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lunes, 18 de noviembre de 2013

El polémico director estadounidense Woody Allen trae su "Blue Jasmine", la mejor película en décadas.

La tristeza es un apetito que ninguna desgracia satisface. "Blue Jasmine", la última de Woody Allen, es fundamentalmente una película triste. Cada fotograma está ahí para doler. Pero suave.

No se trata tanto de refutar la impostura del optimismo (que también), como de levantar acta de lo inútil y lo vacío de casi todo. Pero, y esto es lo importante, sin molestar, sin entusiasmarse con lo indecoroso que resulta presumir de pesimismo. Todo es demasiado estúpido para encima darse importancia. Lo natural, nos dice el director, es la catástrofe.

Otra vez Allen. Como en gran parte de su filmografía, el director se limita a dibujar el perfil de una mujer fracturada (no en balde, para los amantes de los números, hasta cuatro de sus actrices "rotas" han ganado un Oscar). Y como siempre, se trata de una mujer que en realidad es otra cosa.

Jasmine es, si se quiere, el equivalente actual de Daisy Buchanan en "El gran Gatsby" (de Madame Bovary no hablamos para no ofender) el mejor símbolo y representación fiel de todo lo hueco y lo doloroso que nos habita. Lo triste en definitiva.

Si entonces era la depresión de los años 30 lo que servía a Fitzgerald para pintar el rostro femenino de un tiempo en ruinas; ahora es la crisis de Madoff y sus "subprimes" la que inspira a Allen para hundir su mirada en el cuerpo mullido (con perdón) de su actriz. Y, en medio, siempre, la carne abierta de par en par de una mujer. Admitámoslo, Allen cada vez está más cerca del entrañable (por ser él) viejo verde.

La historia. Jasmine es una señora acostumbrada al aroma de las marcas de lujo en la parte alta de Nueva York. Y así hasta que un buen día asiste atónita al espectáculo de un mundo (el suyo) que se desmorona. Su marido es un estafador. Y lo es en el más amplio sentido de la palabra.

Pobre y cornuda de repente deberá ahora inventarse una vida completamente ajena. Tan extraña e inútil como la anterior, pero de otra manera. Esta huele peor en compañía de su hermana garrula y sin recursos (genial Sally Hawkins). Toda la cinta se estructura así en torno a una comida de dos platos: cómo lidiar con el choque de clases y cómo superar la ruptura amorosa. Algo así como la versión dramática de la disparatada "Granujas de medio pelo".

El resultado del encuentro entre el director y su personaje interpretado por Cate Blanchett es algo (dejémoslo en eso: algo) tan difícil de explicar como evidente y magnético en la pantalla. Allen hace navegar a su criatura por un enfebrecido guión, que se mueve sin la más mínima interrupción entre el pasado de una vida disoluta y el presente de una existencia estúpida. O al revés.

Y todo ello sin recurrir en el "flash-back". Simplemente, los tiempos discurren en paralelo entre la arquitectura de un guión perfecto. Si últimamente se había acusado al director de displicencia, cuando no simple caos, en la puesta en escena; ahora Allen se exhibe como un virtuoso constructor de historias muy lejos del turista de lujo en el que se había convertido últimamente merced a la generosidad paleta de los productores europeos.

La actriz. Sea como sea, Blanchett entiende a la perfección la quiebra de un personaje siempre lanzado al límite entre la comedia y el drama, el vacío y el estruendo, lo ridículo y lo sublime. Porque, en definitiva, toda la película es ella, una Cate Blanchett que convierte su cuerpo y su trabajo en la prolongación natural de Diane Keaton, Mia Farrow, Dianne Wiest, Mira Sorvino o (y ya fuera de su cine) Gena Rowlands.

Y de repente, Jasmine-Blanchett se impone como la única certeza triste de la única existencia posible. Todos somos la triste "Blue Jasmine", la historia desconsolada y triste de un vacío frío y desangelado. Suena ampuloso, quizá retórico, y no. Es simplemente el eco.

En un solo libro
Todos los escritos de Ana Frank

Ana Frank (1929-1945), la autora del famoso diario, escribió también numerosas cartas, relatos y poemas durante su corta vida. En su escondite de Ámsterdam (Holanda), donde intentó ocultarse de los nazis con su familia entre 1942 y 1944, la cronista más reconocible del Holocausto soñó con hacerse un hueco en la literatura una vez concluida la guerra.

Durante un tiempo, también llenó una libreta, que llamó "Diario de Egipto", con recortes de una revista de arte. Una producción literaria y epistolar abultada -varias de sus cartas y el diario ilustrado permanecían inéditos- que ha sido reunida por primera vez en un solo volumen por el Fondo Ana Frank, de Basilea, y la editorial holandesa Prometeus.

Titulado simplemente "Anne Frank, Verzameld Werk" y de 710 páginas, fue presentado esta semana en la biblioteca judía Ets Haim, la más antigua del mundo.

Abierta en Ámsterdam, allí recibió el primer ejemplar la ministra de Cultura, Jet Bussemaker, que calificó el "Diario de Ana Frank" como una "memoria viva de la II Guerra Mundial". "Es el documento más importante de la contienda", añadió. El compendio incluye fotos de la niña, su familia y entorno, así como varias versiones del diario.

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