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miércoles, 20 de julio de 2011

En un mundo mejor

No son ciertamente bicocas las que Susanne Bier se propone desmenuzar en este su décimo quinto largometraje dentro de una filmografía que a la vuelta de los años le ha permitido posicionarse como una de las figuras más consistentes del actual cine nórdico, ajena a las veleidades del grupo Dogma y a otras circunstanciales innovaciones, atenida más bien a una siempre pulcra y pausada consistencia narrativa que permite vincular su obra con la de otros maestros del cine de aquellas latitudes.

Pues bien, la historia abordada en En un mundo mejor gira en torno a la personalidad encontrada de dos niños, cuya cotidianidad es un desmentido palmario al viejo lugar común de la infancia vista como una etapa existencial invariablemente feliz, despreocupada, ingenua y disfrutable. Nada de eso: en un entorno marcado por la intolerancia, la soledad, el desamor, la enfermedad y los abusos, con lejanos ecos de la guerra y la miseria, Elías y Christian aprenden a golpes cuáles son las consecuencias de confiar en la violencia como solución a los problemas, o las secuelas que deja el recurso a la vieja fórmula vindicatoria del “ojo por ojo, diente por diente”.

Áspera, implacable en el abordaje de las rispideces del mundo contemporáneo, la película se las arregla para gambetear el sensacionalismo, llegando justo al punto límite después del cual asoman los riesgos de la estridencia y la falsedad. Mesura debida en definitiva a la adecuada combinación entre el estallido y la reflexión. Después de cada uno de los varios momentos de crispada tensión del relato sobreviene la pausa, la toma de distancia de los personajes respecto a los acontecimientos vividos y con ellos la del espectador habilitado para tomarse a su vez el tiempo indispensable para ir rumiando un bocado demasiado difícil de digerir de un solo envión.

Elías y Christian, los dos niños casi preadolescentes sobre los cuales fija su mirada el relato, vienen de familias rotas. El primero soporta resignado las peores formas del acoso escolar, grave problema de esta época respecto al cual la sociedad, aquí y allá, prefiere hacerse la desentendida. Insultado, agredido, es la víctima de los grupos de compañeros que descargan cada día sobre el muchacho todas sus pulsiones destructivas. Hasta la llegada de Christian, encabronado con la vida y con el mundo, rencor que traduce en la convicción de que es mejor golpear antes y más fuerte para impedir ser considerado débil o cobarde. Marianne y Anton, los padres de Elías, médicos ambos, van camino al divorcio. En cambio, la furia interior de Christian surge de la imposibilidad de aceptar la desaparición de su madre, víctima de un cáncer, así como del hecho de haber sentido que su padre le escamoteó la gravedad del mal. Y como encima papá se las pasa lejos de casa, más concentrado en su trabajo que en su hogar, en el odio que cultiva y siente crecer Christian cree encontrar la errada compensación a su imposibilidad de admitir la muerte.

También el padre de Elías pasa mucho tiempo fuera de casa, pero lo suyo es diferente: es un voluntario asignado a campamentos de refugiados en alguna de las conflictivas fronteras entre países africanos. Allí, a la vista de las atrocidades cotidianas de la guerra, del hambre y del sadismo de un ominoso personaje dedicado a destripar adolescentes embarazadas, sus dramas personales quedan reducidos a una dimensión minúscula, casi anecdótica.

PENURIAS. Adicionalmente, en el contraste entre los dos ambientes donde transcurren los hechos (la próspera Dinamarca, el miserable desierto africano), la directora pone sobre el tapete, dejando a cada quien hacerse cargo de las conclusiones, la relatividad de las penurias de unos y otros personajes, para los cuales, empero, el dolor propio es siempre la tragedia a revolver.

Nada en suma que no sea alimento recurrente de cualquier melodrama telenovelado. La diferencia está una vez más en la manera de poner esa historia en imágenes. Para comenzar no hay rastro alguno de la presunta frialdad nórdica, como muchos otros un tópico de escasa o nula utilidad a la hora de apreciar los resultados concretos de una forma personal de dosificar los sentimientos, equilibrándolos con los paréntesis necesarios para que todo encuentre acomodo en una visión introspectiva, que privilegia las turbulencias interiores a los estallidos exteriores. Hay mucha emoción circulando en las varias subtramas pulcramente articuladas en un ir y venir que no da lugar en ningún momento a la confusión porque la directora acelera cuando corresponde o bien, ya se dijo, opta por la tregua útil para dar paso a la cavilación.

Ejemplar es, en esa dimensión, la manera elegida por la directora para dar cuenta de los motivos del cortocircuito en la relación matrimonial de Marianne y Anton. Confiando en la inteligencia perceptiva del espectador, sin necesidad de gritarle lo obvio en el oído, alcanza con un destello de la memoria para confirmar las sospechas sembradas en nuestro ánimo por las miradas y las medias palabras que insinúan aquello más tarde confirmado por esa brevísima toma, un par de segundos apenas, de la imagen de la amante.

Bier apela a la reconocida elegancia figurativa del cine nórdico, lejos de todo preciosismo decorativo, un modo de convertir al entorno, especialmente a la luz que lo baña en otro protagonista, cuyo aporte a la creación de cierta atmósfera resulta esencial para sostener narrativamente la historia. Se trata sobre todo del durísimo aprendizaje de las dificultades planteadas por la vida, de comprender que la violencia o la venganza no cierran nada, más bien abren la compuerta a la angustia y a la impotencia. Los chicos se hacen adultos en el sufrimiento y los mayores redescubren la necesidad de volver a los afectos básicos y a los sentimientos simples.

Esa interacción funciona a cabalidad gracias al preciso manejo de la cámara que transita del estatismo absoluto a una dinámica medida, funcional en el mejor sentido del término, así como también al robusto desempeño de los actores en la mejor tradición de una cinematografía que sabe el secreto de la diferencia entre el gesto y la gesticulación. Y no puede dejarse sin mención la hermosa banda sonora que acompaña cuando corresponde, subraya cuando resulta pertinente, pero sobre todo ahonda el clima emocional de una película memorable.

FICHA TÉCNICA

Título original
Hævnen. Dirección: Susanne Bier. Argumento: Susanne Bier, Anders Thomas Jensen. Guión: Anders Thomas Jensen. Fotografía: Morten Søborg. Montaje: Pernille Bech Christensen, Morten Egholm. Diseño: Peter Grant. Arte: Lene Ejlersen, Mathias Holmgreen. Efectos: Hummer Høimark, Søren Skov Haraldsted. Música: Johan Söderqvist. Producción: Karen Bentzon, Peter Aalbæk Jensen, Sisse Graum Jørgensen. Intérpretes: Mikael Persbrandt, Wil Johnson, Eddy Kimani, Emily Mulaya, Gabriel Muli, June Waweru, Mary Ndoku Mbai, Dynah Bereket, William Jøhnk Nielsen.
SUECIA/DINAMARCA/2010.

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