La mayoría de las veces, si no tienes nada nuevo que aportar, lo mejor es no decir nada. Pero está visto que Baz Luhrmann no puede tener la boca cerrada. Primero nos torturó con William Shakespeare, “renovando” Romeo y Julieta, después se empeñó en destrozar una obra de Alejandro Dumas, La dama de las camelias, y ahora decide maltratar otro clásico como The Great Gatsby.
Por un momento, da la impresión de que Baz Lurhmann iba a recuperar el actual contexto sociopolítico , producto de una sociedad tan despilfarradora como la que se muestra en la novela original, que tendría como consecuencia la Gran Depresión. Pero no.
Ni se muestra a Nick Carraway como un homosexual enamorado platónicamente de Gatsby ni a Jordan Baker como una lesbiana cautivada por los encantos de Daisy Buchanan. Y peor: esta edulcorada versión se aleja de cuestiones reflejadas en versiones anteriores, como la violencia doméstica, la maternidad dudosa o la sexualidad ambigua. No estamos hablando de un cineasta que tenga la necesidad de expresarse artísticamente, sino de un artesano con ganas de llenarse los bolsillos tanto como Gatsby.
La película de Baz Luhrman tiene exactamente el mismo sentido que las disparatadas fiestas de Gatsby. Ninguno. El cineasta no muestra la ostentación y la superficialidad de los invitados a las fiestas como el síntoma de una sociedad decadente, que fue lo que pretendía Fitzgerald, sino como las fiestas que a él mismo le encantaría organizar, el mundo al que le encantaría pertenecer. Lo único que parece interesarle a Baz Luhrmann es la historia de amor entre Jay y Daisy.
Carey Mulligan como Daisy Buchanan no resulta tan insoportable como lo era en la forma de Mia Farrow. Robert Redford sí conseguía resultar fascinante como Jay Gatsby, pero Leonardo DiCaprio se empeña en saltar de un registro dramático y rozar en ocasiones el melodrama de sobremesa.
Decir que la aportación de Tobey Maguire es justa es casi demasiado. No puedo decir que sea mediocre, pero es que tampoco me comunica mucho. No entiendo cómo se hace para que un actor con el físico de Joel Edgerton salga tan feo y desagradable, aunque en ese sentido está muy en consonancia con Isla Fisher, que nos ofrece una Myrtle Wilson como una ordinaria insoportable. Otro personaje totalmente desaprovechado es el de Jordan Baker, interpretada por Elizabeth Debicki, que sólo transmite unas ganas irrefrenables de abofetearla constantemente.
La lectura es una experiencia individual, uno establece el vínculo con Gatsby a través de Nick, con lo cual entendemos perfectamente su fascinación. Pero en la película, en ésta y en las anteriores, aunque se comience y se termine con Nick, tan sólo sirve como un conductor, por lo cual el propio Gatsby se revela como el protagonista de la película.
El intento de dotar de más profundidad al relato, tratando de identificar a Nick Carraway con el propio escritor, no aporta nada y evidencia la falta de originalidad y de interés de Baz Luhrmann.
Por no poder, ni siquiera puedo decir que la fotografía es bonita. Porque tampoco es para tanto ni el diseño de producción tampoco. Tan sólo el excesivo vestuario y la afortunada selección musical hacen algo más amena la proyección. Eso sí, no puedo más que lamentar el uso del maravilloso tema de John Adams, que Luca Guadagnino utilizó de manera espectacular en Io sono l’amore. Decir que utilizarla es una anacronía y está un poco fuera de lugar, porque no es el único tema y sonido contemporáneo que se utiliza, pero es que resulta un absoluto desperdicio emocional, igual que absolutamente toda la película. Si ya es una pérdida de tiempo en su versión normal, verla en 3D ya ni te cuento (Extracine).
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