un asesino de niños. La sociedad está consternada y la policía no da con el culpable. Lo perverso freudiano invade rápidamente el ambiente: un vecino, con el que uno se encontraba tan familiarizado, de pronto es un “otro” irreconocible: “el asesino podría ser cualquiera de nosotros, alguien respetable en la sociedad”, dice el investigador Lohmann.

Se desencadenan denuncias y acusaciones en una paranoia colectiva menos angustiosa solo que la situación del asesino Hans Beckert (representado por el actor Peter Lorre). Después de que el criminal es capturado y parece que será linchado en el acto, lanza una confesión-discurso acerca de su condición. Si lo “perverso” en el otro produce un aire de enrarecimiento irrespirable, lo perverso en uno mismo (desconocerse) no puede ser sino la peor pesadilla hecha realidad, y esa es la vida de Beckert cuando no mata: “Nadie sabe cómo es ser yo, me entero en los periódicos de lo que hago. No puedo controlarlo, sólo se detiene cuando mato”, dice.

Beckert es ajeno a sí mismo. Tal vez por eso haya tanta insistencia de Lang, inicialmente, en no hacer tomas directas del asesino, quien constantemente es mostrado en reflejos (como en la foto de arriba), comenzando por sólo enfocar su sombra (irónicamente proyectada sobre un cartel que pone precio a su cabeza) en la escena en que engatusa a una de sus víctimas y sólo oímos su voz; o como la primera vez que el espectador ve el rostro de Beckert de manera indirecta a través de un espejo, en donde se contempla.

Que el asesino confiese desconocerse cuando mata (al estar poseído por lo “perverso”) y que el director nos muestre al homicida una y otra vez a través de una refracción de espejo pone en evidencia que precisamente aquella “imitación” invertida de la realidad (el reflejo) que tanto la enrarece es la metáfora visual de lo que significa lo perverso. Dicho en otras palabras: ensaye ver un ambiente muy familiar suyo (muy habitual... su cuarto tal vez) a través de un espejo moviendo su ángulo para llegar a cada rincón y esquina de la habitación, observará cómo, súbitamente, ese cuarto en el que pasa gran parte de su vida se convierte en un lugar totalmente otro: lo perverso lo invade.

Cuatro veces ‘Hacheh’ - Editada por Félix Arciénega, la revista ‘Hacheh’ tiene más de 500 páginas

Virginia Ayllón - escritora
En 1985, en la ciudad de Sucre, el pintor Félix Arciénega abrió un espacio “cultural”. Con el nombre de Hacheh, este pequeño recinto se dedicó a la promoción, exposición y debate sobre la pintura, la música y la literatura local y nacional.

Muchos recordamos algunas actividades tan interesantes como el ciclo de escritores chuquisaqueños contemporáneos, la Semana del Silencio, el ciclo de grandes directores del siglo XX y otros. Las dos veces que estuve en el Hacheh disfruté ese aire bohemio, tan propio de los cafés culturales.

Pero el Hacheh excedió el límite de sus paredes y se instaló en la plaza de la ciudad de los cuatro nombres con una vitrina de opinión. Las vitrinas son, en general, un artilugio bastante inocente pero ya es sabido que el contenido norma el continente. Y así, tal cual, las famosas vitrinas del Hacheh alborotaron la tranquila Sucre con sus chirriantes protestas. Valientemente, denunciaban malos hechos de los gobiernos liberales, corrupción en el Festival Internacional de Cultura, etc.

Así, mientras los vates consagrados o recién entrados en la arenas exponían, defendían o compartían su obra en el café, las vitrinas escandalizaban la Ilustre Ciudad. Pero el escándalo y sus quehaceres son propios de las mentes y los corazones libertarios y no debería haber razón alguna para agredirlos o echarlos de la sociedad. Bueno, ése es el sueño, y en el caso de las vitrinas del Hacheh, la pesadilla llegó más o menos el 14 de agosto del 2007, fecha en la que algunas personas que luego serían hordas el 2008, se dieron a la tarea de destruir las nada inocentes vitrinas. Lo hicieron con la misma bronca con que humillarían a campesinos e indígenas en la misma plaza en la que las vitrinas ya no podían decir su verdad.

Calibre, entonces, el lector la historia que trae tras de sí este cuarto número de la revista Hacheh, que en sus más de 500 páginas da cuenta de cierto momento de la producción literaria contemporánea de Sucre y del país, pero también da cuenta de la propuesta ciudadana a través de las ya detalladas vitrinas.

No diré más sobre la revista para no anteceder la lectura de cada lector. Lo que sí haré es resaltar la rica experiencia del Hacheh porque el café, las vitrinas y la revista conformaron un espacio contracultural asentado en propuestas estéticas y ciudadanas particulares. Su carácter contracultural también se advierte en las formas de expresión del Hacheh. Así la vitrina, que trae el recuerdo del periódico mural escolar, se convirtió en un aparato menos inocente que audaz y seguramente provocaba terror en la institucionalidad política y cultural de Sucre.

Del mismo modo, la revista Hacheh, que no pasa por la imprenta, sigue la tradición contracultural de las publicaciones hechas a mano, fotocopiadas y encuadernadas por el propio editor. Todas estas formas autogestionarias de hacer cultura y ponerse en el mundo son valiosísimas ahora que la institucionalización es un fantasma que recorre la política y la cultura.

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