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domingo, 3 de julio de 2011

Biutiful: desgracias al por mayor

Uno: Un cojo iba de viaje. A pie. En una intersección de caminos, como en tantas de La Paz, se topa con un energúmeno, de esos que, porque tienen un carro o carruaje, creen que se compraron el mundo. Los insultos y razones, de una y otra parte, inician su danza: “yo iba de subida, animal”, “la cebra manda, cojudo”, etc. El cojo, que no lo era para los golpes, pierde la paciencia: mata al energúmeno. Sólo años después, frente a una ciudad desolada, el cojo entenderá su asesinato: descubre, por ejemplo, que ese energúmeno que había victimado en un cruce de caminos no era otro que su padre biológico. Plagas, acertijos y un mal matrimonio con su madre completan el castigo. Esta es, locaciones más o locaciones menos, la historia de Edipo. De ella se ha dicho y se puede seguir diciendo mucho. Pero algo es claro: pese a su irrefrenable truculencia, la de Edipo no es una buena historia porque acumule, sin respiro, una desgracia sobre otra.

Dos: El mexicano Alejandro González Iñárritu cree que las meras desgracias, esas que nos caen del cielo, son suficientes para crear “profundidad” y ser “serio”. Sin duda, desgracias tales existen, a montones. Pero no es tan seguro que su solo amontonamiento alcance para trazar algo más que un dramón panfletario o la constatación un tanto evidente de que el mundo puede ser una mierda. Pensemos, ya que hemos convocado el ejemplo, en Edipo: no sólo se trata de que le lluevan iniquidades sin que tenga mayor responsabilidad en el asunto sino, sobre todo, que esas iniquidades le llueven precisamente mientras trata de huir de ellas. En Biutiful, el protagonista, Uxbal, sufre, en cambio, la suerte de Edipo o Cristo sin que, en ello, intervenga plan, diseño o destino que valga la pena mencionar. La suya es como una lenta (148 minutos) pelea de boxeo en la que el contrincante lo único que le lanza son golpes bajos.

Tres: La gente se cae, la gente se arroja tortas de merengue a la cara, la gente hasta se tira pedos en compañía de extraños. Esto existe y puede ser chistoso. Lo que es dudoso es que sea posible, hoy, construir una buena comedia con esos ingredientes. Lo mismo con el drama: hay gente con pésima suerte, a la que le acaecen, en poco tiempo, minuciosas desgracias, pero semejante obviedad no basta para conmovernos más allá de lo que nos conmueve ver las noticias, cada día. En Biutiful, al protagonista le sucede de todo: un cáncer terminal, una esposa bipolar y alcohólica que se prostituye, un trabajo que consiste en explotar inmigrantes muertos de hambre, un don que le permite escuchar almas en pena. Para cuando esta caravana de desgracias ha sido expuesta, la película apenas ha comenzado: lo triste viene después.

Cuatro: La mía, hasta aquí, es una reacción que se arriesga a ser tan monótona como la película. Al menos eso dice mi señora esposa y estoy de acuerdo con ella: Biutiful trabaja nuestras reacciones y es imaginable que algunos espectadores reaccionemos mal. Me explico: más allá de sus méritos, que no son pocos, Biutiful molesta a muchos (entre los que me cuento) por su brutalidad emocional, por la escasa distancia que deja para que pensemos. La película nos abruma de mala manera, impide que respiremos. No importa la escena, la inminencia de algo terrible es el único registro de la película.

Cinco: Biutiful es el cuarto largometraje de González Iñárritu. Llega luego de su conocida trilogía: Amores perros (2000), 21 gramos (2003) y Babel (2006). En estas tres trabajó con el mismo guionista, Guillermo Arriaga, que es el verdadero inventor de la fórmula que ambos popularizaron: historias entrelazadas, varios tiempos y muchos personajes, coincidencias a granel y momentos epifánicos en los que el destino revela sus hilos a los personajes. Además de tristemente influyente (sus imitadores son legión), esta formula se agotó rápido (ya en 21 gramos). Felizmente, González Iñárritu se peleó con Arriaga: se separaron. Y digo felizmente porque nació la esperanza de que, con un mejor guión, utilizaría su claro talento en algo mejor. Pero no. El rompimiento con Arriaga sólo desencadena cambios aparentes: González Iñárritu propone ahora una sola historia y un solo personaje, cronológicamente. La suma total sigue siendo la misma: si en sus anteriores películas distribuía las iniquidades en varias historias, aquí las concentra en una.

Seis: Por lo demás, Biutiful es una película impecable: toma por toma, es difícil reprocharle algo. Puesto que está construida por el sufrimiento de los personajes, es lógico que siga, de cerca, los rostros de sus actores. Javier Bardem, por ejemplo, pese a que nunca abandona esa mirada tristona del deprimido a tiempo completo, es el mayor atractivo de la película. Con menos matices, la coreógrafa argentina Maricel Álvarez (que aprendió el acento español para hacer este papel) logra un impresionante debut.

Siete: González Iñárritu no abandona todavía su aspiración a convertirse en el gran esteta del melodrama globalizado (idiomas, lugares y tragedias que conectan –por el azar y la violencia– la aldea global). En Biutiful, no se mueve de los barrios pobres de Barcelona, pero igual decide forzar las cosas: Uxbal es un español que habla de México y se cruza en el camino, cual Edipo veloz, con el inframundo de los inmigrantes ilegales africanos y chinos. En el fondo, sus películas siempre dicen lo mismo: “todos estamos conectados”. Y, si le creemos a esta película, lo estamos en un mundo bastante similar al que imaginaron los novelistas naturalistas del fines del siglo XIX: uno en el que es imposible hacer algo bien y bueno.

Ocho: Detrás de tanto tremendismo, destinado a darle a buenos actores la oportunidad de lucir sus habilidades, el cine a la manera de Biutiful comercia con ideas banales. La idea de “destino”, por ejemplo, que en esta película es una noción sentimental. Están ausentes de su consideración la inadvertida o pulsional complicidad de las víctimas, el absurdo, la silenciosa mecánica de los hechos fortuitos, o el humor. Como si González Iñárritu sospechara que un poquito de ambiguedad sería suficiente para derribar su castillo de naipes. Y con su final telenovelero, Biutiful finalmente nos convence de algo: es una película que quiere ser “profunda”, “seria”, pero lo único que logra transmitirnos es la pedante certeza que tienen sus realizadores de su propia seriedad.

Y medio: Entre las variedades del comentario cinematográfico, el “crítico” Daniel Hoag ha creado una de las más rápidas: su sitio web ofrece juicios sobre cine en la forma de haikús, esa breve estrofa japonesa compuesta de sólo tres versos. Por ejemplo, sobre Piratas del Caribe 4, escribe este mal haikú: “Los enemigos de Jack Sparrow: / muy poco que arriesgar y acción acartonada / Arrrrrg Abandonen el barco!”. Inspirado por Biutiful, compone este poema-reseña: “Opresivamente oscura. / Estas pobres criaturas no encuentran la belleza / y tampoco saben escribirla”.

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