Cuando a principios de los años ochenta, Stephen King encaró su magnum opus, la obra maestra monumental y épica por la que habría de pasar a la historia -pese a que ya por esa época, con El resplandor, Carrie y La danza de la muerte publicadas, mucha falta no es que le hiciera-, el autor de Maine quiso meter en ella todas las novelas, películas y demás productos culturales por los que sintiera afición de un modo u otro.
El resultado, además de derivar en una saga vasta e intimidante para los neófitos, fue un alocado cruce entre El Señor de los Anillos, la leyenda artúrica y El bueno, el feo y el malo (1968), con un par de gotas de ciencia ficción, y bien presente la voluntad de suponer una especie de crossover de toda su obra. En otras palabras, la Biblia del KingVerso.
Ocho novelas publicadas entre 1982 y 2012 (sumando unas 4.250 páginas de nada), multitud de cómics, y un fandom creciente y creyente, han acabado derivando en una película de 95 minuticos. Unos brevísimos, y arriesgadísimos, 95 minuticos, que vienen precedidos de una producción caótica -hasta J.J. Abrams se asomó al percal- y rumores terroríficos sobre el carácter final de la adaptación, con la esperanza de una serie de televisión que ate todos los cabos sueltos en el horizonte.
Sin embargo, la película de Nikolaj Arcel -director danés en cuyo currículum encontramos el libreto de Los hombres que no amaban a las mujeres, versión europea (2009) - apenas se preocupa de dejar a su paso cabos sueltos o un mínimo de detalles relegados al misterio. En una concesión sin apenas precedentes al público profano, La torre oscura se conforma con ser un esbozo de todo lo ideado por Stephen King, cuidándose de ser más o menos coherente mientras la inventiva y arrojo que mostrara el novelista se ven reducidos a una genérica, y correcta hasta lo enervante, película de aventuras.
Una decisión acaso tomada durante el enésimo cambio de manos experimentado por el proyecto, y que conduce a que el film, contrariamente a lo esperado, sea asombrosa, ridículamente fácil de seguir. No sólo por cómo han anclado la historia a sus características más primigenias -un niño, un pistolero, una torre, un tío de negro y estilazo-, sino también por la escasez de sutileza e imaginación con la que es tratado el susodicho argumento.
Niños cuyo poder para destruir torres metafísicas es visualizado con rayos de luz y pirotécnicas demoliciones, multitud de mundos alternativos de los cuales se nos deja ver uno y pico… hasta Mathew McConaughey se ahorra florituras siendo dócilmente obedecido por sus víctimas, que proceden a palmarla sin protesta alguna.
En medio de todo este mortecino espectáculo, Idris Elba interpreta al Pistolero, Roland Deschain, y compensa las pocas ganas que parece tener de estar ahí con mucha profesionalidad y escenas molonas en las que hace virguerías con sus armas. Junto a su compañero Jake Chambers (Tom Taylor), hacia quien lo acaba atando una bonita relación paterno-filial aquejada del poco tiempo que hay para todo, protagoniza un entretenimiento bastante lejos de lo memorable, pero que se las apaña para desarrollarse con total fluidez y sin que nada moleste especialmente, como no sea la habitual percepción de que estamos viendo algo que podría ser mucho más ambicioso, y mejor.
Que "el resplandor" que tiene Jake, y que lo emparenta tanto con la magna obra de King como con la no menos magna de Stanley Kubrick (1980), sea despachado con semejante indolencia, sólo es una de las muchas señales de todo lo que La torre oscura pierde al optar por ser tan pequeña.
Se trata de una decisión que los responsables de esta película toman racional y definitivamente, y ante la cual, al menos, es de celebrar que se mantengan firmes y constantes en todo momento. Y al final, La torre oscura acaba dándole la espalda tanto a ese excéntrico y complicado KingVerso como a esos espectadores que probablemente no supongan un sector mayoritario, pero sí uno que ha permitido que esta producción viera finalmente la luz. Disfrutarás de la película según la cantidad de problemas que tengas con esto.
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