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jueves, 16 de mayo de 2013
Los juegos del destino
Aquí se estrenó como Los juegos del destino, en los países vecinos como El lado luminoso de la vida, traducción igualmente arbitraria aunque tal vez justificable por la dificultad de volcar a nuestra lengua el hermético nombre original Silver Linings Playbook. Claro, es un detalle, pero si uno quisiera rizar el rizo pudiera deducir que el director David O. Russell se desentiende de las cuestiones de marketing y prefiere concentrar su atención en la propia hechura.
Loada por doquier, esta película retoma varios de los rasgos de El ganador (The Fighter, 2010), la obra previa de Russell. Ambas se abocan a desmantelar los lugares comunes transitados por el cine americano en su visión de los entornos familiares, pero sin pretender una demolición sistemática de esos clisés que acaban transformando a la familia en la última trinchera de retaguardia para la salvación de un modelo de sociedad aquejado de males varios.
Nada de eso cuenta en esta comedia dramática donde ninguno de los personajes se ajusta a los patrones de comportamiento “normales”. Salvo quizás Dolores, la madre que desempeña su rol procurando una imposible tarea de contención y armonía en medio del desorden provocado por el regreso a casa de Patrick Solitano después de ocho meses de tratamiento en un hospital siquiátrico por moler a golpes al presunto amante de su exmujer, bajo diagnóstico de trastorno afectivo bipolar, una patología mental anteriormente conocida como psicosis maniaco-depresiva. TERAPIA. Patrick no ha sido dado de alta, sencillamente resolvió suspender la terapia y volver con los suyos. Cuán lejos se encuentra de haber superado las oscilaciones extremas en su forma de actuar quedará demostrado al estallar por una tontería en la sala de espera del psiquiatra destruyéndola casi por completo, y más tarde al liarse a sopapos con papá a causa de otra nimiedad.
Por lo demás, tampoco parecieran escasear motivos para sus afecciones. No resulta por cierto sencillo convivir con un padre, reciente desocupado, que vive obsesionado con Las Águilas de Filadelfia, con las apuestas por dinero y con todo un ceremonial de cábalas y rituales destinados a “garantizar” el triunfo del equipo de sus pasiones,
El romance, ingrediente infaltable en cualquiera de las historias de autosuperación tan estimadas por Hollywood, tampoco discurre por los cauces usuales. Tiffany no es una persona en sus cabales, carga con un trauma adquirido no hace mucho, una reciente viudez la tiene sumida en sus propias obsesiones, bloqueada para reencauzar su existencia.
Y el primer encuentro entre ambos dista una enormidad de parecerse a los típicos flechazos súbitos, que delatan de entrada todo lo por venir en el relato. Por el contrario, instala un ancho margen de imprevisibilidad del cual Russell se aprovecha para ir tensando la cuerda de una relación que semeja más una sorda pelea entre dos espíritus perturbados que un romance encaminado al final feliz.
El director apuesta buena parte de sus fichas al trabajo de los protagonistas y en su desempeño posiblemente se encuentre la mayor fortaleza de un relato esforzado en mantener su carácter multidimensional de personas en lugar de reducirlas a la unidimensionalidad de los personajes tipo. De hecho, nunca terminamos de conocer las causas profundas de sus desequilibrios, porque el director no busca provocar conmiseración o lástima por gente con vida propia, inclasificable dentro de los patrones comunes del cine de género.
La ajustada faena de Bradley Cooper (Patrick) y Jennifer Lawrence (Tiffany) sostiene durante largos tramos el interés en la historia, que el guion en sí no garantiza en modo alguno. En cambio, resulta algo decepcionante el regreso de Robert De Niro a las ligas mayores, responsabilidad de un papel demasiado cargado de tics y, por ello mismo, propicio a los excesos histriónicos a los cuales suele ser proclive el veterano actor.
Otro acierto del tratamiento, apuntado sobre todo a la verosimilitud, puede anotarse a favor de la ambientación. Todo transcurre en un barrio poco idílico, como si hubiese quedado estancado en los años 70, guiño a la declarada admiración de Russell por los clásicos de Coppola y Scorsese. Coherente con la tosquedad de los ambientes y de los personajes, el tratamiento del relato rehúye cualquier afeite formal: es seco, directo, a ratos con una apariencia de desprolijidad, buscada sin duda.
En cambio, el guion, como ya se apuntó, es inconsistente, oscilante entre momentos de frenética actividad, acorde a las descargas emocionales de la pareja junto a los otros seres del entorno inmediato, y largas parrafadas discursivas plagadas de fallidos e innecesarios intentos de explicar aquello que no pide mayor argumentación. Tales baches contrastan de facto con otros momentos en los cuales la sutileza de una mirada, de un gesto apenas esbozado, resultan bastante más ricos y sugerentes, haciendo que lamentemos la poca perseverancia en el uso de un dispositivo de narración del cual pudo haberse beneficiado el resultado integral.
Al guion resultan igualmente atribuibles ciertos sesgos, machistas digamos, en el abordaje de la compulsiva búsqueda de relaciones sexuales por Tiffany, acreedora de adjetivos que difícilmente se destinarían a un comportamiento similar por cualquier personaje masculino.
Y está el final, con ese doble clímax del partido de fútbol americano y el torneo de baile, dos momentos algo fingidos, postizos, de tono inarmónico con el prevaleciente hasta entonces. Su inclusión daría a pensar que, a fin de cuentas, Russell optó por una suerte de giro compensatorio para no dejar insatisfecha a esa parte de la platea irritada por la visión iconoclasta de la familia en tanto núcleo de la pervivencia de un modus vivendi tratado hasta ese momento con muy flaca amabilidad. Tales flaquezas impiden considerar a Los juegos del destino un trabajo redondo y —es criterio personal— aconsejaban poner paños tibios sobre el desbordante entusiasmo de buena parte de las recensiones, en las cuales parece haber pesado más la comparación entre el trabajo de Russell y el grueso de las comedias románticas entregadas por la industria que una ponderación de los resultados de dicha labor per se.
Ficha técnica
Título original: Silver Linings Play-book. Dirección: David Russell. Guion: David Russell. Novela: Matthew Quick. Fotografía: Masanobu Takayanagi. Efectos: Drew Jiritano, Mike Myers, Ian Markiewicz. Música: Danny Elfman. Producción: Bruce Cohen, BradleyCooper, DonnaGigliotti, Jonathan Gordon. Intérpretes: BradleyCooper, Jennifer Lawrence, Robert De Niro, Jacki Weaver, Chris Tucker, Anupam Kher, John Ortiz, Shea Whigham, Julia Stiles, Paul Herman, Dash Mihok, Matthew Russell, CherylWilliams. USA/2012.
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