El martes 29 de agosto fue un día especial. El expresidente de Brasil, Lula da Silva, estuvo de visita en Santa Cruz para participar de un Congreso de Energía. En la oportunidad pidió mayor protagonismo a los empresarios bolivianos, y en otro espacio brindó una charla motivacional a los jóvenes. Mientras, en La Paz, “el otro Lula”, Rui Ricardo Diaz, destacado actor de teatro y protagonista del filme Lula, el hijo de Brasil (2011), llegó para presentar esta gran producción brasileña.
En el conversatorio previo a la premier, Rui Ricardo Diaz hizo notar dos puntos respecto de la figura-Lula: el primero es que Brasil ya no provoca los mismos temas clichés a la hora de entablar una conversación (fútbol, playas, meninas gostosas, samba…), pues ahora mucha gente se interesa primero por saber algo de Lula. Y es que todos hemos escuchado más o menos lo que ha logrado en política, pero ¿quién es Lula? ¿Cuál es su historia? Esto nos lleva al segundo punto. Rui comenta que el film respondió a la necesidad de contar la historia, desconocida por mucha gente —incluso en un amplio sector de la población brasileña—, de un hombre tan famoso como Lula.
Hablando de un hombre y su historia, una escena maravillosa de la película animada Rango (20111) nos puede servir de prólogo para introducirnos en el film brasileño. En dicha escena, después de haber sufrido el golpe más devastador de su existencia, el lagarto Rango se aleja a paso lento, y con la cabeza baja, del pueblo que minutos antes lo consideraba su salvación. “¿Quién soy yo? No soy nadie” —es lo único que atina a responderse. Su agobiado cuerpo parece cargar una terrible fuerza invisible que intenta atornillarlo en el fondo de la Tierra; confrontado con sus abismos, desprovisto de la mínima esperanza, cubierto tan sólo por el manto azul de la noche, camina sin rumbo por un desierto que no le permite escuchar otra cosa que los quejidos de su alma. Y justo cuando hubiera preferido no volver a despertar, amanece en la inmensidad del desierto al otro lado de la carretera, y se encuentra con el “Espíritu del Oeste” —una imagen del Clint Eastwood de las spaguetti westerns—, también conocido como el hombre sin nombre. “Hoy en día le ponen un nombre a casi todo, pero no importa lo que te llamen, son las acciones las que hacen a un hombre. […] Ningún hombre puede escaparle a su propia historia”. Dicho esto, el vaquero se aleja conduciendo su carrito de golf. Y Rango encuentra ahí su respuesta. Decide volver al pueblo, pues comprende que no puede hacer otra cosa que perseverar en su ser.
Visto de ese lado, Lula, el hijo de Brasil —dirigido por Fabio Barreto y basado en el libro del mismo título de Denise Paraná— narra la vida de un hombre que no le escapó a su historia, y relata su camino como líder sindical de los trabajadores metalúrgicos (ABC). Más que enfocarse en la figura de Lula, cuenta la historia de la relación con su amada madre, a dona Lindú. Rui Ricardo Diaz decía que lo primero que le sorprendió de Lula fue su emocionalidad: hay un montón de cosas sobre las que no puede responder sin que lo asalten las lágrimas. Cuando uno ve el film se emociona y entiende por qué. Salido de la pobreza y carente de la imagen de un padre, se vio obligado a trabajar desde niño, sufriendo después dolorosas pérdidas familiares que fueron lo más parecido a unas violentas amputaciones. A pesar de ello, y en época de dictadura, Lula se fue forjando como hombre gracias a la perseverancia; se levantó de esas enormes caídas con el doble mérito de no haber permitido que la faena lo convirtiera en un ser cínico y sombrío. Su madre lo tranquilizó como lo hace un faro cuando lo encuentra el navegante en medio del océano. Dona Lindú representó en su vida la pureza y la esperanza. Por eso es que él se muestra como un hombre de fe. El artista brasileño Laymert dos Santos me cuenta que para ellos Lula es el símbolo de aquel que “cree en el mundo”. Esto ha de ser muy importante en un país tan religioso como Brasil: tener en el timón a un hombre cuyas acciones reviven la esperanza, y alimentan la creencia de que las cosas van a mejorar.
La corta aparición de Lula en el documental de Oliver Stone, Al sur de la frontera (2010), donde se autodefine como “un optimista inmoderado”, nos permite añadir otro elemento corroborado en el film de Fabrio Barreto: el optimismo. Su madre le deja un mensaje: “Teima” (Insista). “É só perseverar”. Y el optimismo es el alimento de su perseverancia. Claro que viviendo en estos tiempos de inflación de mensajes simplistas de autoayuda, a veces cualquier frase o historia de superación nos parece sospechosa. Sin embargo, hay ocasiones en que la vida es así de simple: “No dudes de ti mismo, ya has llegado tan lejos. Aun cuando es poco, tú sabes lo que tienes que hacer. Entonces tú ve ahí y hazlo. Pero si no resulta, espera. Ten paciencia. El mundo está allí rodando, rodando, la oportunidad parará justo en tu mano” (Dona Lindú).
El documental de Stone termina con el mismo tono: es un elogio al optimismo y la fe de los líderes socialistas del Cono Sur.
Esto puede calificarse de ingenuo, pero es porque pocos saben que creer es hoy en día una manera de posicionarse políticamente. Sirve para resistir al gobierno de los cínicos, de aquellos que no creen en nada y que no lo lamentan, sino que se ríen de la credulidad de sus semejantes. Creer es reírse de aquellos que prefieren que no se crea en nada, pues prefieren que las cosas se queden como están. No creer en otro mundo, sino en nuestro vínculo con este mundo: la vida, el deseo, el amor, y la esperanza.
y dónde está el nombre del autor del artículo.
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