Un artista de la imagen, en estos todavía primeros aires del siglo XXI, se pregunta, seguramente, ¿con qué se puede sorprender a un espectador?, ¿qué será capaz de dejarle boquiabierto? Qué lejos está ese 28 de diciembre en que, la gente reunida en el Salon Indien del Gran Café, número 14 del Boulevard des Capucines de París, asistía estupefacto, maravillado, a la proyección de las primeras imágenes en movimiento. Y no eran gran cosa, se podría decir ahora, con los sentidos embotados por la tecnología que cada vez más parece querer desplazar a la realidad, reemplazarla mejor dicho. Lo que quitó el aliento a esos precursores de los cinéfilos, aquel 1895, eran filmaciones de lo más sencillas: La llegada de un tren a la estación (L’arrivée d’un train en gare), La crianza de un niño (Le repas du bebé) y El regador regado (L’arroseur arrosé).
La gran novedad del cinematógrafo arribó a Bolivia relativamente pronto: 1897. El Teatro Municipal de La Paz concentraría durante los primeros años las exhibiciones de cintas traídas de fuera y, desde 1904 —fecha que la Cinemateca Boliviana tiene registrada como el año en que se hacen las primeras filmaciones locales—, también las nacionales. Entre 1913 y 1920, hay evidencias de que el cine en Bolivia, sobre todo en La Paz, se había ido incorporando a las costumbres de la sociedad citadina, escribe Pedro Susz, exdirector fundador de la Cinemateca. Pauta de ello son las cuatro salas estables que en 1915 funcionaban en la sede de gobierno: el citado Municipal, el biógrafo París, el Cine Teatro y el cine Edén. Una cifra que llegaría a la treintena en las décadas de los 70 y 80 del siglo XX, con salas de estreno, barriales y la Cinemateca como sala de arte (creada en 1976).
A nivel de producción, Susz, en su Cronología del cine boliviano, señala que luego de una serie de documentales, el 14 de julio de 1925 llegó a la pantalla el primer largometraje nacional, realizado por el italiano Pedro Sambarino: Corazón aymara, drama indígena basado en la obra teatral La huerta, de Ángel Salas, y proyectada con arreglos de la música de Adrián Patiño. Ese mismo año salió a la luz, aunque Susz llega a dudar de que se estrenara —tal el efecto de la censura—, un largo titulado La profecía del Lago (José María Velasco Maidana) sobre los escandalosos amores entre un pongo y la esposa del dueño de una hacienda.
El Titicaca comenzaría entonces su trayectoria como el personaje masculino más importante del cine boliviano, a juzgar por las veces que aparecerá, ora como personaje central ora secundario, ora como el “indiferente testigo del destino” de los protagonistas, según le describió Paolo Agazzi al referirse a la presencia lacustre en el filme, Escríbeme postales a Copacabana (Thomas Kröntaler), coproducción boliviano-alemana del año 2009.El líquido protagonistaLa masa de agua dulce en medio del paisaje altiplánico ha seducido a los realizadores desde muy temprano, como se evidencia en el artículo de La Razón (3 de julio de 2009, serie del Bicentenario de la Revolución de julio de 1809). Prueba de ello es la expedición científica alemana, dirigida por Rolf Müller, que en 1916 registró su viaje a Tiwanaku, documento del que quedan en la Cinemateca unas cuantas imágenes logradas desde las orillas del lago. Algo similar, es decir, detener la cámara en la contemplación del Lago Sagrado, debió hacer el arqueólogo Arturo Posnansky, quien en 1926 realizó un trabajo de docuficción sobre el camino recorrido de los Urus a Tiwanaku. Esa cinta se tituló La gloria de la raza, de la que no quedan evidencias salvo un folleto informativo y algunas fotos borrosas de la filmación.
En materia de ficción, luego de La profecía del Lago, Velasco Maidana volvió al Titicaca para filmar El ocaso de la tierra del Sol, proyecto que no prosperó. Sin embargo, parte de ese material le serviría para la primera superproducción boliviana que emprendió en 1929: Wara Wara, estrenada en enero de 1930, otra historia de amor difícil entre personas de dos mundos distintos: una indígena y un español, en tiempos de la conquista.
Esta vez, la sociedad reaccionó positivamente y aceptó la película con entusiasmo. Esta cinta, hoy restaurada, muestra el lago que se luce en su magnificencia, con balsas y botes de totora surcando sus aguas.
María Teresa Solari firma una nota romántica sobre la película, en los años 30, donde dice que “el paisaje de nuestras tierras, paisaje nativo, exótico en la geografía, bello como pocos en la poesía de su lago, de sus montañas blancas, de sus valles pródigos, de sus breñas extrañas, de sus pampas enormes ha sido acaso un marco de encanto para la obra, porque en igual lenguaje típico nos habla el indio y nos habla también la tierra que el indio ama con pasión salvaje”.
También la Isla del SolEn medio del Lago Sagrado se halla una isla que, cuenta la leyenda, es el lugar de donde surgieron Manco Kapac y Mama Okllo, para fundar el imperio incaico.
En este lugar se realizó un corto, Donde nació un Imperio, de 1949, trabajo de Alberto Perrín Pando en colaboración con Jorge Ruiz y Augusto Roca, que se consigna como el primero que deja el blanco y negro. Perrín, según datos de Alfonso Gumucio Dagrón, estudioso del cine boliviano, usó la cámara más de una vez en torno al lago. Cita cortos realizados con el apoyo de la Universidad Mayor de San Andrés: El indígena lacustre y Tiwanaku (alrededor de los años 50), y un proyecto, Altiplano, rodado asimismo en ese espacio azul que rodea a la Isla del Sol, como hace notar Claudio Sánchez en la revista digital CinemasCine.
La misma isla, el lago, dieron el marco al mediometraje de Francisco Ormachea, Ajayu (1996), una mirada sobre la concepción aymara de la muerte. Un hombre, Andrés, y su pequeña hija, Leonora, mueren ahogados en el Titicaca por la imprudencia de aquél. Mientras los vivos le reclaman al padre su falta de cuidado, mientras les lloran y entregan objetos para el largo camino hacia el Korimarca o cielo aymara y para los que ya se fueron, las almas (ajayus) de uno y otra emprenden el viaje por distintas sendas: la niña por la más fácil y rápida, el hombre por la difícil que sus faltas le imponen. El cielo, un lugar de trabajo comunitario, es, para el caso, hermoso y plácido, imagen que la Isla del Sol ayuda a fijar en la retina del espectador.
Para la primera película en idioma aymara, Ukamau (1966), su director, Jorge Sanjinés, no pudo o no quiso alejarse del Titicaca. Recurrió a actores naturales elegidos de entre los comunarios de la Isla del Sol. Sabina (Benedicta Huanca) es violada por el capataz de una hacienda, el mestizo Rosendo (Néstor Peredo), mientras su esposo Andrés (Vicente Verneros) viaja en un bote por el lago rumbo al mercado para ofrecer sus productos. Sabina es hallada agonizante y, antes de morir, logra revelar a Andrés el nombre de su atacante. La venganza solitaria brinda el clímax a esta historia.
Antes de seguir con Sanjinés, vale la pena un paréntesis. Chuquiago, la película de Antonio Eguino, tiene también un actor de la zona lacustre. Néstor Yujra, el niño que da vida a Isico, el campesino migrante que arriba a la ciudad de El Alto, es un nativo de Huatajata.
Datos, este último, que lleva hasta Max Jutam (2009), de Juan Pablo Piñeiro, trabajo en 16mm ganador del premio Amalia de Gallardo que otorga la Municipalidad de La Paz. En este trabajo se cuenta la historia de Max, migrante de una comunidad lacustre que se asienta en El Alto para desempeñar el oficio de peluquero, hasta el momento en que se ve impulsado a iniciar el camino de retorno.
Cerrado el paréntesis, digamos que Sanjinés volvería al Titicaca, en 1995, a fin de darle el ambiente a Para recibir el canto de los pájaros. Un grupo de cineastas deseoso de filmar una película sobre la conquista, en su comportamiento y en su afán de conseguir que los habitantes de la comarca cooperen, se hallan reproduciendo los mismos defectos y prejuicios que pretendían criticar en el film. En esta cinta hace acto de presencia la internacional Geraldine Chaplin.Mágia y misterioMucha gente acude al lago porque, se afirma, es posible encontrar energía positiva en sus aguas. Los cineastas han explotado también esta veta para argumentos de misterio y esoterismo.
En 1997, Mauricio Calderón estrenó El triángulo del lago, la primera cinta nacional de ciencia ficción. La historia plantea la existencia de una dimensión paralela a la que se puede acceder mediante una puerta ubicada en el lago Titicaca.
Puerta también increíble es la que propone el film Escríbeme postales a Copacabana, del alemán Thomas Kröntaler. Un joven bávaro, Alois, cierto día se sumerge en las profundidades del Walchensee (lago cerca de Múnich) y emerge de las aguas del Titicaca en Bolivia. Aquí conoce a una joven de la que se enamora y con quien tiene un hijo. Ambos varones mueren a la larga y la historia de búsquedas de las tres mujeres ligadas a su memoria (la viuda, la nuera también viuda y la nieta) se desenvuelve en ese mundo mágico que es el de Copacabana, pueblo y santuario a orillas del lago.
En un otro sentido, el de la ciencia, Hugo Boero Rojo, enciclopedista e investigador, realizó un documental en 1981 que bautizó como El Lago Sagrado. Bajo la mirada experta de Boero, la cámara descubre el lago mientras la voz en off aporta información acerca de la historia de las culturas lacustres.
Todavía cabe otro extremo. Hay proyectos bizarros y bañados, para no variar, por el Titicaca. El director de la miniserie La bicicleta de los Huanca, Roberto Calasich, estaba empeñado este pasado 2011 en filmar La sirena del lago. Tenía actriz y todo; pero no se ha tenido más noticias del film que debía haberse estrenado el 20 de octubre, como un homenaje a la fecha de fundación de La Paz.
Tampoco se concretó la realización del peruano Leónidas Zegarra, una historia de terror que iba a llamarse El sapo gigante asesino en el lago más alto del mundo. En la obra cobraría sangriento protagonismo un ejemplar del Telmatobius culeus, las ranas gigantes que son una especie endémica del mítico lago andino.
El guionista del 28
Óscar Soria Gamarra, el guionista del cine boliviano, nació en La Paz en 1917. El día en que vio la luz, 28 de diciembre, algo ha tenido que ver con su destino que le unió al cine por un cordón neurálgico: el guión.
Un cuento suyo, adaptado por Luis Ramiro Beltrán, se convirtió, en 1953, en el primer documental filmado por bolivianos en el extranjero: Los que nunca fueron (Ecuador). Cuando, en 1954, Gonzalo Sánchez de Lozada funda la productora Telecine, Soria se incorpora como argumentista y “de esta manera, el literato pasa a convertirse en el guionista por excelencia del cine boliviano contemporáneo”, dice Pedro Susz: “Alrededor de su figura se articuló la tarea de tres generaciones de cineastas nacionales, lo cual le ha dado legítimamente el papel de patriarca de nuestra cinematografía”.
Soria, cuyo nombre lleva la calle donde se halla hoy la Cinemateca, en La Paz, es el guionista de Revolución (1963), Aysa (1965), Ukamau (1966), Yawar Mallku (1969), El coraje del pueblo (1971), Pueblo chico (1974), Chuquiago (1977) y, como coguionista y/o argumentista, Mi socio (1982), Amargo mar (1984) y Los hermanos Cartagena (1985)
Óscar Cacho Soria murió en 1988. Aun con el peso de los años y la enfermedad, no dejó de asistir a las funciones de cine o a los maratónicos festivales del video nacional Cóndor de Plata, donde pacientemente apreciaba las obras en concurso.
Paolo Agazzi le rindió homenaje con un personaje en la película El día que murió el silencio (1999), interpretado por el actor colombiano Gustavo Angarita.
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