Con los títulos de crédito en tailandés se inicia Only God Forgives. La elección de este idioma lo dice todo: estamos ante una obra extraña. Con ella, Nicolas Winding Refn ha roto todas las expectativas: un relato que reproduce una cultura trash, de violencia radical que aquí nace en los suburbios de Bangkok, más próximo a su cine anterior a Drive, y al que suma una construcción estética fascinante, una visión nocturna con luces artificiales y narrada con un tempo psicológico que toma cada gesto como una revelación. Así se explican los abucheos en el festival de Cannes, porque Winding Refn ha destruido las expectativas depositadas en él.
Asistimos a una progresiva sumersión del espectador en una densidad de imágenes psicológicas, que relatan no un relato de venganza, sino la venganza en sí.
Winding Refn transita a la abstracción con un argumento concreto: Billy, el hermano de Julian (Ryan Gosling), es asesinado tras violar y matar a una prostituta menor de edad, y la madre de ambos (interpretada por una sublime femme fatale Kristin Scott Thomas) desembarca en Bangkok para vengar su muerte y así comienza una espiral de violencia al enfrentarse con un policía retirado, Chang (Vithaya Pansringarm).
Only God Forgives podría ser un descenso a los infiernos, pero no lo es, pues los personajes ya están en el punto cero del infierno. Julian (Ryan Gosling) es totalmente irreal: un personaje en el laberinto del minotauro sin minotauro; es un personaje perdido en el abismo, en el pozo más oscuro del ser humano.
Las llamas de este filme infernal se proyectan en todos los planos a través de las luces de neón.
Toda la película es una danza de colores, de azul, rojo y amarillo. El azul y el rojo están asociados a Ryan Gosling y a Vithaya Pansringarm, pues su psicología se compone de una tensión entre polos opuestos, entre Eros y Tanatos, entre vida y muerte, ley natural y ley social. Y con la madre nace el amarillo que contamina el azul y el rojo.
La realidad no está compuesta por dos opciones, sino por una duplicación de elecciones: la fidelidad a un personaje implica la traición al otro, y viceversa. Se genera, así, un espacio cíclico, infernal, donde no hay libertad de elección y donde la realidad deambula más rápido que el personaje, oprimido por las circunstancias y los personajes.
Las relaciones entre Ryan Gosling y la madre no podrían ser calificadas como sanas: hay un complejo de Edipo no superado, en el que la madre castiga al hijo por su incompetencia a la hora de salvar a su otro hijo, mientras que en el fondo desea recuperarlo en su seno; el hijo ha buscado siempre la distancia con respecto de la madre, pero hasta en Tailandia hay una tensión subyacente que lo lleva a la fidelidad a su figura.
El verdadero protagonista es Chang. El director deseaba construir un personaje que actuara como si se considerara un Dios y para ello ha recurrido a erigir un personaje amoral, que actúa según sus deseos y no conoce consecuencias.
Sólo un Dios puede ejercer su poder desconociendo los efectos de su conducta y el título funciona de manera irónica: su perdón es siempre cruel y quien en realidad perdona la vida en alguna ocasión es su alter ego consciente y castrado de poder, Ryan Gosling. Los dos funcionan como manos de un mismo movimiento: uno ejerce la violencia divina, el otro la social; uno atiende a la ley natural, el otro a la institucional.
Pero al llegar la madre se quiebran las fronteras y, finalmente, estallan los comportamientos estancos: sólo así queda el cóctel de venganzas al son de las luces de neón. Y, de fondo, la banda sonora de Cliff Martínez, con un zumbido constante que deviene una auténtica ópera electrónica (Extracine).
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