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martes, 16 de mayo de 2017

"Nunca digas su nombre" (Bye Bye Man) Cuando los miedos se hacen realidad

Nunca digas su nombre es, aunque no lo parezca a primera vista, la primera película de su directora, Stacy Title, que más puede asemejarse a una producción comercial si se tiene en cuenta su trayectoria dentro del cine de terror, siempre en unos contornos más o menos adscritos a la serie B, como demuestran películas como "La última cena" (1995), "El diablo vestido de negro" (1998) o "Hood of Horror" (2006).

Sin embargo, Nunca digas su nombre no llega en todo momento a alejarse de ellas, en este caso, suponiendo un lastre para el desarrollo de la película en tanto a que acaba confiriendo a sus imágenes de un tono de indecisión que conlleva finalmente una cierta despersonalización.

La película comienza de manera brillante, con un plano secuencia, con lo que entronca la película de Title con, por ejemplo, las recientes It Follows o Déjame salir, al crear desde el inicio una atmósfera y un contexto, casi irreal en contraste con el estilo visual que irá imponiéndose a lo largo del metraje. Elegante y magníficamente planificado, este plano secuencia, sin embargo, supone un preludio que engancha de manera tan rápida pero, poco a poco, Nunca digas su nombre se encarga de ir alejando el interés al introducirse por derroteros visuales más convencionales, en algún momento, incluso, francamente mal elaborados, con lo que la película se relaciona con el resto de producciones de Title. El problema reside, en esta ocasión, en que la producción se percibe mucho mayor.

Sin embargo, Nunca digas su nombre es una película que resulta simpática a pesar de la sensación de que todo aparece avanzar a trompicones, más por inercia que por una construcción mínimamente recapacitada. Si bien va de más a menos de una manera clara, no se puede negar que el planteamiento y, en muchos momentos, su resolución visual, no posee fuerza e interés.

La idea vehicular es simple: un ente sobrenatural se manifiesta en una casa ocupada por tres jóvenes universitarios; una vez descubierto el nombre de dicho ente, deben evitar que otros lo pronuncien para que así no se propague el terror a modo casi de virus.

Lo interesante reside en que una vez infectados, los personajes enloquecen poco a poco, perdiendo incluso la conciencia con respecto a sus actos: pueden cometer crímenes sin ser conscientes de estar haciéndolo, algo que Title no desarrolla en profundidad a la hora de elaborar una mirada más reflexiva sobre la locura. Tampoco importa, en realidad, demasiado. Porque a lo largo de la película consigue, a través de los personajes, trabajar medianamente bien cómo sus miedos más profundos se manifiestan de modo paranoico.

Las buenas ideas del guion de Jonathan Penner, marido de Title, van perdiendo fuerza según avanza la película, como si una vez expuestas no fuese necesario ahondar más en ellas, a pesar de que es suficiente como para conseguir que Nunca digas su nombre sea una producción de terror más que decente.

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