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domingo, 9 de octubre de 2011

Cine Un hombre solitario o la soberanía de la nostalgia

Ofrecemos un acercamiento a la nueva película de Brian Kappelman y David Levien, en exhibición en nuestros cines.

¿Qué deseo realmente? Mientras volvía del cine después de ver Un hombre solitario —película dirigida por Brian Koppelman y David Levien, y protagonizada por Michael Douglas—, me topaba con algunas posibles respuestas: “El arte de vivir, cursos de meditación y autocontrol”; “Consiga los mejores financiamientos en su banco amigo”; “Mándanos un Sms para recibir los mejores consejos eróticos”. Interesantes alternativas dado que no tengo ni autocontrol, ni grandes pericias eróticas, ni un banco amigo. Pero si tuviera todas esas cosas, ya no las desearía; en realidad, dependería de ellas, las necesitaría. Por lo tanto, el deseo no es aquello que necesito; todo lo contrario, el deseo es lo que atenta contra mí mismo, es un objeto imposible que concentra toda expectativa en la inutilidad. Generosidad con lo inasible y compromiso con todo aquello que ya está perdido, el verdadero deseo no deja de ser una noble aspiración al fracaso.
WEL PROTAGONISTA. Ben, protagonista de la película, es un fracasado que conoció la gloria: su mejor amigo —un hombre sencillo dueño de un pequeño restaurante en un campus universitario— guarda todavía la revista Forbes en cuya portada aparecía Ben, y la biblioteca de una prestigiosa universidad llevaba su nombre. Cierto día, Ben recibe malas noticias respecto de su salud: problemas en el corazón que nunca atendió debidamente. Angustiado, decide irse a tomar unos tragos y se acuesta con la primera mujer atractiva que encuentra, luego vienen las estafas, el riesgo, el desenfreno y la ruina.
EL PROBLEMA. Un hombre solitario comienza cuando Ben intenta recuperarse: ha descubierto el terreno ideal para abrir su nueva tienda de automóviles, pero necesita los contactos necesarios para lograr la concesión, por lo tanto, se involucra con una influyente mujer, y, lamentablemente, también con su hija Allyson, quien le cuenta toda la aventura con Ben a su madre. A partir de ahí, Ben recibe golpizas, debe trabajar como mesero en el café de su mejor amigo y es obligado a llevar una vida de paria. El personaje está abrumado por la adversidad y parece que la única persona que puede tenderle una mano es su exesposa, Nancy. El avejentado fracasado sentado en una avejentada banca donde había conocido a Nancy trata de decidir qué hacer. Nunca sabremos con certeza lo que Ben quiere, pero el hecho de que esté sentado en la banca donde conoció a Nancy, sumado a la aparición de una esbelta joven que Ben mira detenidamente, nos sugiere su rumbo.
EL DESEO VERDADERO. Claramente, el viejo banco en que conoció a Nancy representa para Ben la permanencia de un primer deseo. La aparición primordial de lo amado. En la película, ese primer deseo, que de alguna manera es el único deseo, se encuentra en ruptura con las necesidades imperiosas de la vida diaria: un empleo seguro, dinero, buenas relaciones, etcétera. De hecho, la catástrofe de Ben se produce cuando la hija de su amante revela el encuentro sexual que habían tenido. Apenas el deseo es conocido por los otros, debe retornar a la opacidad de la rutina y del sistema de relaciones que la sostienen. En Un hombre solitario, el verdadero deseo sólo puede asumirse desde un lugar solitario y marginal. Ahora bien, el lector podría preguntar, con razón, qué me motiva a establecer una división entre el “verdadero deseo” y las necesidades, o fantasmagorías o “falsos deseos”. La separación obedece, por una parte, a lo planteado en la película, y por otra, a lo que podría considerarse como la autenticidad de toda experiencia. El verdadero deseo, desde la película, es la intimidad soberana y efímera con un momento que ya hemos perdido, pero que nos constituye desde su ausencia. En este sentido, el protagonista de la película es un maestro de la estafa porque sabe perfectamente lo que los otros desean, lo que buscan. Ben explica así la suerte que tiene con las mujeres y las prodigiosas ventas que lo llevaron a la cima. En otras palabras, el verdadero deseo es equivalente a la ilusión, al esplendor fugaz que actualiza una vivencia primordial y ausente.
PESE A TODO, EL MÉRITO. Por eso, pienso que el principal mérito de Un hombre solitario, pese a su propensión a la cursilería, es revelar un aspecto central de nuestro deseo y nuestra experiencia: las ficciones y fantasmas que emergen de la nostalgia por un momento de constitución perdido, en el caso de Ben, la experiencia de la juventud y del primer amor. Tal vez la cita no venga al caso, pero la impulsividad y vitalidad del protagonista, su reticencia a madurar, a insistir en la actualización de lo perdido, me recuerdan una frase de Antonio Porchia: “Donde hemos puesto algo, siempre creemos que hay algo, aunque no haya nada”.
*Crítico de Cinemas Cine

2010 La película se estrenó en junio del año pasado, pero sólo ahora llega a los cines bolivianos.

5 M Mundialmente, el filme ha recaudado una suma modesta, apenas mayor a los cinco millones de dólares.

EN UN HOMBRE SOLITARIO, EL VERDADERO

Deseo sólo puede asumirse desde un lugar solitario. El lector podría preguntar qué me motiva a establecer una división entre el “verdadero deseo” y las necesidades, o fantasmagorías o “falsos deseos”. La separación obedece, por una parte, a lo planteado en la película, y por otra, a lo que podría considerarse como la autenticidad de la experiencia.

El principal mérito de un hombre solitario, pese a su propensión a la cursilería, es revelar un aspecto central de nuestro deseo y nuestra experiencia: las ficciones y fantasmas que emergen de la nostalgia por un momento de constitución perdido, en el caso de Ben, el protagonista principal, la experiencia de la juventud y del primer amor.

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