U na de las primeras comprobaciones del fotógrafo suizo Jean-Claude Wicky cuando entró a una mina del altiplano boliviano, hace ya casi dos décadas, fue que la oscuridad de interior mina no tiene términos de comparación. No se parece a nada que uno haya experimentado antes. Es una oscuridad sólida, maciza, literalmente impenetrable; borra toda noción de espacio y de tiempo, y borra incluso los propios confines del cuerpo humano.
Tanto más sorprendente, entonces, que haya logrado retratar a los hombres que trabajan y pasan la mayor parte de su vida en esa oscuridad con el llamado arte de la luz: la fotografía. Y que lo haya hecho sin traicionar a la oscuridad, incorporándola más bien a esos cuerpos sufrientes pero dignos, a esos cuerpos que, como dice un minero, viven de la mina, pero también son devorados por ella.
El fotógrafo pasó 17 años de su vida visitando centros mineros en Bolivia, los relativamente grandes y mecanizados, pero sobre todo los pequeños, los explotados por los cooperativistas sin ninguna tecnología y sin más recursos que su propia fuerza, y aún aquellas minas, cerca del cielo, que no están consignadas en ningún mapa.
De esa sostenida relación con el mundo minero, pero sobre todo con los trabajadores de los socavones, nació primero una exposición y un libro de fotografías que todavía andan dando vueltas por el mundo. Y después el documental Todos los días la noche, terminado en 2010. La cinta se estrenó en Bolivia en el marco del Festival de Cine Europeo en noviembre y ahora se exhibe en la Cinemateca Boliviana.
Todos los días la noche es, por una parte, un documental sobre la vida actual de los mineros del altiplano —su trabajo, sus hogares, sus festividades— realizado sobre la base de las imágenes que Wicky captó a lo largo de los años y de la información para darle el contexto social e histórico necesario. Y es, por otra parte, un documental sobre la relación del fotógrafo con el mundo que ha retratado. Este último y emotivo componente es el resultado del retorno de Wicky a los centros mineros, diez años después, para “devolver” sus fotos (su libro de fotos) a los protagonistas de su trabajo.
Quizás el mayor desafío de Wicky en este documental fue lograr la distancia precisa para mostrar una realidad desgarrada sin remedio por la miseria, pero también engrandecida por la dignidad, la valentía y los sentimientos sin ceder ni al discurso reivindicativo ni a la lástima.
Sólo un conocimiento real de ese mundo —logrado a lo largo de muchos años— y una relación horizontal con sus protagonistas —construida compartiendo su trabajo— podían permitirle a Wicky esa distancia. Ése es acaso el mayor logro de Todos los días la noche: un tono narrativo y visual respetuoso y solidario a un tiempo; conmovedor y comprometido con la fuerza de la realidad; fiel a un tiempo y un espacio determinados, pero también perdurable. Una memoria en suma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario