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domingo, 15 de julio de 2012

Nuestra Señora de La Paz y el cine



Los 203 años del Grito Libertario de La Paz son la excusa perfecta para volver a ver la ciudad desde un ángulo que revise lo que el cine le ha dado y lo que ella le ha dado al cine. Los carnavales de La Paz (1913), corto dirigido por Luis Castillo, es uno de los registros fílmicos más antiguos que se conocen; he aquí la fiesta como atracción principal de una sociedad en construcción que se estructura a través del comercio. Esta ciudad ha sido desde siempre el centro del intercambio de productos, más que un espacio real de producción, y esto crea también una clase de pequeños burócratas, aquellos que Eguino retrata con la historia de Carloncho en la paradigmática Chuquiago (1977).

Jorge Sanjinés consigue con La nación clandestina (1989) pensar el fenómeno social de la bolivianidad a partir de La Paz, como escenario de encuentro con lo propio y también con lo ajeno. Sanjinés hace la única obra maestra del cine nacional luego de años de reflexión y análisis sobre el hecho mismo de haber nacido en este país.

Marcos Loayza y Mela Márquez abren y cierran una época del cine boliviano en La Paz; Loayza con Cuestión de fe y Márquez con la película que hace sobre la hija de Jaime Saenz (aún sin estrenar). Él abre su ópera prima —en el sentido escenográfico— en un bar saenziano. Ella busca aquello que pudo haber dejado el poeta. Si en el primer caso la idea es dejar La Paz llevando a la Virgen, en el segundo se trata de un retorno a la ciudad para encontrar al padre. Si bien ambos realizadores perfilan espacios diferentes, aun cuando se trata de la misma ciudad, ellos hacen que sus obras sean testimonio de una época que ha dejado de tener a La Paz como el centro de la realización cinematográfica en Bolivia. La velocidad con la que la tecnología ha cambiado los modos de producción en el cine hace que el mapa actual marque nuevos centros en esta geografía actual. Puede ser que La Paz haya muerto, como sostiene el arquitecto Carlos Villagómez, si así fuera: Muerta La Paz, Viva La Paz.Claudio Sánchez

Películas en pocas palabras

Zona Sur (Juan Carlos Valdivia, 2009)

El film de Juan Carlos Valdivia trata de una familia burguesa que vive en una enorme casa de la zona Sur, sitio residencial de La Paz. La familia intenta habitar un mundo fuera no sólo de la realidad del país, sino también de la suya propia: la casa funciona como alegoría de este encierro que se funda en la apariencia. La forma en la que el director decide señalar este encierro es por medio de una cámara que gira 360 grados constantemente, mostrándonos de esa manera a personajes cuya vida se desenvuelve en medio de las cuatro paredes de una elegante casa heredada. La música, compuesta por Cergio Prudencio, también contribuye a esta sensación de envolvimiento. Esa casa, pues, representa la frivolidad que se termina de hundir el momento en que es comprada por la comadre de pollera. Pero al mismo tiempo, la venta de ella es una liberación para la familia, especialmente para Carola, la madre, y para Andrés, el hijo pequeño, quienes al final de todo deciden salir a volar juntos. Mitsuko Shimose

Hospital Obrero (Germán Monje, 2009)

La ópera prima de Germán Monje no teme en explorar nuevas formas de narrar, de reconfigurar los espacios y construir los personajes. Las siete historias que confluyen en Hospital Obrero —entre camas, ventanas, La Paz y boleros de caballería— tienden sus hilos no sólo desde la puesta en escena de una memoria entre laderas, sino desde la insistencia en los juegos de los que está hecha esa memoria. El protagonista, Pedro D. Murillo, un pajpaku bohemio que se interna de emergencia en el hospital, es la ficha imprevisible de la historia, la cama sin dueño de la habitación 501 que articulará la historia de una emoción (los recuerdos) y un espacio (la ciudad). Al menos son dos los elementos con los que juega la película: el montaje y la fotografía. La narración se proyecta literalmente desde las piezas de un rompecabezas en el que se dibuja la figura vieja de un micro y el contorno difuso del Illimani. A lo que se juega es a desplazar la memoria hacia el enredo con el presente cotidiano de una amistad: se juega a ver la película vieja del exjugador de fútbol, a escuchar el bolero no allá ni más allá, sino acá adentro. Mary Carmen Molina E.

Chuquiago (Antonio Eguino, 1977)

Película fundamental. Los personajes y sus gestos se han grabado en el imaginario paceño porque las imágenes de sus actitudes, que llegan un poco a violentas de tan significativas, brillan casi como ideogramas. Mirar la hoyada con sorpresa de recién llegado. Esconder con crema blanca la propia tez morena. Bailar con una vedette con las tetas al aire. Mirar al niño pobre desde una petita. Por otro lado, al intentar conformar un retrato de diferencias sociales, el arte de Chuquiago ha perdido mucho de su potencia sensorial y significativa. Se busca trazar un mapa de lugares, objetos, ocupaciones y vestuarios que chocan o se contrastan, como si el mundo fuera como se lo pinta: endogámico, de esferas cerradas. La desactualización clarísima de los objetos de la película (jopos, moda, chamarra de cuero como la prenda de un alienado) podría ser vista como un tipo de resolución al final abierto. Durante este tiempo las cosas han estado fluctuando, mezclándose, al nivel de que los jailones de Chuquiago parecen seguir el estándar visual de los videoclips cumbieros de los 90. Gilmar Reynaldo G.

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