The Master Un filme sobre un manipulador religioso como Lancaster Dodd

Aunque la trayectoria profesional de Paul Thomas Anderson sea longeva, The Master es tan sólo su sexto largometraje estrenado. Si sus primeros cortometrajes nos remontan a finales de los 80, es a mediados de los 90 cuando estrena su ópera prima, Sydney.

Desde entonces ha desarrollado una peculiar e insólita carrera que lo ha llevado a convertirse en una rara avis de autor dentro de la industria estadounidense. Como tal, debe tener el mismo número de seguidores que de detractores, lo que me coloca en una situación relativamente incómoda para hablar de su última película: al ser uno de sus detractores, porque lo considero uno de esos cineastas manipuladores que se refugian en el exceso visual, para salvar sus carencias de fondo, he quedado completamente cautivado con su último relato. Al menos así fue durante hora y media -que ya es bastante- y es una lástima que en los últimos 40 minutos empañe todo el clímax conseguido, aunque no por ello consigue desvirtuar su mensaje.

The Master es un relato valiente y cautivador. Casi tanto como sus dos personajes protagonistas, según el punto de vista desde el cual se los mire. De un lado tenemos a Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un soldado que ha combatido en la Segunda Guerra Mundial y que regresa a casa con severos traumas psicológicos, y del otro a un inteligente embaucador que trata de aprovecharse de su inestabilidad emocional para aleccionarlo con el fin de que se sume a su causa.

Recordemos que la influencia primordial de Paul Thomas Anderson para The Master fue un documental de John Huston, Let There Be Light (1946), que se centraba en los severos estados de trauma y depresión que manifestaban los soldados a su vuelta del frente. Si a esto se añade a L. Ron Hubbard, el fundador de la poderosa cienciología, representado en la película por Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), completaremos la ecuación que domina la película.

Anderson abandona los excesos visuales de sus primeras películas para abordar un relato en el que impera una sobriedad estética y narrativa al servicio del relato y sus personajes.

Pero lo que verdaderamente es excelente en The Master es la calidad interpretativa de sus protagonistas. Si Philip Seymour Hoffman está igual de espléndido que siempre, me quedo total, completa y absolutamente fascinado con ese desagradable personaje creado Joaquin Phonenix. Freddie Quell es un tipo confuso y complicado al que nadie querría tener nunca a su lado. Sin embargo, Phoenix consigue despertar en el espectador un poderoso sentimiento de compasión hacia él. La que quizás me convence menos sea Amy Adams, no tanto por su interpretación, sino porque no me parece que encaje como esposa de Hoffman. La inclusión en el reparto de Laura Dern confirma la influencia de David Lynch, que desde siempre vengo apreciando en todas las obras de Anderson.

El asunto de los 40 minutos que mencioné al principio se debe a una inexplicable caída del ritmo (y del interés) en el último tercio de la película. Además, ¿se cura Freddie Quell o acaba peor de lo que estaba? Parece una pregunta sencilla pero no lo es porque The Master viene a sumarse a esta reciente tendencia del cine a hablar de la manipulación en filmes como Dans la maison, Life of Pi o, en una vertiente diferente, Dupa dealuri (Beyond the Hills).

Todas ellas parecen venir a advertirnos de que, a pesar de que vivimos en una era dominada por la comunicación audiovisual, por lo que sería plausible entender que el espectador está alertado sobre los peligros de la manipulación, en realidad, y debido probablemente al exceso de estímulos, somos mucho más sensibles a ser víctimas de personajes como Lancaster Dodd (Extracine).