La película boliviana “Viejo Calavera”, ópera prima de Kiro Russo, producida por Pablo Paniagua y Gilmar Gonzales, en menos de tres meses ya ganó cinco premios en competencias de Alemania, Suecia, España, Italia y Brasil, desde su estreno mundial en la competencia “Cineastas del presente” del Festival de Cine de Locarno, en Suiza.
El largometraje de ficción, que se gestó entre 2012 y 2015 con Doha film Institute en Qatar, ha sido producido por un grupo de jóvenes, cuyo único capital fue su gran talento y el deseo de hacer buen cine boliviano con una propuesta nueva de lenguaje cinematográfico.
Hasta la fecha, desde agosto pasado, ha obtenido menciones especial y del jurado en los festivales de Locarno, en Suiza, y en el de San Sebastián, respectivamente, además del Premio del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Valdivia, Premio de la Crítica Fipresci en el Festival de Río de Janeiro y a la Mejor Película con tema laboral en el Festival de Carbonia, en Italia. Hasta fin de año, la película producida por Socavón Cine fue seleccionada para participar en 20 festivales en países como Alemania, Suecia, Austria, España, Suiza, Italia, Francia, Brasil, Chile Cuba y Singapur.
Según uno de los productores, Pablo Paniagua, este proyecto ha recibido el apoyo fundamentalmente del Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Huanuni, la empresa Universal Brokers S.A. Londra Films P&A y el Ministerio de Culturas y Turismo del Estado Plurinacional de Bolivia. Así como el apoyo de casas productoras nacionales y extranjeras como Periférica Cine, Indómita, Cine Arte, Naira Cine, entre otras.
—¿Por qué contar la historia de un personaje oscuro e inadaptado y filmar una película más sobre mineros?
—En Huanuni me mandé una de las borracheras más densas que tuve. La pasé muy bien con los amigos, el alcohol está presente en todas las familias y en la mina es fundamental para suavizar un poco el ambiente.
Lo que pasa que el alcohol es un elemento fundamental en nuestra cultura, es una especie de elixir necesario para todos, está presente en los velorios y en las fiestas de casamiento, los mineros, antes de trabajar, siempre challan al “Tío”.
Queríamos hacer una película acerca de este embrujo del alcohol, de la oscuridad. Donde no nos interesan los juicios de valor, importa más contemplar a Elder Mamani borracho corriendo por la mina, adentrándose en las profundidades de misteriosas galerías, vivir la experiencia de estar ahí.
En los primeros viajes que realicé a Huanuni, todas las personas que conocía me decían que el pueblo era sumamente peligroso, más o menos a las nueve y media de la noche las calles quedaban completamente vacías, la gente tenía mucho miedo a los chicos de las pandillas, a los “k’olitos”. Luego de tomar cervezas con varios de estos “pandilleros” fue cuando hice los primeros lazos de amistad. Sentí que había una distancia entre los mineros y los jóvenes de afuera que no pertenecen a la mina. Hace varios años que la empresa ya no recibe gente nueva y hay en cada minero el sueño de que sus hijos no vivan del mismo oficio. Los que logran ganar buen dinero hacen todo para que sus hijos estudien y puedan irse lo más lejos a intentar un futuro mejor. Quería hacer una película acerca de esta distancia entre generaciones y una “reconciliación” al final, pero sin tantos porqués, sólo un encuentro.
Queremos darle la vuelta al estereotipo del minero. La mina es un mundo laboral muy rudo que es el contexto en el que sucede este “roman d’apprentissage” acerca de un joven que afronta la muerte de su padre tomando su puesto en la mina. Confrontando a su padrino y descubriendo a su abuela…
—¿Podemos decir que usó un nuevo lenguaje cinematográfico?
—Desde el primer corto que dirigí me interesó por sobre todo la forma y la experimentación, más que nada por que es a través de estos recursos que se puede realizar un cine “sensorial” en el que lo más relevante es la imagen y el sonido por encima de los actores y la historia.
Me interesa mucho más llevar al espectador a un estado de contemplación que de enajenación. Es importante que, partiendo de la contemplación, podamos evocar y reflexionar.
—¿Y la oscuridad es un recurso central de su propuesta?
—Es el elemento perfecto para filmar imágenes abiertas en las que el espectador debe completar la información de lo que no vemos, además es natural representar al mundo minero en el corazón de las tinieblas, como es en la vida real. Muchas veces entramos a la mina de noche y salimos de noche.
—¿Cuál fue el precio de trabajar de manera independiente en su producción?
—El cine independiente cuesta millones de dólares. Nosotros hacemos un cine artesanal entre amigos donde la prioridad son los encuentros y las exploraciones. El cine es una forma de vida.
—Los actores de la película son pobladores de Huanuni...
—La mayoría de las personas que aparecen en la película son amigos que fui haciendo con los años de viajes a Huanuni. Ninguno de los que aparecen son actores, pero todos tienen muchísimo talento. Principalmente “el Tortus”, que es una de las personas que inspiró esta película y siempre pensé que él tenía que ser el actor principal. Lo conocí hace varios años a través de Israel Hurtado “el Gallo”, que también participa en Viejo Calavera. Por otro lado está un gran amigo, Edwin Yucra, él ayudó mucho detrás de cámaras y es productor asociado de la película.
Desde un principio, teníamos la intención de realizar este proyecto junto a la gente de Huanuni, queríamos intentar poner en práctica “el cine junto al pueblo”, fue una gran experiencia. El cine hace que la gente se movilice y se junte en comunidad. Siempre tuvimos las puertas abiertas pero trabajar con amigos también es muy duro, las relaciones son muy delicadas y muchas veces decepcionamos a la gente, muchos se sintieron muy incómodos frente a la cámara, no pudieron continuar y se sintieron decepcionados.
Una de las cosas decisivas para mí fue que, desde que empecé a mencionar la posibilidad de filmar una película en Huanuni, todas las personas de allí siempre lo veían como algo muy necesario y querían verse involucradas, opinaban ampliamente de cómo debería ser una película y siempre querían aportar.
—En esta época, ¿qué significa hacer un cine que dé pelea a lo establecido? ¿Contra qué es la pelea? ¿O sólo es para una sociedad de elogios mutuos o entendidos en la materia?
—En nuestra época, todo pretende estar “solucionado”. En el cine actual las fórmulas, los géneros y los remakes saturan las mentes de todos. Es bueno intentar mostrar las cosas de otra manera, se necesitan respiros. Cosas más misteriosas y rústicas que no estén tan dadas y te inviten a evocar. Con nuestro cine queremos interpelar al espectador, invitarlo a reflexionar. Creo que dejarse sorprender o afectar requiere siempre poner algo de uno y poner de uno siempre es más difícil que dejarse llevar.
Más que dar pelea, me interesa profundizar y buscar nuevas formas de contar una historia a través del cine, tomar riesgos, pero sobre todo trabajar con la gente. Para mí, el cine es un viaje de explorador, eso es lo que me importa, ser como los viejos piratas de altamar.
—¿Qué influencias tiene?
—El neorrealismo siempre fue una gran influencia en el cine boliviano. Desde la perspectiva de Jorge Sanjinés y el grupo Ukamau, era necesario seguir esta escuela para hacer un cine de denuncia y militancia política. Luego de sus dos primeras películas, él mismo cuestionó la idea de ponerse en nombre de todo un pueblo para hablar acerca de la problemática social, se fue alejando de esta escuela hasta llegar a trabajar sólo con actores y sets. Ahora sólo cree en la ilustración de iconos… En Viejo Calavera trabajamos con elementos del neorrealismo, los espacios y personajes de la realidad, pero jamás me interesó conformar perfiles psicológicos, ni panfletos políticos. Son mucho más importantes los climas, las presencias, los encuadres y el sonido.
La cámara acompaña todo el tiempo a los personajes, es testigo de los espacios, muchas veces no sabemos por dónde va la historia, pero estamos al lado de Elder Mamani, sabemos de qué va su momento y compartimos su experiencia.
Nunca hubo la intención de hablar en nombre de ninguna comunidad ni mucho menos en nombre de los mineros. Ésta es una película acerca de cosas de la vida, del duelo, la madurez, el trabajo, los amigos, los viajes y el alcohol. La escuela del neorrealismo da la clave de trabajar con personas y espacios de la realidad ya de ahí lo que tu hagas con eso tiene posibilidades infinitas.
Viejo Calavera, según Kiro Russo
Esta película fue rodada durante octubre y noviembre del 2015 y la historia transcurre en la ciudad minera de Huanuni, el cerro Posokoni, en las comunidades orureñas de Molle-Punku y Chua Chuani y en la población de Coroico en Los yungas de La Paz. Los actores Julio César Ticona, Narciso Choquecallata, Anastasia Daza, Rolando Patzi, Israel Hurtado y Elisabeth Ramírez Galván son de Huanuni y no tienen ningún tipo de experiencia actoral, pero cuentan con un gran talento.
Viejo Calavera es la historia de un joven conflictivo que ha vivido rechazando a su padre. La película retrata la historia de la vida minera de Huanuni, pero desde la singularidad de las miradas de sus habitantes. Es la mirada no del interior de la mina, sino del mundo interior de los que trabajan en ella, de sus derroteros y sus errores, del peso que cargan como cualquier persona carga su destino. Al morir su padre, Elder vuelve al pueblo Minero de Huanuni a reemplazarlo en la mina. ¿Quién era su padre? ¿Cómo cambiará su vida para siempre? Esa es la historia.
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