En la producción cinematográfica, pasada y última, no han faltado los títulos dedicados a escarbar en las secuelas de la muerte de un ser querido en quienes le sobreviven. Como ocurre con casi todos los temas, pero en este caso el fenómeno se extrema, de los innumerables emprendimientos unos pocos apenas trascienden la banalidad especulativa, mientras para el grueso es simplemente una variante del melodrama convencional. Puede, en suma, ser un “espectáculo”, en el peor sentido de la palabra, para curiosear desde afuera, dejando asomar el perfil masoquista que todos llevamos más o menos encubierto. O bien puede ser un camino para adentrarse en los verdaderos sentimientos de gente afectada por una de esas tragedias personales, intransferibles de cualquier manera, a partir de las cuales la vida definitivamente no es, no puede volver a ser, la misma.
Este acercamiento de John Cameron Mitchell a una situación de esas características figura entre los ejemplos de un tratamiento atendible, adecuado, si tal cosa existe, al desgarramiento provocado en una pareja por la muerte de su niño. Ocho meses han transcurrido desde que Becca y Howie perdieron al pequeño Danny, víctima de un accidente de tráfico provocado por Jason, adolescente sin experiencia cuya impericia le impidió evitar atropellar al chico. Se sabe que si el alumbramiento de un bebé cambia radicalmente la existencia de sus padres, no tiene desde luego un efecto menor, más bien lo contrario, la desaparición de un hijo.
El drama se ve exacerbado por el imprevisto embarazo de Izzy, la hermana de Becca, dato que parece acrecentar el sordo rencor de esta última contra todo lo que le rodea, incluyendo el grupo de terapia al cual asiste sin muchas ganas, hasta marcharse finalmente airada por las expresiones de otro padre atribuyendo al designio divino la muerte de su propio hijo, expresión que a Becca le suena a una verdadera afrenta a su insanable pesar.
Las cosas con Howie tampoco van bien, ni en la cama ni en ningún otro aspecto de la vida en común. Howie tiene la impresión de que Becca desea borrar todo rastro de Danny de sus vidas, lo cual a su vez se le antoja una actitud inadmisible. Tal impresión está provocada por las actitudes de ella: se deshace de la ropa del pequeño, obsequia el cachorro regalón de Danny. Para peor parece obsesionada con la posibilidad de establecer algún tipo de conexión con Jason, el autor involuntario de la tragedia, movida por razones que ni siquiera ella alcanza a explicarse.
André Malraux apuntaba que el enigma de la vida, de la vida frente a la muerte, siempre se les presenta a las mujeres en el rostro de un recién nacido y a los varones en el de un cadáver. No sé si siempre ocurre exactamente así, pero no deja de ser una visión por demás sugerente para tentar comprender las distintas sensibilidades y reacciones de los miembros de una pareja frente a la misma situación.
En efecto, el trabajo de duelo, diría Derrida, encarado por Becca y Howie es diferente, si bien este último no deja de caer en el pozo de hondos momentos depresivos, agudizados por el desmoronamiento de la relación de pareja, tal cual, señala la clínica, suele ocurrir a menudo con los matrimonios enfrentados a parecidas encrucijadas vitales, crueles y absurdas.
Sin concesiones, de una dureza a veces insoportable, el tratamiento de Mitchell consigue apartarse del origen teatral del argumento sin apelar a recursos que distraigan el relato del drama íntimo de los personajes. Un solo flashback envía la narración al punto de desencadenamiento de aquel, para optar luego por una linealidad acorde a la necesidad de crecimiento dramático.
Tratándose de una tragedia intimista el desempeño de los protagonistas resulta esencial para sostener la andadura de la trama. En ese punto la dirección de actores es impecable. Nicole Kidman se mete literalmente en la piel de Becca y alcanza una caracterización de una gravedad sin fisuras, llegando a secuencias en las cuales su dolor se torna casi imposible de ver sin sentirse hondamente involucrado. Aaron Eckhart consigue mantenerle la parada, pero en el esfuerzo pierde por momentos el registro, rozando la sobreactuación. La que si empata es Dianne Wiest, la madre de Becca, de vuelta de varios episodios vitales conflictivos que le permiten ver las cosas con una perspectiva más calmada.
En el cine, la honestidad y la sinceridad no constituyen cualidades suficientes para garantizar el resultado. ¡Cuántas películas se descalabraron sinceramente! En esta película, en buena medida la sinceridad es resultado de la atinada negativa de Mitchell a usar el tono forzado y sentencioso. Aquí Mitchell no hesita en coquetear, en algunas secuencias, con la comedia sabiendo que no pone en riesgo ni la tristeza de sus criaturas ni el afecto por ellas. Más bien se instala en la pantalla una plausible parábola acerca del dolor, de sus límites y de la necesidad, pero también de las dificultades para sobreponerse. En ese orden de cosas, la película desdeña las fórmulas de lo políticamente correcto, dando a entender que cuando alguna circunstancia te sobrepasa resulta absurdo seguir actuando de acuerdo a las recetas establecidas para aparentar ser un ciudadano ejemplar. Y de paso rehúye otra tentación recurrente en el cine propicio a la catarsis expeditiva: buscar un chivo expiatorio sobre el cual descargar la culpa del malestar propio y ajeno.
El acierto mayor estriba en evitar lanzarle encima al espectador el sentimentalismo barato del melodrama convencional, acumulando más bien sin prisa elípticas sugerencias que invitan a una aproximación paulatina a esa intimidad herida para mejor compartirla.
Ficha técnica
Título original: Rabbit Hole. Dirección: John Cameron Mitchell. Guión: David Lindsay-Abaire. Fotografía: Frank G. DeMarco. Montaje: Joe Klotz. Arte: Ola Maslik. Diseño: Kalina Ivanov. Efectos: Edward Drohan IV, Jim Geduldick. Música: Anton Sanko. Producción: Caroline Jaczko, Nicole Kidman, Geoff Linville, Bill Lischak, Linda McDonough. Intérpretes: Nicole Kidman, Aaron Eckhart, Dianne Wiest, Miles Teller, Tammy Blanchard, Sandra Oh, Giancarlo Espósito, Jon Tenney, Stephen Mailer, Mike Doyle, Roberta Wallach. USA/2010.
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